PEQUEÑOS PLACERES

PEQUEÑOS PLACERES
ELLA TE ACOMPAÑARÁ HASTA TU ÚLTIMO VIAJE

Te puedes sentir tan solo como Sancho Panza en la Mancha o más acompañada que Isabel Preysler en su salón de té, -en una u otra situación te puede atrapar  -No, ni Miguel Boyer ni Cervantes-

—Su llegada es inevitable; se apresura sin pedir permiso alguno. Ella es egoísta, elegante e impecable, unas veces efímera y otras eterna, a su vez ponderada, con olor a roble, canela y miel, sonrisa desdibujada, -su color depende de la lente con la que la observes-

—Sin perder un solo instante, te acaricia con esmero al son de tu cuerpo; con una bella pluma en una mano y en la otra una gran espada de plata y esmeraldas envenenadas,  para arrancar a su paso cada sentimiento derogado hallado en tu interior,  sin permiso ni piedad, su llegada hasta el corazón se hace vital para poder resurgir al mago que dejaste durmiente sin consciencia ni justicia alguna.

— Ella le canta al mago la mejor de tus canciones suavemente y, con su voz aterciopelada en mitad de una noche estrellada y luna llena  para que vuelva a florecer antes del amanecer.

—Ella y él se dan la mano y bailan a su antojo, caprichosos como siempre, aunque esta vez con matices diferentes… , se acompañan de estrellas fugaces que iluminan el camino hasta llegar al destino fijado, van despacito y a su vez, regalándote pequeños placeres.

—Llegan hasta el gran puente, de repente miles de flores de todos los colores brotan sin cesar, en cada pétalo una palabra contiene.

—Se disponen a componer una larga y bella liana con colores de la Aurora Boreal abriéndose paso a través de las bellas aves que revolotean a su paso fascinadas al ver tal belleza insólita y radiante.

—Ojo avizor, pues ya está aquí porque tú estás solo bajo el puente y, tú esperanza e ilusión por vivir la han traído hasta ti para ofrecerte que te aferres a la vida desde otro nivel o retirarte de la partida de ajedrez que es la vida. Solo tú decides.

—Con firmeza y cientos de preguntas coges la liana para subir hasta el puente donde ella y él, fieles como siempre están a tu lado, pero no por casualidad; sino por un alto precio que decidiste pagar o perder miles de monedas de oro por ser siempre libre.

—Paso a paso avanzas en el puente con gran curiosidad y entusiasmo al ver las letras  de los pétalos al alcance de tus manos, lo que te lleva a bordar cada letra como el mejor de los sastres, con hilos de polvo de estrellas bordas cada uno de ellos formando a cada paso versos, esos que acarician el oído, alimentan la mente y ensalzan el alma hasta el universo, permitiendo vivir entre la magia y la cruel realidad cada día un poco más amable.

—Ella es la soledad y él, el mago que tienes en tu interior.

 

 

GALILEO, SIMON MARIUS Y … CERVANTES. EL NOMBRE Y USO DE LOS SATÉLITES JOVIANOS Y LO DESCONOCIDO DE MIGUEL DE CERVANTES.

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Las lunas de Júpiter… Los nombres de Miguel de Cervantes, Galileo Galilei, Giovani Domenico Cassini e incluso Johannes Kepler se mezclan con el casi desconocido Simon Marius. Todos estuvieron envueltos en la rocambolesca historia del descubrimiento y el bautizo de los satélites del gigante del Sistema Solar.

Estos objetos tuvieron un papel estelar en la cartografía del siglo XVII y en la resolución parcial del problema de la longitud, que tantos esfuerzos costó solventar y fue uno de los principales impulsores del desarrollo de la astronomía y de la ciencia en general. Los descubrimientos de nuevas tierras realizados por Portugal y España no hicieron sino exacerbar la necesidad de encontrar una solución, para lo cual diferentes gobiernos ofrecieron ingentes cantidades de dinero.

La clave de la medida de la longitud está en la determinación precisa del tiempo: en la comparación de la hora local, fácilmente estimable por la posición del Sol respecto al eje norte-sur, con la de un punto de referencia, en el que se sitúa al primer meridiano, en el punto de latitud cero o punto fijo. Tan acuciante fue la solución, que el mismo Cervantes en el Diálogo de los perros, en 1613, nos habla del problema en la voz de un matemático, dueño temporal del can Berganza: «Veinte y dos años ha que ando tras hallar el punto fijo, y aquí lo dejo, y allí lo tomo, y pareciéndome que ya lo he hallado y que no se me puede escapar en ninguna manera, cuando no me cato, me hallo tan lejos del, que me admiro.»

Miguel de Cervantes falleció en el año 1616 pobre, fue enterrado en el monasterio de las Trinitarias de Madrid, en donde ahora se busca su tumba. Además de su monumental obra El  ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que ya él mismo consideró la primera novela moderna, tiene en su haber una destacada producción literaria que incluye poesía y teatro. Lo sorprendente es que su cultura científica debía ser considerable, pues estaba al tanto de los avances que a comienzos del siglo XVII se estaban produciendo a partir de la invención del telescopio. Es posible, incluso, que hiciera una contribución científica significativa dando nombre a los satélites del planeta Júpiter, identificados cuando el astrónomo pisano Galileo Galilei dirigió el nuevo instrumento a los cielos.

Simón Marius y el descubrimiento de los satélites de Júpiter

Con la publicación de Sidereus Nuncius, el mensajero sideral, en marzo de 1610, Galileo inició una verdadera revolución no solo astronómica, sino del pensamiento, al presentar sólidas evidencias que rompían interpretaciones del mundo asentadas desde hacía siglos. Nos descubrió Galileo en esta obra una Luna irregular e imperfecta, identificó gran cantidad de estrellas nuevas más débiles que las que se ven a simple vista, revelando la compleja naturaleza de la Vía Láctea, y descubrió cuatro cuerpos que orbitan alrededor de Júpiter, desbaratando la cosmología tolemaica de una manera devastadora. En sucesivas cartas continuaría su demolición de la visión estática aceptada por la ortodoxia aristotélica: observó las fases de Venus y los anillos de Saturno, sin llegar a identificarlos como tales; e interpretó correctamente que las manchas solares son máculas en su superficie. En estos y en otros de sus descubrimientos, Galileo estuvo sumergido en grandes polémicas, que estuvieron cerca de costarle la vida al enfrentarse con la Inquisición romana: sería censurado en 1616 y condenado en 1633. Una de estas disputas, circunscrita al ámbito académico, y no resuelta hasta el siglo XX, involucró al astrónomo alemán Simón Marius, versión latinizada del nombre alemán Simon Mayr o Mayer, quien reclamó el co-descubrimiento de los satélites jovianos y que fue atacado de manera demoledora por Galileo debido a ello. El supuesto plagio, aceptado durante trescientos años, se desmontó hace décadas, aunque todavía se pueden encontrar citas al mismo en diferentes textos. Veamos la secuencia de eventos: Simón Marius, nacido en 1570 o probablemente en 1573 cerca de Nuremberg, estudió astronomía en Praga junto a los renombrados Tycho Brahe y Johannes Kepler, llegando a ser asistente del primero durante unos meses, antes del fallecimiento de aquél en 1601. Durante tres años, hasta el inicio de 1605, cursó medicina en Padua. En esta ciudad italiana tal vez se cruzó con Galileo por primera vez, pues este vivió allí desde 1592 hasta 1610, su «annus mirabilis«, en donde enseñaba mecánica, geometría y astronomía. En julio de 1605 ya había regresado a Alemania, donde volvió a tomar posesión de su puesto de matemático en la corte del margrave de ansbach, Georg Friedrich. Tras su marcha, uno de sus alumnos, Baldassarre Capra, entró en conflicto en dos ocasiones con Galileo, llegando a acusarle de plagio en 1607 por la invención del compás militar. Al parecer, Galileo pensó, sin evidencias, que la mano de Marius estaba detrás de esta demanda que terminó ganando el astrónomo de Pisa.

En 1608 Marius tuvo en sus manos por primera vez un telescopio, pero sus observaciones del cielo se iniciarían a partir del verano de 1609, según describe él mismo en 1614, y fue posible gracias al patronazgo de Johann Fuchs, consejero principal del margrave. En invierno de ese año dirigió su telescopio hacia Júpiter. y aquí se inicia la controversia, acentuada y oscurecida porque Marius y Galileo usaban distintos calendarios y pertenecían a dos mundos contrapuestos. Los países católicos ya habían aceptado la reforma gregoriana mientras que, paradójicamente, la Alemania protestante seguía anclada en el calendario juliano, que proporcionaba un retraso de diez días respecto a las fechas reales. Recordemos que el calendario fue modificado en 1582 y adoptado inmediatamente en España e Italia. La Alemania fuera del dominio de la dinastía de los Austria no lo haría hasta 1700.

Así, según el relato de Marius, publicado en 1614 en Mundus Iovialis, este se percató de la presencia de varias «estrellas» no catalogadas en los alrededores de Júpiter a comienzos de diciembre de 1609, pero ya el 29 de ese mes que en realidad pudieran estar orbitando alrededor del planeta e inició la medida de sus posiciones. Esta fecha, según el calendario gregoriano, correspondería al 8 de enero de 1610. La noche anterior, desde Italia, Galileo ya había descubierto tres satélites de Júpiter. Marius observaría de manera metódica hasta el 12 de enero juliano, 22 de enero según el calendario gregoriano. En esta fecha ya creería que son cuatro los satélites, aceptando este resultado como definitivo a finales de febrero o principios de marzo(de nuevo, juliano y siguiendo su narración de 1614).

Por parte de Galileo, el 11 de enero comprendió que las «estrellas» orbitan alrededor de Júpiter (después de Marius, si se acepta la descripción contenida en Mundus Iovialis) y dos días después ve el cuarto satélite, antes que Marius. En Marzo se publicó en Venecia el Sidereus Nuncius. A final de año descubrió las fases de Venus, análogas a las lunares, y se lo comunicó por carta a Kepler mediante un curioso anagrama, y también a Castelli y Clavio, para asegurarse la prioridad, aunque lo mantuvo sin publicar hasta años después.

Kepler, reaccionando a Sidereus Nuncius, publicó ese año Dissertatio cum Nuncio Sidereo y Narratio de observatis a se quator Javis satellibus erronibus, donde no hace ninguna mención sobre las investigaciones de Marius. Sin embargo, en 1611 Kepler publicó en Dioptrice un fragmento de una carta escrita por Marius para Odentius, lector de matemáticas en la universidad de Altdorf y amigo de ambos, en la que queda claro que al menos antes del 30 de diciembre de 1610, fecha de la misiva original, Marius conocía las fases de Venus y estaba realizando observaciones de Júpiter y compilando tablas para predecir las posiciones de sus cuatro satélites.

En 1612 Marius descubrió la nebulosa de Andrómeda (M 31, la galaxia más cercana) y mencionó por primera vez de manera pública sus observaciones de Júpiter y sus satélites en el panfleto Frankischer Kalender oder Practica. Un año más tarde, en octubre de 1613, Marius se encontró con Kepler, quien le sugirió los nombres para los cuatro objetos; cuatro amantes del dios Zeus, el equivalente heleno de Júpiter: Ío, Europa, Ganimedes y Calixto, desde el más interior al más alejado.

Finalmente Marius hizo públicas sus observaciones en Mundus Iovialis en 1614, y aunque dio debido crédito a Galileo, también reclamó el co-descubrimiento. El texto incluye también tablas astronómicas precisas para predecir las posiciones de los cuatro satélites en cualquier omento, algo que Galileo había soslayado, y concluye que las órbitas están inclinadas respecto a la eclíptica, una afirmación que evidencia que Marius realizó observaciones muy precisas. Por otra parte en el libro se proponen varios conjuntos de nombres, y entre ellos recoge la idea de Kepler. Sin embargo, será la nomenclatura de Galileo la que permanecerá: numerales romanos siendo Júpiter I el más próximo (Ío) y Júpiter IV el más alejado (Calixto). No es hasta 1847 cuando John Frederick William Herschel, hijo del descubridor de Urano, propondrá el uso de nombres individuales, tomados de la mitología grecolatina, para los múltiples satélites del planeta Saturno, siguiendo la estela de Kepler y Marius. Es a partir de ese momento cuando los nombres actuales comenzarán a usarse, aunque los numerales de Galileo también seguirán siendo válidos.

El contraataque de Galileo, centrado en su lucha con la jerarquía eclesiástica romana y en la imagen obsoleta del mundo que apoya, se hizo esperar, y no es hasta 1623, con la impresión de Il Saggiatore, que Galileo desató un ataque destructivo contra la reputación de Marius. Rechazó la veracidad de sus observaciones y afirmó que las órbitas de los cuatro satélites son paralelas a la eclíptica, contrariamente a sus propias observaciones y diagramas tomados años antes.

El re-análisis de las observaciones de ambos ha permitido concluir que lo probable es que Marius fuera honesto en sus datos, aunque tal vez no entendiese la importancia de su descubrimiento en 1610. Por una parte, las posiciones de los satélites publicadas por Galileo son relativas al tamaño angular de Júpiter, que nunca divulgó. Por otra, las tablas calculadas por Marius incluyen estos datos de Galileo. Dado que sus resultados de los radios  de las órbitas y de los satélites son mejores que los de Galileo, tuvo, por necesidad, que haber realizado sus propias observaciones. Así que tanto Galileo como las subsiguientes generaciones de astrónomos e historiadores fueron injustos con el papel que representó en el descubrimiento de los satélites. La ironía de toda esta aventura es que las lunas de Júpiter son lo suficiente brillantes como para ser vistas con el ojo desnudo, sin necesidad de telescopio. Ganimedes o Júpiter III según Galileo, es el más grande, más que la Luna o Mercurio , y es notablemente brillante, alcanzando magnitud 5 (por comparación, las estrellas más débiles visibles en una noche oscura tienen magnitud 6), lo que en principio permitiría su identificación sin el auxilio de un telescopio y desde la antigüedad podría haberse descubierto. Pero es Galileo Galilei quien dejó primera constancia de su existencia.

La importancia práctica de los satélites jovianos

Galileo, un hombre extremadamente práctico, era consciente del uso que se podía dar a los satélites de Júpiter: eran un perfecto reloj situado en el cielo. En 1612 dispuso ya de unas tablas que daban cuenta del movimiento de los mismos, y sabía que la periodicidad de cada uno de ellos es de unos pocos días.

Conocedor de primera mano de la necesidad de medir el tiempo de manera exacta para múltiples menesteres, y sabedor del premio Felipe III para quien hallase la manera de medir la longitud de manera precisa, se puso en contacto con la corte española ese mismo año mediante el embajador toscano, sin aparente éxito. Galileo también inició una correspondencia con el representante español en Roma y con el embajador toscano en la corte española, y llegó a escribir que estaría dispuesto a viajar a España y residir en Sevilla (recordemos que allí estaba situada la casa de la contratación) o en Lisboa (Portugal era parte de las posesiones de Felipe III) tanto tiempo como fuera necesario. Sin embargo, la dificultad de realizar mediciones desde la cubierta de un barco impidió llevar, nunca mejor dicho, el método a buen puerto.

El relevo fue retomado por la potencia hegemónica a partir de la segunda mitad del siglo XVII, Francia, liderada por el Rey Sol, Luis XIV y su ministro Jean-Baptiste Colbert. Decididos a imponer los intereses de Francia, y convencidos del rol que juega la ciencia, se fundó la Academia Real de Ciencias en 1666 y el Observatorio de París en 1671, que tenía como objetivo el resolver el problema de la longitud. Colvert invitó a un número considerable de científicos europeos, entre los que destacan Christiaan Huygens, Ole Christensen Romer y Giovanni Domenico Cassini.

La actividad de Cassini, que arribó a Francia en 1669, fue incesante. Inició el cartografiado de los dominios de Luis XIV, el primero de cualquier país, mediante la técnica de triangulación. El Rey Sol, impresionado, llegó a afirmar que, debido a la cartografía y a las nuevas medidas, perdía más terreno a manos de los astrónomos que de sus enemigos. Seguía así, como en otros casos, la estela de Carlos V con la reducción del tamaño de España por Orentius Finaeus (Oronce Finé) 138 años antes. En cualquier caso Cassini, conocedor del trabajo de Galileo, continuó los estudios delos satélites de Júpiter y publicó nuevas tablas de gran precisión en 1680.

Cassini inició una colaboración científica paneuropea para la determinación de las localizaciones de numerosas ciudades en el continente. Fruto de la misma fue la creación de un planisferio de proyección polar, en el que se localizaron estos puntos de manera precisa. El punto de referencia para las latitudes fue el ecuador, y el meridiano cero, para las longitudes, se localizó en la isla de El Hierro, que tendrá una preeminencia en la Europa continental hasta finales del siglo XIX, cuando sería derrotada por el meridiano de Greenwich en 1884.

Las campañas geodésicas con el método joviano se sucedieron: Jean Richer viajó a Cayena, en la Guayana francesa, en donde observó una oposición de Marte; Jean-Mathieu de Chazel a Egipto, y Edmund Halley a Cabo de Buena Esperanza, en la punta austral de Africa. Varias determinaciones en Tailandia (Siam), Madagascar y China fueron realizadas por misioneros jesuitas. Y estas mediciones se complementaron con otras por el antiguo método de Hiparcos con la Luna, ya que Melchisédech Thévenot realizó observaciones de un eclipse de nuestro satélite en Goa, en la India.

La observación sistemática de los satélites de Júpiter proporcionaron otro premio,, no buscado, en un caso claro de serendipia o descubrimiento casual: la determinación de la velocidad de la luz. Romer, que colaboró con Picard y Cassini en la evaluación de la longitud de Uraniborg, el viejo observatorio de Tycho Brahe en Dinamarca, sería invitado a sumarse al grupo de París, en donde permanecería hasta 1681. Tomó medidas junto con Picard, analizó los datos del satélite más próximo, Ío, y en 1676 anunció a la academia de ciencias este descubrimiento.

¿Y qué tiene que ver con Miguel de Cervantes? Sorprendentemente, bastante.

Cervantes: no solo literatura

Si Omar Jayyam, el astrónomo persa de los siglos XI y XII, también fue un reputado poeta, Cervantes, novelista y poeta, posee una faceta astronómica desconocida hasta ahora. En el relato «La Gitanilla», de las Novelas y Ejemplares aparece un romance que incluye las siguientes líneas:

Junto a la casa del Sol

va Júpiter; que no hay cosa

difícil a la privanza

fundada en prudentes obras.

Va la Luna en las mejillas

de una y otra humana diosa;

Venus casta, en la belleza

de las que este cielo forman.

Pequeñuelos Ganímedes

cruzan, van, vuelven y tornan

por el cielo tachonado

de esta esfera milagrosa.

El poema glosa las virtudes de la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III. La cultura científica de Cervantes es manifiesta, no solo por la descripción de los planetas y del Sol, que hasta aquel momento la mayoría de los intelectuales aceptaba que orbitaba alrededor de la Tierra, según la denominada teoría geocéntrica. Lo más significativo es que Cervantes hace referencia a los satélites de Júpiter, poco tiempo después de su descubrimiento, ya que los últimos cuatro versos tienen un significado explícito: el «cruzan, van, vuelven y tornan» deja poco espacio a la imaginación, y correspondería a una descripción bastante concisa del hecho de orbitar alrededor de Júpiter; y los dos últimos versos, «por el cinto tachonado / de esta esfera milagrosa» hacen referencia a la eclíptica, el círculo imaginario sobre el que se mueven los planetas y de manera aparente el Sol, y a la esfera celeste. Está escrito, pues, en clave astronómica y no únicamente mitológica. La datación del texto es relativamente sencilla: se publicó en 1613, con dedicatoria firmada en julio; la censura está datada el 2 de julio de 1612 y la aprobación es de siete días después. La propuesta de Kepler a Marius sobre los nombres de los satélites es bastante posterior, de octubre de 1613, según Mundus Iovialis, que apareció en 1614. Por tano, el nombre sugerido por Cervantes precede claramente a la sugerencia de los dos astrónomos germánicos.

Lo más significativo es que nos proporciona indicios de la cultura científica de Cervantes y sobre la difusión de los importantes descubrimientos de Galileo. E poema versa sobre una misa partera, aunque  no identifica a cual de los nacimientos principescos corresponde. Margarita de Austria tuvo ocho hijos entre 1601 y 1611, pero el contexto del poema pudiera identificar que se refiere al último, Alfonso de Austria, nacido y fallecido el 22 de septiembre de 1611, aunque en general se asume que se refiere al nacimiento del futuro Felipe IV, que tuvo lugar el8 de abril de 1605. De ser así, «La Gitanilla» tuvo que ser escroto entre esta fecha y junio de 1613. El propio desarrollo de la trama indica que es posterior a 1610, dado que la protagonista, Preciosa, es raptada en 1595, y tiene quince años cuandola historia se desarrolla. Y sería extraordinario que Cervantes hubiera trasladado el relato hacia su futuro. Sin embargo, es posible que la romanza anteceda o sea posterior a la propia novela y haya sido incluida en el texto antes de la impresión delmismo. En cualquier caso, recordemos que la publicación de Sidereus Nuncius fue en marzo de 1610.

Es muy improbable que Kepler o Marius tuvieran acceso a las Novelas Ejemplares de Cervantes. Es posible, aunque de demostración poco factible, que alguien que las hubiera leído le hubiera comentado a Kepler el nombre cervantino, genérico para los cuatro satélites, de pequeños Ganimedes. Pero es más que posible que el autor de El Quijote imaginase un nombre muy adecuado para la pequeña corte de seguidores del mayor planeta del Sistema Solar, basado en la mitología griega (norma cuya práctica se ha mantenido hasta tiempos recientes) y que coincidiese plenamente con Kepler. Cervantes sería, por tanto, no solo el primero en novelar en español, y de manera extraordinaria, sino que con su poesía no siempre bien valorada, habría bautizado a estos cuatro objetos que ayudaron a construir la imagen del mundo tal y como ahora lo entendemos.

Finalmente, cabe pensar que Cervantes no es el único autor español de comienzos del siglo XVII que incorpora elementos de esta revolución científica. Con una mirada crítica, ¿Cuántas referencias astronómicas se encontrarán en la literatura de la segunda parte del Siglo de Oro? De ser significativas, España, en esa época, no estaría tan aislada de los avances del conocimiento. El reto está lanzado.

Fuente: Revista Astronomía

Conclusión

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Desde mi alcoba miro el firmamento,

siento con anhelo tu dulce olor a roble,

canela y limón,

recordando las caricias del ayer;

esa pluma tuya tan amable y consagrada a lo largo de los siglos,

tus versos tan bellos y dichosos acrecientan mi pasión.

En estas estrellas nuestras o en alguna de otra galaxia te hallaré;

mientras tanto seguiré tus pasos con amor y dedicación como siempre.

Rozando la dulce locura de la sincronización universal como

la Tierra al Sol

 la Luna al Mar

la manzana a la gravedad

las partículas elementales al Bosón de Higgs

la masa a los fotones

Maestro inspirador de guionistas y actores, poetas y escritores, reporteros de guerra, periodistas y novelistas, dramaturgos…, se rinden con deleite a la seducción de tus bellos versos sin olvidar por igual  a los locos contenidos desconocidos, ayudándonos a crear una conexión de plasticidad neuronal en la zona 52.

Gracias a los transmisores inmortales universales por sus aportaciones a la humanidad en cultura y ciencia y en este caso en especial, a Miguel de Cervantes por formar parte de las partículas universales en la comunicación en la Tierra y las conexiones neuronales.

Fuente: Autora de este sitio

   

LA PUBLICIDAD DE LAS ENFERMEDADES

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El trastorno disfórico premenstrual

A la entrada de un supermercado en una zona residencial, una mujer cualquiera intenta sacar un carro de la compra, enganchado a una larga fila de éstos. Siente frustración y enojo. Su exasperación aumenta cuando entra en escena otra compradora, desengancha con toda tranquilidad un carro y se aleja. Al ver este anuncio, puede parecer que esta mujer no sufre más que un típico arranque de estrés o tensión. Pero la gente de la farmacéutica Lilly lo tiene mucho más claro. Esta persona quizá necesite un poderoso antidepresivo porque padece una grave enfermedad mental llamada trastorno disfórico premenstrual (TDPM), una nueva enfermedad reconocida en Estados Unidos meses antes de la emisión del anuncio.

    ¿Crees que es un síndrome? Podría ser  trastorno disfórico premenstrual

Anuncio de Lilly

Jean Endicott, catedrática de la Universidad de Columbia, nos explica que el trastorno disfórico premenstrual es una enfermedad psiquiátrica que padece hasta un 7 por ciento de la mujeres.

Paula Caplan, profesora de la Universidad de Brown, afirma que es una dolencia prácticamente inventada, y que no hay pruebas científicas concluyentes que la distingan de las dificultades premenstruales habituales. Peor aún, alega Caplan, el uso de una etiqueta médica para intentar explicar de manera convincente las graves perturbaciones que algunas mujeres experimentan antes del periodo, conlleva el riesgo de enmascarar las causas subyacentes de su padecimiento.

En Estados Unidos, la FDA ha aceptado la existencia del TDPM y ha aprobado su tratamiento con Prozac, de Lilly, y otros antidepresivos similares, mientras que en otras partes del mundo ni siquiera es una enfermedad reconocida. De hecho, no está catalogada como trastorno individualizado en la Clasificación de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud.1 

E incluso en Estados Unidos, a pesar de los esfuerzos de Jean Endicott, los laboratorios Lilly y otros, el TDPM sólo se menciona provisionalmente en el manual de trastornos psiquiátricos y, por lo tanto, aún no ha sido reconocido oficialmente como enfermedad.2

Pero esta controversia científica permanece oculta bajo la avalancha de anuncios televisivos y de revistas sobre TDPM en Estados Unidos, dirigidos en buena parte a las jóvenes. La industria farmacéutica, valorada en unos 500 mil millones de dólares, ha identificado otro gigantesco mercado  -las mujeres en edad d concebir-, y el mundo del marketing exige mensajes simples y claros. Los altibajos emocionales que preceden al periodo ya no son una parte normal de la vida, sino que se han convertido en un indicio de una enfermedad psiquiátrica. En palabras de Caplan, al ver estos anuncios, «las mujeres aprenden a considerarse enfermas mentales»3

Jean Endicott, una docente afable y trabajadora, opera desde una pequeña oficina perdida en el sótano de un hospital psiquiátrico de Nueva York. En claro contraste con Caplan, insiste en que el TDPM es un trastorno auténtico que puede incapacitar gravemente a quienes lo sufren, y que con frecuencia no se diagnostica ni se trata correctamente.

Endicott agradece el empeño de los laboratorios en tomarse más en serio la enfermedad. Fue ella quien lideró la principal reunión científica -patrocinada por Lilly y con la asistencia de los visitadores médicos de la compañía-, que allanó el camino para dos de los pasos más importantes en el desarrollo de este flamante trastorno: su aceptación por parte de la FDA y la aprobación del fármaco de Lilly como el primer producto para su tratamiento. En cuanto a si resulta apropiado que las compañías farmacéuticas publiciten este tipo de enfermedades en televisión, Endicott está muy de acuerdo: «Creo que educa a la gente».4

Actualmente, la industria farmacéutica de Estados Unidos invierte más de 3 mil millones de dólares al año en publicidad directa para el consumidor, promocionando sus productos más rentables. Los presupuestos para publicidad que antes sólo se destinaban a médicos limitándose a ofrecerles rosquillas y muestras gratis- y a importantes líderes de opinión, hoy en día también se dedican en buena medida al público en general. Los boletines de noticias que se emiten en franjas horarias de mayor audiencia están plagados de anuncios de fármacos.5

Sin embargo, y cada vez con más frecuencia, estos anuncios no se limitan a vender medicamentos, sino también las enfermedades relacionadas con éstos. El anuncio del carro de la compra para el TDPM es parte de una nueva forma de publicidad en televisión, diseñada para dar a conocer dolencias desconocidas a millones de personas. Así como las aseveraciones sobre beneficios y riesgos de los medicamentos están reguladas por ley -aunque sin excesivo rigor-, las aserciones sobre enfermedades continúan siendo un terreno en el que todo está permitido.

Estados Unidos y Nueva Zelanda son los únicos países desarrollados del mundo que no ponen ninguna restricción a la publicidad de fármacos dirigida a los consumidores.            Sin embargo, otros como Australia, Canadá y el Reino Unido, permiten que las compañías patrocinen campañas de » concienciación sobre enfermedades» que incluyen publicidad y otro tipo de presencia de los medios. Puesto que el gasto en fármacos ha crecido espectacularmente en muchos países, y a medida que se extiende la opinión de que setas campañas de «concienciación» son sólo una forma encubierta de publicidad de fármacos, los debates sobre una regulación más estricta de todas estas actividades de marketing se han multiplicado por todas partes.

En Gran Bretaña, estos asuntos se han tratado con tanta seriedad que a solicitud de Parlamento se ha abierto una investigación, mientras que desde el propio seno del gobierno neozelandés se ha impulsado la creación de regulaciones más estrictas sobre la publicidad tanto de fármacos como de enfermedades. En Canadá, Australia y Europa, los gobiernos nacionales hacen malabarismos para conciliar las crecientes preocupaciones de los consumidores sobre este marketing de masas y la presión de la industria farmacéutica y también de algunos medios para que liberalicen las emisiones de las ondas, como en Estados  Unidos.

Uno de los críticos más conocidos y mejor informados acerca de la publicidad de la industria farmacéutica es el Dr. Peter Mansfield, un médico generalista de Australia que, desde la ciudad de Adelaida, participa en Healthy Skepticism (Sano Escepticismo), una organización reconocida a nivel mundial. Según el infatigable Mansfield, conseguir información fidedigna sobre temas de salud para los consumidores es como buscar una aguja en un pajar. La publicidad de los laboratorios farmacéuticos, añade Mansfield con su inconfundible sonrisa, «no hace más que aumentar el tamaño del pajar».6

Hasta hace muy poco, muchas de la críticas que se le hacían a la publicidad se referían a la forma en que puede inducir a error sobre los riesgos y beneficios de los medicamentos nuevos, pues en muchos anuncios nuevos, pues en muchos anuncios se tienden a exagerar los beneficios y quitarle importancia a los efectos secundarios, lo que, dentro de todo, no es de extrañar.7 De hecho, la FDA, que regula la publicidad de fármacos en Estados Unidos, con frecuencia  escribe a las compañías para advertirles de que sus anuncios son tan engañosos que han infringido la ley. Al final, resulta que el anuncio del carro de la compra de  Lilly fue uno de los que mereció una de estas cartas «carecía de equilibrio» porque minimizaba la información sobre los efectos secundarios del fármaco.8  Pero en última instancia, como suele ocurrir, la FDA se limitó a solicitar cortésmente a Lilly que retirase el anuncio. A pesar de las continuas violaciones por parte de la industria, y de que decenas de millones de estadounidenses estén constantemente expuestos a información engañosa sobre los riesgos y beneficios de fármacos ampliamente prescritos, lo cierto es que las compañías no son multadas y sus ejecutivos no tienen que rendir cuentas.9

Estos días, sin embargo, ha surgido otro tema relacionado con el análisis de la publicidad de la industria farmacéutica. Se está descubriendo que cada vez hay más anuncios que ayudan a vender la idea de que las experiencias normales de la vida cotidiana son síntomas de enfermedades que requieren un tratamiento farmacológico. Junto a otros colegas, el dúo de la  Escuela de Medicina de Darmouth, los doctores Steve Woloshin y Lisa Schwartz, analizaron recientemente setenta anuncios de compañías farmacéuticas publicados en diez revistas estadounidenses muy populares. Descubrienron que casi la mitad animaba a los consumidores a considerar como enfermedades ciertas vivencias corrientes, normalmente urgiéndolos a consultar con sus médicos. 10 Los anuncios incidían sobre aspectos de la vida cotidiana como los estornudos, la caída del cabello o el sobrepeso -cosas que, sin duda, mucha gente puede solucionar sin ver a un médico- y las presentaban como si fuesen parte de una enfermedad. Los investigadores conjeturan que la publicidad está «medicalizando» las experiencias corrientes, extendiendo en demasía los límites de la influencia de la medicina.

La Dra. Barbara Mintzes, que incluyó en su doctorado de la Universidad de British Columbia  un riguroso examen de la publicidad de las compañías farmacéuticas, vigila de cerca tendencias. También descubrió que, hoy en día, muchos anuncios promueven enfermedades, no sólo fármacos, y que contribuyen a «medicalizar» la vida, como ella misma dice:»Llevan hasta un grado sin precedentes el mensaje de que hay un medicamento para cada padecimiento y, cada vez más, de que hay un padecimiento para cada medicamento».11  Hemos pasado del fármaco aprobado para tratar a gente que padece una enfermedad real a la idea de que todo lo que hay que hacer es tomar una pastilla para lidiar con situaciones normales de la vida.12

En particular, a Mintzes le indigna la promoción del TDPM, anunciado persuasivamente en revistas que leen las adolescentes, así como en anuncios de televisión. En su opinión, la campaña parece haber sido diseñada para hacer que las más jóvenes sientan que hay algo malo en las habituales fluctuaciones emocionales que experimentan a medida que se acerca el periodo. Si bien admite que para algunas persona se trata de un problema grave, a Mintzes le preocupa el hecho de que los anuncios muestren una imagen superficial de lo que significa ser una mujer joven. » Las personas se sienten presionadas para que se sientan deferentes de los que son»13  

En todos los tratamientos suele haber un equilibrio entre beneficios y daños. Para quien está muy enfermo, la probabilidad de una mejoría compensa el riesgo de los efectos secundarios de los fármacos. Los antidepresivos como Prozac, prescritos para el TDPM, tienen muchos efectos secundarios, incluyendo serias dificultades sexuales, y, en el caso de los adolescentes, un aparente aumento en el riesgo de comportamiento suicida.14  Quizá valga la pena asumir este peligro si se trata de alguien gravemente debilitado por la depresión clínica crónica, ¿pero también para una mujer que discute con su novio o que se siente frustrada por el carro de la compra?

«Cuando das fármacos a gente que está sana, causas un desequilibrio» dice Mintzes. «Si estás sano, la probabilidad de obtener un beneficio es mucho más pequeña, y de ahí que nuestra inquietud sea pensar que con estos tratamientos farmacológicos quizás estemos causando mucho más daño que beneficio en la población general».15

La profesora neoyorquina Jean Endicott rechaza tajantemente que el TDPM sea un ejemple de la «medicalización» de la vida cotidiana. Es un insulto sugerir que las jóvenes con síntomas menos graves se pondrán a buscar tratamiento. Las mujeres no van por ahí diciendo: «Dadme una píldora para todo».16

Conseguir pruebas científicas sólidas que ayuden a saldar esta diferencia de opiniones es difícil. La opinión de Mintzes está basada en el convencimiento de que la promoción agresiva de enfermedades como el TDPM tiene como consecuencia que muchas personas sanas se vean así mismas como enfermas y que terminen optando por terapias farmacológicas que les hace más daño que bien. Su investigación se añade a un conjunto de pruebas que muestran que estos anuncios sí que mueven a muchas personas a consultar con sus médicos, y que éstos pueden terminar prescribiendo los fármacos publicitados, aunque duden de que sean adecuados para el problema en cuestión.17 Pero hay pocos estudios importantes, o ninguno, que hayan investigado rigurosamente si la publicidad directa a los consumidores lleva a la identificación errónea de enfermedades o a la prescripción inapropiada y perjudicial de fármacos. Sin embargo, lo que está claro como el agua es que estos anuncios estimulan las ventas.

Los ejecutivos de la industria alegan que el argumento de mayor peso para la publicidad directa a los consumidores es el hecho de que problemas serios de salud como el colesterol alto, la hipertensión, la depresión y, por lo visto, el TDPM, están subdiagnosticados y subtratadas.18 En u número especial del British Medical Journal dedicado a este tema y titulado ¿Demasiados medicamentos?, dos altos ejecutivos de los laboratorios Merck afirman que las normas que regulan la publicidad de fármacos en Europa debían relajarse para ayudar a resolver el grave problema de las enfermedades subtratadas. Aseguraron que había muy pocas pruebas que apoyasen la opinión de Mintzes y otros de que la publicidad conduce a la prescripción inapropiada o dañina,  » limitan los derechos de las personas a tener toda la información que necesitan para tomar decisiones acerca de su salud».   

Un punto débil de este argumento es que no reconoce la polémica y la incertidumbre en torno a las decisiones de las enfermedades comunes que, según ellos, no se diagnostican lo suficiente.

Si, para empezar, se exageran las estimulaciones acerca del número de personas que padecen dolencias y que requieren tratamiento -como algunos consideran que es el caso del colesterol elevado y la depresión, por poner un ejemplo-, entonces las afirmaciones de que estas enfermedades están subtratadas merecen ser recibidas con altas dosis de escepticismo. En el caso del TDPM, asegurar  que no se diagnostica ni se trata lo suficiente no tiene ningún sentido si la enfermedad ni siquiera existe.

Según un importante informe escrito por la industria farmacéutica europea como parte del empeño en relajar las regulaciones sobre publicidad, hay pruebas sólidas de que enfermedades como el Alzheimer, la depresión, el cáncer y las dolencias cardiacas están subtratadas . 19 No obstante, dos investigadores italianos que analizaron el informe refutaron estas afirmaciones, alegando que el informe de la industria citó las pruebas de manera sesgada, haciendo referencia a los estudios que demuestran los casos de subtratamiento, pero dejando de lado otros estudios con ejemplos de abuso de tratamiento. «No se cita ni un solo estudio sobre uso exagerado, solamente se mencionan los casos de uso insuficiente», concluyeron los italianos. 20

Nadie duda de que haya gente que no recibe la atención médica que realmente necesita, particularmente entre la población pobre de las naciones ricas y los países en desarrollo. Y es lícito cuestionarse si gastarse millones en anuncios sobre el TDPM en la televisión y las revistas sea la mejor manera de solucionar este problema. Con referencia, la falta de tratamiento está más asociada con la carencia de recursos o acceso que con la falta de información. Y en cuanto a la afirmación de que la publicidades es la mejor manera de educar, informar e impulsar una mayor variedad de opciones, el subdirector de JAMA, el Dr. Drummond Rennie, no está de acuerdo.  » La publicidad directa al consumidor no tiene nada que ver con la educación del público y sí con (…) el aumento de las ventas del producto».21

La historia reciente de las dolencias noveles como el TDPM también está muy asociada con e estímulo de las ventas, en este caso de antidepresivos. Si analizamos detenidamente esta historia, obtendremos una prespectiva fascinante del proceso por el que se trae al mundo una nueva enfermedad, y de los diversos actores que la alimentan en los años previos a su debut en el escenario mundial, mediante elaborados anuncios televisivos. Para subrayar lo polémico que en realidad resulta este trastorno, baste con decir que las autoridades europeas de salud terminaron prohibiendo a Lilly que promocionase Procaz para el TDPM, porque era «una enfermedad con identidad bien establecida en Europa». 22

Como la idea de que la menopausia es una enfermedad causada por la deficiencia de estrógenos, los estudiosos rastrean el origen del concepto moderno del TDPM en la década de 1930, cuando se acuñó por primera vez el término «tensión premenstrual». Ya en 1960, la comunidad médica describía el «síndrome premenstrual» (SPM), caracterizado por síntomas corrientes como la retención de líquidos, irritabilidad y mal humor. Al escribir sobre la historia del SPM, investigadoras feministas como Joan Chrisler y Paula Caplan han descubierto que hay tantas definiciones diferentes que resulta casi imposible establecer un concepto general. Aun más, han llegado a contar hasta 150 síntomas supuestamente asociados con la enfermedad. «El concepto  del SPM es tan vago y flexible que casi todas las mujeres pueden identificarse con éste». 23

Al examinar las referencias al SPM en la cultura popular y en la literatura médica, Chrisler y Caplan se dieron cuenta de que se trata de una noción esencialmente occidental, y de que la mayoría de los estudios se han hecho en Europa, Norteamérica y Australia. Si bien las mujeres de cualquier parte del mundo experimentan tensión, irritabilidad y retención de líquidos antes del periodo, muchas no lo consideran anómalo ni sienten que requieran la intervención de un profesional.

Las dos autoras argumentan que mucho antes de la creación del TDPM, el uso extendido del término «síndrome premenstrual» ya había medicalizado los ciclos menstruales, es decir, el mismo ciclo se había convertido en un problema médico que necesitaba una solución.

Aunque son muy críticas de lo que perciben como un claro ejemplo de la medicación innecesaria, ambas reconocen que muchas mujeres sienten que sus preocupaciones no se toman en serio sino se les da una explicación médica. De la misma manera, argumentan, mucha gente puede pensar que el debate sobre SPM es favorable a las mujeres, y calificar de insensibles y poco comprensivos a quienes rechazan la idea de darle una etiqueta médica.

Con la incertidumbre y el debate sobre la definición y significado del SPM como telón de fondo, a mediados de los años 1980 un pequeño grupo de psiquiatras y otros colaboradores de la American Psychiatric Association (Asociación Americana de Psiquiatría) se reunieron para intentar definir una enfermedad. La idea era diferenciar las quejas premenstruales normales de una grave modalidad de perturbaciones del humor que iba y venía cada mes, pero que resultaba lo bastante seria en algunas mujeres como para incapacitarlas y solicitar un tratamiento. El grupo fue impulsado por la respetable figura del Dr. Robert Spitzer, en aquel momento responsable de la revisión de la biblia de la psiquiatría, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM).24

Cada vez que el DSM se revisa se añade nuevos trastornos, pero en las últimas décadas, las cifras se han multiplicado. En términos físicos, el libro comenzó siendo un volumen delgado, pero desde entonces se ha metamorfoseado en un tomo grueso. Bajo la dirección de Robert Spitzer -colega de Jean Endicott en el New York State Psychiatric Institute- ,el número de nuevas enfermedades catalogadas en el DSM se ha disparado. Tan deseoso estaba de añadir nuevas enfermedades al manual, que el ahora anciano Spitzer confiesa que algunos de sus colegas más jóvenes solían bromear con él acerca de que no había trastorno que no le gustara.25

El TDPM ha sido una de las dolencias que más polémica ha despertado al incluirse, y se conocía en principio por el poco elegante nombre de trastorno disfórico de la fase luteal tardía (LLPDD, por sus siglas en inglés) cuando el comité de Spitzer se sentó a discutirlo, en el verano de 1985.

Según el recuento de Spitzer de los acalorados debates de aquel periodo, incluso en el mismo comité no se ponían de acuerdo sobre si incluir o no aquel supuesto trastorno mental nuevo en el DSM. Parte del recelo obedecía a lo poco que se sabía sobre sus causas, o sobre cómo tratarlo, críticas que tanto Spitzer como sus colegas reconocen. Sin embargo, resulta irónico que esta falta de conocimiento se convirtiese en una poderosa razón para crear la nueva enfermedad, gracias a los entusiastas que alegaron que su inclusión en el DSM facilitaría más investigaciones sobre su origen y tratamiento,26

Otra preocupación esencial que algunos miembros del comité de Spitzer comentaron desde el inicio fue que como todas las mujeres experimentan distintos grados de síntomas premenstruales, existía el peligro de que los psiquiatras terminasen etiquetando de trastorno mental lo que no era más que aspectos normales de la vida cotidiana. A pesar de que también admitieron como válida esta inquietud, Spitzer y quienes lo apoyaban replicaron que lo mismo podía argüirse con respecto a muchos trastornos mentales consolidados. Por ejemplo; la depresión no era más que una forma extrema de tristeza. El argumento de Spitzer era que este tipo de dolencias había que ser muy cuidadoso a la hora de establecer las fronteras entre lo normal y lo anómalo. Pero no explicó de qué manera podían sobrevivir esos límites en la vorágine del marketing de medios, diseñado específicamente para desdibujarlos. Si bien sobre el papel los criterios estrictos que definen las enfermedades con gran potencial de incapacitación pueden parecer una barrera razonable para un grupo de psiquiatras, en el mundo real de la promoción de fármacos una mujer que tiene dificultades para desenganchar un carro de la compra, vista por millones de personas en Estados Unidos, se convierte en la definición de un nuevo trastorno.

A pesar de las objeciones de dos de sus miembros, el comité original de Spitzer recomendó la inclusión de la enfermedad, entonces conocida como LLPDD, en el DSM. La recomendación suscitó un aluvión de críticas de algunos grupos de mujeres y de asociaciones profesionales, subrayando lo prematuro de tal adición. La solución de compromiso fue la de incluir la nueva enfermedad, pero sólo en el apéndice del manual, como un trastorno que requiere más investigación. Por lo tanto, ni siquiera entraba dentro de la categoría oficial cuando la siguiente versión del manual se publicó, en 1987. 27

Seis años más tarde durante los prolegómenos de la siguiente revisión del DSM, otro comité volvió a debatir sobre lo mismo. A pesar de haber revisado cientos de estudios, los miembros del comité concluyeron que aún había muchas dudas en torno a la definición de la enfermedad. No se llegó a un consenso sobre si se trababa de una enfermedad psiquiátrica aparte, y se requería más investigación para resolver la disputa. En aquel momento el nombre «trastorno disfórico de la fase luteal tardía» fue sustituido por el de trastorno disfórico premenstrual, pero siguió incluido en el DSM como una dolencia que debía investigarse en mayor profundidad.

 

En este punto, sin embargo, se produjo otra circunstancia significativa. A pesar de las dudas y disputas del comité, los editores de manual tomaron la inusual decisión de clasificar el TDPM como un auténtico trastorno depresivo y lo incluyeron en el cuerpo principal del DSM, aunque continuaba en el apéndice del manual calificado como enfermedad provisional no oficial que necesitaba de más investigaciones. Aunque esto resultaba algo contradictorio, fue importante desde el punto de vista comercial, porque otorgó al TDPM un preciado código que permitiría a los médicos prescribir fármacos para tratarlo, y a las mutuas cubrir el coste de estos fármacos.28  

Fue entonces cuando los rifirrafes entre los científicos que discutían sobre esta nueva enfermedad se convirtieron en grandes desacuerdos. La psiquiatra Sally Severino -miembro del comité que intentaba definir la nueva enfermedad- recuerda que fue entonces que se alejó de sus colegas Spitzer y Endicott. Los datos no probaban la existencia del TDPM como un diagnóstico válido, afirmo. La decisión de convertirlo en un trastorno depresivo estuvo más basada en consideraciones políticas que científicas.29 Hacer que la enfermedad adquiriese una mayor legitimidad como enfermedad mental, explicó Severino, abrió el camino para el lucrativo financiamiento de estudios por parte de las compañías farmacéuticas. «En lo que a mí respecta, la decision no se basó en los datos que examinamos». Entonces, ¿existe el TDPM? «Buena pregunta «, rió

Medicamentos que nos enferman

Lo que sucedió a continuación ayudaría a catapultar una enfermedad desconocida, oficiosa y para algunos inexistentes, desde las últimas páginas de un manual de psiquiatría a las portadas de las revistas de moda y a las pantallas de televisión en todo el mundo, gracias a Lilly, conocida sobre todo por su antidepresivo superventas Prozac – cuyo nombre químico es fluoxetina–  estaba a punto de vencer, y Lilly se enfrentaba a la perspectiva de perder cientos de millones de dólares debido al surgimiento de genéricos más baratos. Obtener la aprobación de un fármaco para el tratamiento de una nueva enfermedad quizá daría impulso a las ventas.

A finales de 1988, Lilly ayudó a financiar una pequeña reunión sobre el TDPM, calificada pomposamente de «mesa redonda» de investigadores. Esta reunión de tan sólo dieciséis expertos tuvo lugar en la ciudad de Washington, y a ella asistieron funcionarios de la FDA y al menos cuatro representantes de Lilly. Al frente; Jean Endicott, de la Universidad de Columbia, que llevaba una década impulsando la aceptación de este trastorno. Esta vez, sin embargo, Endicott tenía de su lado a un gigante farmacéutico.

A los doce meses, los resúmenes de aquella «mesa redonda» se publicaron en un artículo de una revista médica que afirmaba que se había llegado a un consenso científico sobre la calificación del TDPM como «entidad clínica diferenciada.»32 Aunque el artículo apareció en una revista de poca importancia, su publicación brindaría credibilidad a las afirmaciones de que se trataba de un trastorno real y ayudaría a convencer a la FDA de que diese su visto bueno al fármaco de Lilly para el tratamiento de la enfermedad, apenas unos meses más adelante. Aunque se les solicitó, ni los representantes de Lilly ni los de la FDA hablaron públicamente sobre la mesa redonda. Ninguno de ellos ha ofrecido explicaciones acerca del hecho de que una reunión patrocinada por un laboratorio pueda, por lo visto, tener un papel tan importante en la aceptación de una enfermedad y en la aprobación simultánea del fármaco del patrocinante. Aunque es evidente que la mesa redonda se planeó para ayudar a obtener la aprobación del nuevo uso del Prozac, también pretendía acabar con la incertidumbre científica sobre la existencia o no del TDPM. Tal y como sucedieron las cosas sólo sirvió para poner de manifiesto que la polémica seguía en pie.

La reunión se produjo a la sombra de una sola compañía, Lilly. Fue impulsada por una sola compañía y sólo sus representantes estuvieron presentes. Lilly ha rechazado numerosas solicitudes de entrevistas y ha rehusado contestar una de las preguntas claves de este caso: ¿Cual fue su papel en la transformación de los resúmenes de la mesa redonda en un artículo publicado en una revista médica, artículo que ayudó a proporcionar los fundamentos científicos para la aprobación del antidepresivo de la compañía para esta controvertida enfermedad? En el mundo de la medicina, la práctica de los artículos financiados por compañías y escritos por «negros» está muy extendida, particularmente en el campo de la psiquiatría.33  Cuando se le preguntó sobre el hecho de que los laboratorios financien actividades científicas de tal importancia -en las que se debate la existencia de nuevos trastornos-, Endicott tan sólo explicó: «Así son las cosas de la vida».34

Críticos como Paula Captlan alegan que desde el inicio de 1990 no han surgido nuevas pruebas científicas que demuestren que se trata de una enfermedad, de modo que en la época de la mesa redonda de 1998, el TDPM aún no merecía el estatus de trastorno mental diferenciado. La psiquiatra Sally Severino está de acuerdo. Jean Endicott disiente y afirma que había nuevas y significativas pruebas, aunque no muchas. A pesar de las limitadas pruebas que Endicott mencionaba, incluso desde el punto de vista del artículo resultaba claro que aún había mucha incertidumbre en torno a este trastorno, incluso dentro del pequeño grupo de expertos escogidos a dedo que asistieron a la reunión.35

El resumen que Endicott hace de la mesa redonda incluye un importante matiz, que apunta a la permanencia de ciertas dudas. «La mayoría de los representantes están convencidos (quizás en grados diferentes) de que el TDM es una identidad diferenciada». Pero a pesar de las dudas y los desacuerdos, la reunión patrocinada por Lilly tuvo dos conclusiones esenciales: había un presunto consenso acerca de la existencia de la enfermedad, y la mayoría de los representantes opinaba que había suficientes pruebas que avalaban  el uso de antidepresivos como Prozac para tratarla.

En la Navidad de 1999, en una reunión de consultores de la FDA se votó unánimemente a favor de la aprobación de la fluoxetina de Lilly para el tratamiento del TDPM. Poco después, la FDA dio luz verde de manera oficial al laboratorio para la comercialización del fármaco para el TDPM, y la compañía organizó su pertinente lanzamiento. Pero los acontecimientos dieron un giro sin precedentes, y la píldora no se lanzó con el nombre de Prozac. Lilly había encargado unos sofisticados estudios de mercado con médicos y potenciales pacientes, y como resultado decidió dar a Procaz unos nuevos y atractivos colores azul y rosa, además de ponerle el nombre de Sarafem.

Para especialistas en marketing farmacéutico como Vicen Parry, la historia del TDPM y Sarafem es un gran ejemplo de cómo una compañía «fomenta la creación de una enfermedad y la asocia con un fármaco».  36

Parry trabajó para Lilly en esta campaña, que describe como una contribución al esfuerzo «de información sobre la información sobre la enfermedad y el fármaco». En primer lugar, explica, la compañía patrocinó una «iniciativa de prelanzamiento» para dar a conocer la enfermedad. «Al cambiar el nombre de Prozac a Sarafem -con píldoras de color azul lavanda, promocionadas con imágenes de girasoles y mujeres atractivas-, Lilly creó una marca que se ajustaba como un guante a las características de la enfermedad».37

En el caso del TDPM y Sarafem,continúa, los estudios de mercado de Lilly se centraron en la mejor manera de denominar la marca y la enfermedad, para descubrir el lenguaje con el que las mujeres se sentía cómodas. El TDPM, según Parry, «tiene una cierta personalidad en la que se pueden ver reflejadas (…), incluso las mujeres que salían en los anuncios creados para la ocasión no tenían el aspecto atemorizado de las personas  deprimidas. Se trataba de mujeres seguras, con confianza en sí mismas, que no tenían miedo de pedir ayuda y que reconocían que era una enfermedad de la que no tenían por qué avergonzarse; todos estos factores se desarrollaron con la ayuda de las propias pacientes, para asegurarnos de obtener resultados concluyentes».38

No obstante, a pesar del gran empeño de Lilly y Parry, la «personalidad» tanto de Sarafem como del TDPM resultó un tanto equívoco, en parte debido a algunas reacciones negativas que suscitó el anunciodel carro de la compra difundido en todo Estados Unidos. Hasta la FDA -tan amiga de la industria- reaccionó alegando que el anuncio banalizaba la seriedad de este presunto trastorno mental nuevo, al asociarlo con los problemas menstruales normales. En una carta a Lilly, la FDA fue particularmente crítica con el pegadizo lema: «¿Crees que es SPM? Podría ser TDPM». 39

La carta explicaba que el anuncio nunca establecía claramente la diferencia entre el SPM y el TDPM y, por lo tanto, «ampliaba» la enfermedad hasta límites irrazonables. Si bien la FDA ha aceptado sin reservas la existencia del TDPM, sus críticas refuerzan, irónicamente, los recelos de aquéllos que piensan que la vida cotidiana se está convirtiendo en una enfermedad . Según la investigadora Barbara Mintzes, «estos anuncios de verdad te venden panacea de que ya no tienes que lidiar con lo que solía ser una parte normal de la vida».40 Y la psicóloga Paula Caplan comenta, «en pocas palabras, ves que toman una experiencia corriente y la convierten en una enfermedad mental». 41

La inquietud de Caplan sobre la trivialización de problemas verdaderamente graves proviene de una perspectiva diferente que la de la FDA. Caplan se preocupa por la posibilidad de que una calificación psiquiátrica como el TDPM se use para cubrir o enmascarar las fuentes reales del dolor y la angustia que sufren algunas mujeres cuando tienen el periodo. Estas fuentes pueden incluir un historial de relaciones violentas, circunstancias de vida estresantes, pobreza o acoso; problemas que claramente una píldora  no puede resolver.42

A pesar de estas dudas, el marketing tanto de la nueva enfermedad como del antidepresivo para su tratamiento continúa a buen paso en Estados Unidos. En Europa, sin embargo, la comercialización de Sarafem / Prozac (fluoxetina) para el TDPM se interrumpió abruptamente. A mediados de 2003, tras deliberar sobre el etiquetado estándar de productos en  toda Europa, el principal organismo regulador emitió una mordaza declaración en la que se planteaba seriamente la existencia de la enfermedad. También criticaba con fiereza la calidad de las pruebas clínicas de la compañía que pretendían mostrar los beneficios del fármacos.

Una comisión de la Agencia Europea de Evaluación de Productos Medicinales indicó que «el TDPM no es una enfermedad firmemente consolidada en Europa. No está incluida en la Clasificación Internacional de Enfermedades y continúa siendo un diagnóstico que investigar en el DSM IV«. Pero su siguiente conclusión fue la razón más poderosa que se esgrimió para detener la promoción de Prozac para el TDPM, y se hacía eco del argumento, ahora familia, de las feministas. «Existen grandes recelos acerca de la posibilidad de que las mujeres con síntomas premenstruales menos graves reciban un diagnóstico erróneo de TDPM, lo que traduciría en el uso extendido de fluoxetina a corto plazo y largo plazo».43

A continuación, los reguladores criticaron vigorosamente dos de los principales estudios de Lilly sobre Prozac/fluoxetina para el TDPM, afirmando que eran muy deficientes. Se trataba de pruebas de corta duración, las pacientes no eran de muestra representativa de quienes recibirían el fármaco y, aún peor, no quedaba claro lo que se medía en los estudios, con lo que el valor de los resultados era cuestionable en cualquier caso. Los descubrimientos condenatorios de esta comisión contrastan marcadamente con las conclusiones de la mesa redonda patrocinada por Lilly con expertos estadounidenses: las autoridades reguladoras europeas no estaban en absoluto convencidas de que hubiese pruebas suficientes que justificasen el uso de Prozac, de la farmacéutica Lilly, para el TDPM.

Paula Caplan agradeció el gesto. «Creo que es una decisión maravillosa», comentó. «Esta estrecha vigilancia sobre fundamentos científicos en los estudios es muy poco común y debe ser elogiada». A Jean Endicott no le impresionó, afirmando que la decisión hacía un pobre servicio a las mujeres. Lilly se obligaba a informar por carta a los médicos en Europa sobre la decisión de las autoridades de prohibir el Prozac para el TDPM, una medida que, como era de esperar, el portavoz de la compañía calificó de «desafortunada». 44

Aunque la FDA criticó los primeros anuncios de Lilly, el organismo regulador de Estados Unidos ha seguido dando su aprobación a otros antidepresivos similares para el TDPM, incluyendo Zoloft de Pfizer y Paxil de GSK.

Y como ocurre hoy en día con la aprobación de muchos fármacos, está viene acompañada de «campañas de información», financiadas por las compañías, sobre la enfermedad que el medicamento ha sido aprobado para tratar. El marketing de Pfizer del TDPM incluso llega a utilizar parte de las palabras y conceptos empleados por Lilly.

«¿Estás perdiendo días por lo que crees que es SPM? Si es así, podría tratarse de TDPM»

                                                                                                                   Anuncio de Zoloft

Es muy probable que estos anuncios más recientes no hayan sido sometidos al mismo escrutinio por parte de las autoridades que el de los primeros anuncios de Lilly, en el año 2000. Poco después de asumir el poder ese mismo año, la administración Bush designó a un fiscal como consejero oficial de la FDA, un abogado que previamente había trabajado como consultor legal del lado de la compañías farmacéuticas y contra la FDA. Su llegada supuso una serie de nuevos procedimientos que exigían que las cartas de advertencia para las compañías farmacéuticas primero tenían que ser aprobadas por su departamento, donde inevitablemente se acumulaban. Lo que solía ser un torrente continuo se terminó convirtiendo en un lento goteo, y las cartas se enviaban con tanto retraso que más de una vez llegaron al laboratorio mucho después de que la campaña cuestionada hubiese terminado. 45

Los anuncios de GSK para Paxil y el TDPM son incluso más descarados en su empeño por difuminar las barreras entre la vida ordinaria y la enfermedad mental.

                           «Siempre pensé que no era más que SPM. Ahora sé que no es así. ¿Malhumorada ¿Susceptible? Podría ser TDPM»46

Dado que este tipo de campañas claramente dirigen a mujeres normales y sanas que experimentan problemas comunes, el tema de los efectos secundarios adquiere mucha más importancia. Un típico efecto secundario de estos tres fármacos son los problemas sexuales serios. Y como se ha descubierto, muchos años después de su aprobación original, los efectos secundarios de Paxil son particularmente inquietantes, incluyendo problemas tras su retirada que pueden llegar a ser muy graves. 47

Pero el problema de la retirada es sólo uno de los retos del superventas Paxil, también conocido como Seroxat y Aropax. Uno de los antidepresivos más vendidos en el mundo, este fármaco también se convirtió en la gallina de los huevos de oro de GSK, el gigante angloamericano de los laboratorios. Buena parte del éxito extraordinario de Paxil se debió a que estaba aprobado para tratar más enfermedades que casi todos sus competidores.

En última instancia, sin embargo, la dolencia más polémica no fue el TDPM, sino un oscuro trastorno psiquiátrico que la compañía puso en primer plano al afirmar que una de cada ocho personas lo padecía. Para ayudarlo a lanzar este nuevo trastorno, GSK recurrió a una de las empresas de comunicación más grandes del mundo. Esta compañía dirigiría una campaña de relaciones públicas con varios premios en su haber que se convertiría en un caso clásico de la venta de enfermedades.

   Fuente:  2005 Ray Moynihan y Alan Cassels. Selling sickness. How drug companies are turning us all into patients.

Aconsejo su lectura de principio a fin de maravilloso Best Seller Mundial.

Edición española. Primera edición: junio de 2006. Cuyo artículo publicado pertenece al mismo. Sin embargo; su traducción y estilo dejan mucho que desear desde mi modesta opinión.

Traducción: Helga Montagut. Diseño de la cubierta: Toni Miserachs. De igual modo deja mucho que desear dado el mensaje directo de los autores, siempre desde mi humilde punto de vista.

MUCHO RUIDO POR NADA

WILLIAM SHAKESPEARE

                                        ESCENA III

                                                                  [El jardín de Leonato]

Entra Benedicto, solo.

BENEDICTO. ¡Muchacho!

Entra el muchacho.

       12 Esto parece implicar cierta malicia sobre las consecuencias, por parte de Margarita, en relativo desacuerdo con que al final de la obra se la considere casi inocente de la trama. Algunos editores sustituyen aquí «Claudio» por «Borrachio».

MUCHACHO. ¿Señor?

BENEDICTO. En la ventana de mi cuarto hay un libro. Tráemelo aquí al jardín.

MUCHACHO. En seguida estoy aquí. (Se va.)

BENEDICTO. Ya lo sé, pero querría que te hubieras ido y que estuvieras aquí otra vez. Me extraña mucho que cuando un hombre ve lo tonto que es otro hombre cuando entrega al amor sus acciones, después de haberse reído de tan bobas locuras en otros, se convierta en el motivo de su propia burla enamorándose: tal hombre es Claudio.

Le he conocido cuando no había para él otra música que el tambor y el pífano, y ahora prefiere oír el tamboril y la dulzaina. Le he conocido cuando era capaz de andar diez millas a pie para ver una buena armadura, y ahora está diez noches sin dormir discurriendo el corte de un nuevo jubón. Solía hablar sencillo y conforme al asunto, como hombre honrado y como soldado, y ahora se ha vuelto un diccionario; sus palabras son un banquete fantástico hecho todo de platos raros. ¿Podría yo convertirme así y seguir mirando con estos ojos?  no puedo decir: creo que no. No juraré que el amor no me ha de transformar en una ostra, jamás hará de mí un tonto semejante. Una mujer es bella, pero yo estoy bien; otra es lista, pero yo estoy bien; otra, virtuosa, pero yo estoy bien. Mientras todas las gracias no estén en una sola mujer, una sola mujer no obtendrá mi gracia. Rica ha de ser, eso es seguro; lista, o no la quiero; virtuosa, o jamás la contrato; bella, o jamás la miro; dulce, o que no se me acerque; noble, o no doy por ella un ducado; 13 de buena conversación, excelente música, y el pelo, que lo tenga del color que Dios quiera. Ah, ahí están el Príncipe y don Amor: me esconderé en el emparrado. (Se esconde.)

DON PEDRO. Ea, ¿vamos a oír esa música?

CLAUDIO. Sí, mi buen señor. ¡Qué silencioso está el anochecer, como acallado adrede para agraciar la armonía!

DON PEDRO. ¿Veis dónde se ha escondido Benedicto?

CLAUDIO. Muy bien, señor; en cuanto acabe la música le daremos su merecido a ese zorro. 14                                                                                                                                                                        (Entran Baltasar, con músicos.)

mucho-ruido

DON PEDRO. Vamos, Baltasar, queremos oír otra vez esa canción.

BALTASAR. Ah, mi buen señor, no obliguéis a tan mala voz a calumniar a la música más de una vez.

DON PEDRO. Siempre es testimonio de perfección ocultar con rostro desconocido la propia perfección. Por favor, canta, y no hagas que te corteje más.

       13  Sustituimos el juego con angel, «ángel» y «moneda».                                                                               

      14  Alusión a la fábula de Chivo y el Zorro, que se encuentran en El calendario del pastor, de Spenser.

BALTASAR. Puesto que habláis de cortejar, cantaré, ya que muchos cortejadores empiezan por hacer la corte a mujeres a las que no creen dignas, y sin embargo, cortejan y son capaces de jurar que aman.

DON PEDRO. Bueno, empieza, por favor, o si quieres seguir discutiendo, hazlo con notas.

BALTASAR. Antes de mis notas, notad que no hay nota mía que no sea digna de ser notada.

DON PEDRO. Vaya, está hablando en clave con tanta nota. Anota notas, no tardes, pardiez. 15

BENEDICTO. Bueno, aire divino, ahora su alma está arrebatada. ¿No es extraño que unas tripas de oveja saquen las almas del cuerpo a los hombres? Bueno, un cuerno por el dinero que saque cuando todo acabe. [Canta.]

[BALTASAR]. 16 Señoras, basta ya de suspirar: los hombres siempre han sido engañadores.             Nunca fueron constantes sus amores, con un pie en tierra y otro pie en el mar.

No suspiréis, dejadles ir allá, y quedaos tan frescas como rosas, convirtiendo las quejas dolorosas en un alegre tralaralará.

        15  En el original: note notes forsooth, and nothing.

       16  En el original falta la indicación BALTASAR.

No cantéis más endechas de congojas, dejad las penas, consolaos ya; siempre es traidor el hombre y así va desde que los veranos traen hojas; no suspiréis, dejadles ir allá, etc.

DON PEDRO. Buena canción a fe mía.

BALTASAR. Y mal cantor, señor.

DON PEDRO. ¡Ah, no, no, de veras!  Cantas bastante bien a falta de cosa mejor.

BENEDICTO. Si hubiera sido un perro quien hubiera aullado así, le habrían ahorcado, y quiera Dios que su mala voz no presagie desgracia. Habría preferido oír al cuervo nocturno, cualquiera que fuera la calamidad que la siguiera.

DON PEDRO. [después de hablar en voz baja con Claudio y Leonato]. Eso, pardiez, ¿oyes Baltasar? Por favor, búscame buenos músicos, pues mañana por la noche queremos que vayan a la ventana de la alcoba de doña Hero.

BALTASAR. Los mejores que pueda. ( Se va.)

DON PEDRO. Hazlo así, adiós. Venid acá, Leonato:¿ qué es lo que me decíais hoy de vuestra sobrina Beatriz estaba enamorada de signor Benedicto?

CLAUDIO. [ Sin que le oiga Benedicto]. Andad allá, anda allá que el pájaro se ha posado.            [ Alto.] Nunca creí que esa dama amara a ningún hombre.

LEONATO. Ni yo tampoco, pero lo más prodigioso es que enloquezca así por el signor Benedicto, a quien siempre pareció aborrdecer por todas las señales exteriores.

BENEDICTO. [ Escondido]. ¿ Es posible ? ¿ De ese lado sopla el viento ?

LEONATO. A fe mía, señor, no sé qué pensar de ello, pero que ella le quiera con tanta furia, es algo que sobrepasa el extremo del pensamiento.

DON PEDRO. Quizá no haze más que fingir.

CLAUDIO. A fe, es bastante probable.

LEONATO. ¡Oh Dios! ¿ Fingir ? Nunca ha habido un fingimiento de pasión que se acercara tanto a la realidad de la pasión como el que ella muestra.

DON PEDRO. Pues ¿ qué efectos de pasión muestra ?

CLAUDIO. [ sin que le oiga Benedicto]. Poned buen cebo en el anzuelo; este pez picará.

LEONATO. ¿ Qué efectos señor ? Se queda sentada… [ A Claudio. ] Ya has oído a mi hija contar cómo.

CLAUDIO. Sí, en efecto.

DON PEDRO. ¿Cómo, cómo, por favor? Me dejáis pasmado; yo habría creído que su espíritu era invencible contra los ataques del amor.

LEONATO. Yo habría jurado que era así, señor, especialmente contra Benedicto.

BENEDICTO. Creería que es una burla si no lo dijera ese tipo de la barba blanca: seguro que la villanía no puede ocultarse en tal respetabilidad.

CLAUDIO: [sin que le oiga Benedicto]. Ya tiene el contagio: sujetadle firme.

DON PEDRO. ¿Ha hecho saber su afecto a Benedicto?

LEONATO. No, y jura que nunca se lo hará saber; ése es su tormento.

CLAUDIO. Es verdad, en efecto, eso dice vuestra hija. Dice ella: «Yo, que tantas veces me he enfrentado despreciativamente con él, ¿voy a escribirle que le quiero?»

LEONATO. Eso lo dice cuando empieza a escribirle, pues se levanta veinte veces de noche, y se queda sentada, en peinador, hasta que ha escrito una hoja de papel. Mi hija nos lo cuenta todo.

CLAUDIO. Ahora que habláis de escribir, recuerdo una linda broma que nos contó vuestra hija.

LEONATO. Ah sí, que cuando había escrito la carta y la releía, encontró que «Benedicto» estaba encima de Beatriz».17

CLAUDIO. Eso.

LEONATO. Ah, rompió la carta en mil pedazos, injuriándose a sí misma por ser tan indecorosa al escribir a uno que ella sabía que se le burlaría. «Le mido -dice- por mi propio espíritu, pues yo me burlaría de él si me escribiera; sí, aunque le quiero, me burlaría de él.»

       17 En el original hay un juego con sheet, «hoja de papel» y «sábana»: literalmente: encontró a Benedicto y Beatriz en la sábana».

CLAUDIO. Luego cae de rodillas, llora, solloza, se golpea el corazón, se arranca el pelo, reza, maldice «¡Ah, dulce Benedicto! ¡Dios me dé paciencia!»

LEONATO. Eso hace, en efecto, según me cuenta mi hija, y la agitación la ha abrumado tanto que mi hija a veces teme que atente desesperadamente contra ella misma; es mucha verdad.

DON PEDRO. Sería bueno que Benedicto lo supiera por algún otro, si ella no lo revela.

CLAUDIO. ¿Para qué? No haría más que tomarlo a broma a atormentar más a la pobre dama.

DON PEDRO. Si eso hiciera, sería caritativo ahorcarle. Ella es una dama excelente y dulce, y virtuosa por encima de toda sospecha.

CLAUDIO. Y extraordinariamente inteligente.

DON PEDRO. En todo, menos en enamorarse de Benedicto.

LEONATO. Ah, señor, cuando la sensatez y la sangre combaten en tan tierno cuerpo, se puede apostar diez contra uno a que la sangre obtendrá la victoria. Lo siento por ella, como como tengo buen motivo por ser su tío y su tutor.

DON PEDRO. Ojalá me hubiera concedido a mí su locura de amor; yo habría saltado por encima de toda otra consideración y la habría hecho la mitad de mí mismo. Por favor, contádselo a Benedicto, y oíd qué dice.

LEONATO. ¿Creéis que sería bueno?.

CLAUDIO. Hero piensa que es seguro que ella se morirá, pues dice que ha de morir se él no la quiere, y que ella morirá antes de dejar que se conozca su amor; y si él la corteja, ella morirá antes que menguar en nada su acostumbrada manía de llevar la contraria.

DON PEDRO. Hace muy bien; si ella le ofreciera su amor, es muy posible que él lo despreciara, pues, como todos sabéis, ese hombre tiene un carácter despreciativo.

CLAUDIO. Es un hombre muy como es debido.

DON PEDRO. Desde luego, tiene un buen aspecto exterior.

CLAUDIO. Muy inteligente, a mi juicio y delante de Dios.

DON PEDRO. En efecto, muestra algunas chispas que parecen ingenio.

CLAUDIO. Y creo que es valiente.

DON PEDRO. Como Héctor, os lo aseguro; y podéis decir que es juicioso en manejar riñas, pues o las evita con gran discreción, o las acepta con buen temor de Dios.

LEONATO. Si tiene temor a Dios, por fuerza tiene que mantener la paz; y si quebranta la paz, debe entrar en pelea con temor y temblor.

DON PEDRO. Y eso hace, pues ese hombre teme a Dios, por más que no lo parezca en ciertas bromas pesadas que gasta. Bueno, lo siento por vuestra sobrina. ¿Vamos a buscar a Benedicto y le contamos su amor?

CLAUDIO. No le habléis nunca, señor; que se le pase a ella pensándolo mejor.

LEONATO. No, eso es posible: antes se le pasará la vida. 18

DON PEDRO. Bueno, ya sabremos más de eso por vuestra hija: dejemos que se enfríe mientras tanto. Quiero mucho a Benedicto, u me gustaría que se examinara a sí mismo con modestia para ver qué poco digno es de tan valiosa dama.

LEONATO. Señor, ¿queréis poneros en marcha? La comida está preparada.

CLAUDIO. [aparte]. Si no se vuelve loco por ella después de esto, jamás me fiaré de mis esperanzas.

DON PEDRO. Hay que tenderle a ella la misma red, y eso deben hacerlo vuestra hija y sus damas de compañía. La broma será cuando cada cual crea que el otro está loco de amor, sin que haya tal cosa. Ésa es la escena que querría ver, y será una buena pantomima. Enviémosla a ella a que le llame a comer. (Se van don Pedro, Claudio y Leonato.)

       18  Literalmente, «antes se le gastará el corazón» jugando con wear it, «soportarlo», y wear out, «consumir».

BENEDICTO. Esto no puede ser un truco: la conversación se ha llevado en serio. Ellos saben la verdad de eso por Hero y parecen compadecerse de la dama. Parece que su amor está del  todo entregado. ¿Quererme a mí? Pues habría que corresponder. Ya oigo cómo me critican: dicen que me comportaré con orgullo si me doy cuenta de que el amor viene de ella. Dicen también que ella morirá antes que dar ninguna señal de amor.                                                    Nunca pensé casarme… No debo parecer orgulloso. Dichosos los que oyen sus críticas y las pueden remediar. Dicen que ella es hermosa; es la verdad, y puedo darles testimonios; y virtuosa, así es, no lo puedo negar; y lista, salvo en quererme: a fe mí, eso no habla a favor de su buen juicio, pero tampoco es gran muestra de su locura, porque yo también me he de enamorar terriblemente de ella. Puede ocurrir que rompan contra mí alguna que otra burla y algún resto de ingeniosidad, pero ¿no cambia el apetito? Cuando uno es joven, le gusta comer cosas que de viejo no puede aguantar. ¿Acaso las bromas y las frases y esas balas de papel que dispara el cerebro van a asustar a un hombre para que se aparte de su humor? No, hay que poblar el mundo. Cuando decía yo que moriría soltero, no creía que viviría hasta casarme. Aquí viene Beatriz. Por la luz del día, que es una hermosa dama. Observo en ella algunas señales de amor. (Entra Beatriz.)

BEATRIZ. Contra mi voluntad, me mandan a que os ruegue entrar a comer.

BENEDICTO. Bella Beatriz, os agradezco la molestia.

BEATRIZ. No me he molestado para ser agradecida más de lo que os molestáis en agradecérmelo. Si hubiera sido molestia, no habría venido.

BENEDICTO. Entonces, os procura placer el recado.

BEATRIZ. Tanto como se puede tomar en la punta de un cuchillo para ahogar con él a un cuervo. Signor, no tenéis apetito. Adiós.(Se va.)

BENEDICTO. ¡Ah! «Contra mi voluntad, me mandan a que os ruegue entrar a comer.» Eso tiene doble sentido. «No me he molestado para ser agradecida más de lo que os molestáis en agradecérmelo.» Eso es como decir: «Cualquier molestia que me tome por vos es tan grata como el recibir agradecimiento.» Si no me compadezco de ella, soy un villano; si no la amo, un judío. Iré a buscar un retrato suyo. (Se va.)

 

ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA

                                                               [El jardín de Leonato]

(Entran Hero y dos damas de compañía, Margarita y Úrsula.)

HERO. Buena Margarita, corre al salón; allí encontrarás a mi prima Beatriz conversando con el Príncipe y con Claudio. Susúrrale al oído que estoy aquí con Úrsula, paseando por el jardín, y que nuestra conversación es toda sobre ella. Di que nos has oído sin que te notáramos, y ruégale que se esconda en aquella espesa glorieta donde las madreselvas, maduradas por el sol, prohíben al sol que entre, como favoritos enorgullecidos por los príncipes, que elevan su orgullo contra el poder que lo nutrió. Allí se esconderá para escuchar lo que decimos. Ése es tu encargo: pórtate bien en él, y déjanos solas.

MARGATITA. Os aseguro que la haré venir en seguida. (Se va.)

HERO. Ahora, Úrsula, cuando venga Beatriz, mientras paseamos de un lado para otro por este sendero, nuestra conversación ha de ser sólo sobre Benedicto. Cuando yo le nombre, tu papel ha de ser alabarle más de lo que jamás ha merecido un hombre, y yo he de decirte cómo Benedicto está enfermo de amor  por Beatriz. De esta materia está hecho el  astuto dardo del pequeño Cupido, que sólo hiere de oídas. Ahora empieza, pues mira dónde viene corriendo Beatriz como un pajarillo1 que no se levanta del suelo, para escuchar nuestra conversación.                                                                                                                                                     (Entra Beatriz.)

ÚRSULA. Lo mejor de la pesca con caña es ver al pez surcar con los remos de oro la corriente de plata, y devorar ávidamente el cebo traidor. Así queremos pescar a Beatriz, que ahora mismo se ha escondido en la cobertura de la madreselva. No temáis por mi papel en el diálogo.

HERO. Entonces acerquémonos a ella para que su oído no pierda nada del cebo engañador que le ponemos. [Más alto.] No de veras, Úrsula, ella es demasiado despreciativa; sé que su ánimo es tan esquivo y salvaje como un halcón de las rocas.

ÚRSULA. Y ¿os han encargado que se lo dijerais a ella, señora?

       1 Literalmente, «frailecico», lapwing.

HERO. Me rogaron que se lo dieran a conocer, pero yo les convencí de que, si querían a Benedicto, le dijeran a él que luchara contra el amor sin hacérselo saber nunca a Beatriz.

ÚRSULA. ¿Por qué lo hicisteis así? ¿Ese caballero no merece tan afortunado lecho como aquel en que pueda tenderse Beatriz?

HERO. ¡Oh dios del amor! Sé que merece tanto como pueda concederse a un hombre, pero la Naturaleza jamás ha formado un corazón de mujer con materia más orgullosa que el de Beatriz. El Desprecio y la Burla cabalgan centelleando en sus ojos, desdeñando lo que miran, y su ingenio se tiene en tal alta estima a sí mismo, que para ella cualquier cosa parece floja. Ella no puede amar, ni aceptar forma ni proyecto de amor: tan ufana de sí misma está.

ÚRSULA. Cierto que eso creo yo, y por tanto, es verdad que no sería bueno que ella supiera que él la quiere, no sea que lo tome a diversión.

HERO. Sí, dices la verdad; jam´s he visto un hombre, por inteligente, noble, joven y de aspecto exquisito que fuera, que ella no le leyera las letras al revés: si era rubio, ella juraría que el caballero podría ser su hermana; si moreno, vaya, la Naturaleza, dibujando una caricatura había echado un borrón; si alto, una lanza con mala cabeza; si bajo, un camafeo mal tallado; si hablador, vaya, un vanidoso inflado por todos los vientos; si silencioso, vaya, un estúpido que no se movía con ninguno. Así a todos los hombres los vuelve del revés, y nunca accede a la verdad y la virtud lo que merecen la sencillez y el mérito.

ÚRSULA. Es verdad, es verdad: tal maledicencia no es de alabar.

HERO. No, no, el ser tan difícil t tan fuera de toda moda como es Beatriz, no puede ser digno de alabanza. Pero ¿quién se atreve a decírselo? Si yo hablara, se burlaría de mí hasta disiparme en el aire; ah, se reiría hasta aniquilarme; me aplastaría mortalmente con ingenio.2 Así, dejemos que Benedicto, como un fuego tapado, se consuma en suspiros y se devore por dentro. Sería mejor muerte que morir de burlas, que es tan malo como morir de cosquillas.

ÚRSULA. Pero habladle de ello y oíd qué dice.

HERO. No, antes prefiero ir a Benedicto y aconsejarle que luche contra su pasión, y de veras, ya urdiré algunas calumnias honradas con que manchar a mi prima. No se sabe nunca cuánto puede envenenar el afecto una mala palabra.

ÚRSULA. Ah, no hagáis tal agravio a vuestra prima. No puede faltarle tanto el buen juicio, si tiene un ingenio tan rápido y notable como de la alaba de tener, que rehúse a un caballero tan poco corriente como el Signor Benedicto.

2 Press to death, una forma de ejecución entonces en uso, por aplastamiento.

HERO. Es el mejor hombre de Italia, exceptuando siempre a mi querido Claudio.

ÚRSULA. Os ruego que no os enojéis conmigo, señora, si digo lo que se me antoja: el signor Benedicto es el que tiene mejor fama en Italia en buena figura, aspecto, méritos y valor.

HERO. Desde luego, tiene una fama excelente.

ÚRSULA. Su excelencia de la ganó antes de tenerla, Señora, ¿cuándo estaréis casada?

HERO. Pues todos los días… desde mañana. Ea, vamos adentro: te enseñare algunos trajes para que me aconsejes cuál es el mejor para ponérmelo mañana.

ÚRSULA. Está presa, os lo aseguro. La hemos atrapado, señora.

HERO. Si así resulta, entonces el amar va por casualidades. Cupido mata a unos con flechas y a otros con cepos. (Se van Hero y Úrsula.)

BEATRIZ. ¿Qué fuego hay en mis oídos? ¿Puede ser cierto eso? ¿Estoy tan condenada por mi orgullo y desdén? Adiós, desprecio; adiós, orgullo virginal: a espaldas de ellos, no queda viva ninguna gloria. Y tú, Benedicto, sigue amando; corresponderé a tu amor, domesticando mi salvaje corazón a tu mano amorosa. Si amas, mi benevolencia te incitará a unir nuestros amores en sagrada ligadura. Pues otros dicen que tienes méritos, y yo lo creo mejor que de oídas. (Se va.)

       ESCENA II

[En casa de Leonato]

                                    (Entran don Pedro, Claudio, Benedicto y Leonato.)

DON PEDRO. Me quedo sólo hasta que vuestro matrimonio esté hecho, y luego me voy a Aragón.

CLAUDIO. Os acompañaré hasta allí, señor, si me lo permitís.

DON PEDRO. No, eso sería una mancha en el brillo reciente de tu matrimonio tan grande como enseñar a un niño su traje nuevo y prohibirle que se lo ponga. Sólo me atreveré a pedirle su compañía a Benedicto, pues es todo regocijo, desde la coronilla a la planta del pie. Él ha cortado dos o tres veces la cuerda del arco de Cupido, y el pequeño verdugo no se atreve a disparar contra él. Tiene un corazón tan sano como una campana, y su lengua es el badajo; pues lo que piensa su corazón, lo dice su lengua.

BENEDICTO. Galanes, no soy igual que era.

LEONATO. Eso digo yo: me parece que eres más serio.

CLAUDIO. Tengo esperanzas de que esté enamorado.

DON PEDRO. ¡Que le ahorquen, al bribón! No hay en él una gota de sangre auténtica que pueda estar tocada auténticamente de amor. Si está serio, es que le falta dinero.

BENEDICTO. Me duele una muela.

DON PEDRO. Sácatela.

BENEDICTO. ¡Que la cuelguen!3

CLAUDIO. Primero tienes que colgarla, y luego sacarla.

DON PEDRO. ¿Qué, suspiras por el dolor de muelas?

LEONATO. Donde no hay más que un humor o un gusano.4

BENEDICTO. Bueno, todos pueden dominar un dolor menos el que lo tiene.

CLAUDIO. Sin embargo, yo digo que está enamorado.

DON PEDRO. No hay en él aspecto de antojos, a no ser que sea un antojo con disfraces extraños, como ser hoy holandés, mañana francés, o con el aspecto de dos países a la vez, alemán de cintura para abajo, todo calzones, y español de caderas para arriba, sin jubón. A no ser que tenga un antojo por estas locuras, como parece que tiene, no es un loco para antojos, como queréis que parezca.

CLAUDIO. Si no está enamorado de alguna mujer, no se puede creer en los signos antiguos. Todas las mañanas se cepilla el sombrero: ¿qué ha de significar eso?

       3 Los sacamuelas colgaban, por exhibición, las muelas arrancadas; pero hay también un juego de palabras con to hang, «ahorcar», y su acostumbrada continuación to draw, «sacar», no no ya en sentido de sacar muelas, sino de sacar las entrañas del horcado.

4 Se pensaba entonces que el dolor de muelas era causado por un gusanillo que consumía la dentadura.

DON PEDRO. ¿Le ha visto alguien en el barbero?

CLAUDIO. No, pero se ha visto con él al mozo del barbero, y el antiguo ornamento de sus mejillas ya ha ido a rellenar pelotas de tenis.

LEONATO. Desde luego, parece más joven que antes, por una barba menos.

DON PEDRO. Más aún, se frota con algalia. ¿No olfateáis con eso el asunto?

CLAUDIO. Es tanto como decir que el perfumado joven está enamorado.

DON PEDRO. El mayor síntoma de ello es su melancolía.

CLAUDIO. ¿Y cuándo había tenido costumbre de lavarse la cara?

DON PEDRO. Sí, o de pintarse; pues eso es lo que oigo que dicen de él.

CLAUDIO. Es sólo que su espíritu bromista se ha metido ahora en una cuerda de laúd, y se deja gobernar por las clavijas.

DON PEDRO. En efecto, eso cuenta de él una grave historia. Concluid, concluid, está enamorado.

CLAUDIO. Y además, yo sé quien le quiere.

DON PEDRO. Eso también me gustaría saberlo: estoy seguro de que es una que no le conoce.

CLAUDIO. Sí, y conoce sus malas condiciones, y, a pesar de todo, se muere por él.

DON PEDRO. Será enterrada boca arriba.

BENEDICTO. Pero esto no es un conjuro contra el dolor de muelas. (A Leonato.) Anciano signor, venid a pesar conmigo: he pensado unas cuantas palabras juiciosas que deciros y que no deben oír estos gaznápiros. (Se van Benedicto y Leonato.)

DON PEDRO. Por vida mía; a hablarle de Beatriz.

CLAUDIO. Así es. Hero y Margarita han hecho sus papeles con Beatriz, y ahora los dos osos no se morderán cuando se encuentren.                                                                                                      (Entran don Juan el bastardo.)

JUAN. Mi señor y hermano, Dios os guarde.

DON PEDRO. Buenas tardes, hermano.

JUAN. Si os resulta oportuno, querría hablar con vos.

DON PEDRO. ¿A sola?

JUAN. Si os parece bien, pero el conde Claudio puede oír, pues lo que quiero decir se refiere a él.

DON PEDRO. ¿Qué pasa?

JUAN. [a Claudio]. ¿Vuestra Señoría piensa casarse mañana?

DON PEDRO. Ya sabes que es lo que piensa.

JUAN. No lo sé, cuando él sepa lo que sé.

CLAUDIO. Si hay algún impedimento, os ruego que lo manifestéis.

JUAN. Podéis pensar que no os quiero bien: eso se verá luego, y juzgadme mejor por lo que ahora voy a manifestar, pues mi hermano (creo que porque os estima y por afecto de corazón) ha ayudado a organizar la boda próxima: seguramente, un trabajo mal gastado, y un esfuerzo mal aplicado.

DON PEDRO. Pues ¿qué pasa?

JUAN. He venido aquí a deciros, abreviando los detalles (pues hace demasiado tiempo que se habla de ella): la dama es infiel,

CLAUDIO. ¿Quién Hero?

JUAN. Ella misma, Hero, la de Leonato, vuestra Hero, la Hero de todos.

CLAUDIO. ¿Infiel?

JUAN. La palabra es demasiado buena para pintar su perversidad: podría decir que es algo peor; pensad un título peor y yo se lo adjudicaré. No os asombréis hasta tener pruebas posteriores. Venid sólo conmigo esta noche, y veréis que alguien entra por la ventana de su alcoba la noche misma antes del día de la boda. Mañana, si la amáis, casaos con ella, pero sería mejor para vuestro honor que cambiarais de intención.

CLAUDIO. ¿Es posible?

JUAN. Si no os atrevéis a creer lo que veis, no digáis lo que sabéis. Si me queréis seguir, os mostraré bastante, y cuando hayáis visto más y oído más, proceded en consecuencia.

CLAUDIO. Si esta noche veo algo por lo que mañana no hubiera de casarme con ella, ante todos los de la iglesia la dejaré avergonzada.

DON PEDRO. Puesto que pretendí por ti para obtenerla, me uniré a ti en avergonzarla.

JUAN. No quiero seguir hablando mal de ella hasta que seáis mis testigos. Levadlo con calma hasta medianoche, y que el hecho se muestre solo.

DON PEDRO. ¡Ah, día mal terminado!

CLAUDIO. ¡Ah, desgracia extrañamente cruel!

JUAN. ¡Ah, calamidad a tiempo impedida! Eso diréis cuando hayáis visto la continuación. (Se van.)

 

       Si bien se trata de una obra absolutamente italiana, de enamoramiento de todo lo que representa el sur para un nórdico.  Mientras que los últimos son tan fríos como la cara Norte Lunar, los del Sur como siempre continuamos siendo; apasionados, alegres, tramposos , mafiosos e infieles.

Hubo un tiempo en el que los historiadores dudaron de la estancia de Shakespeare en Italia a causa de que se les perdió la pista sobre su vida durante (1587-1594), lo cierto es que esta obra demuestra entre otros, que si estuvo en Italia residiendo y que además los historiadores han podido afirmar de que su estancia fue debida a que era el acompañante  de Henry Wortthesley, conde de Southampton. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

William Shakespeare. MUCHO RUIDO POR NADA

Continuación del anterior artículo…

LEONATO. Bueno, entonces irás al infierno.

BEATRIZ. No, sólo a la puerta, Y allí el demonio me saldrá al encuentro como un viejo cornudo, con los cuernos en la cabeza, y dirá: «Tú vete al Cielo, Beatriz, vete al Cielo; aquí no hay sitio para vosotras las doncellas.» Y yo entregaré mis monos y hala con San Pedro, al Cielo. Él me enseñará dónde se sientan los solteros y allí viviremos alegres mientras dure el día.

ANTONIO. [a Hero]. Bueno sobrina, confío en que harás caso a tu padre.

BEATRIZ. Sí, a fe, la obligación de mi prima es hacer reverencias y decir: «Padre, como os os parezca bien.» Pero, con todo eso, prima, que sea un guapo muchacho, o si no, haz otra reverencia y di: «Padre, como me parezca bien a mí.»

LEONATO. Bueno, sobrina, espero verte un día acomodada con un marido.

BEATRIZ. No mientras Dios no haga a los hombres de otro elemento que la tierra. ¿No le afligiría a una mujer ser oprimida por un trozo de tierra valiente, y rendir cuentas de su vida a un terrón de creta terca?  No, tío, no quiero: los hijos de Adán son hermanos míos, y de veras, considero un pecado casarme en mi parentela.

2 «Llevar monos al infierno» era el equivalente inglés de nuestro, «quedarse para vestir santos», es decir, no casarse. «El que guarda los osos» es el que los cuidaba para el deporte de ponerlos a luchar con perros: probablemente tenía otros animales, como los mencionados monos, para completar la exhibición circense. Tal vez se pretenda un juego de palabras entre el nombre de este guarda, bear-ward o berrord, y beard, la «barba» de que tanto se habla.

LEONATO. Hija, recuerda lo que te he dicho: si el Príncipe te solicita de ese modo, ya sabes tu respuesta.

BEATRIZ. Será culpa de la música, prima, si no te hacen la corte a tiempo: si el Príncipe es demasiado importuno, dile que hay compás en todo, y echa la respuesta en un paso de baile. Pues óyeme, Hero, el cortejar, el casarse y el arrepentirse es una jiga escocesa, una pavana y una gaillarde. La primera declaración es calurosa y apresurada como una jiga escocesa (y tan fantástica como ella); el casamiento, modesto y de buenas maneras (como una pavana), lleno de solemnidad y tradición; y luego viene el arrepentimiento, y con malas piernas se lanza a la gaillarde cada vez más de prisa, hasta hundirse en su tumba.

LEONATO. Sobrina, comprendes con mucha malicia.

BEATRIZ. Tengo buenos ojos, tío; sé ver una iglesia a la luz del día.

LEONATO. Los de la fiesta entran, hermano; dejad sitio.

Entran don Pedro, Claudio, Benedicto, Baltasar, don Juan, Borrachio y enmascarados, con un tambor

DON PEDRO. Señora, ¿queréis dar una vuelta con vuestro amigo?

HERO. Si dais la vuelta despacio, y miráis con dulzura, y no decís nada, soy vuestra para dar la vuelta, y especialmente cuando os vuelva la espalda.

DON PEDRO. ¿Conmigo en vuestra compañía?

HERO. Puedo decirlo así cuando me parezca bien.

DON PEDRO. ¿Y cuándo os parecerá bien decirlo?

HERO. Cuando me parezca bien vuestro rostro, pues no quiera Dios que el laúld sea como la funda. 3

DON PEDRO. Mi máscara es el techo de Filemón; dentro de la casa de Júpiter. 4

HERO. Pues entonces habría que ponerle tejas a la máscara.

DON PEDRO. Hablad bajo si habláis de amor. [Se apartan]

BALTASAR. Bueno, me gustaría pareceros bien.

3 Alude a la máscara.

4  Baucis y Filemón eran los mitólogos esposos ancianos que sin saberlo, albergaban a Júpiter y Mercurio en su cabaña.

MARGARITA. A mí no me gustaría, por vuestro bien, pues tengo muchas malas cualidades.

BALTASAR. ¿Cuál es una de ellas?

MARGARITA. Rezo mis oraciones en voz alta.

BALTASAR. Por eso me gustáis más: quien lo oiga puede exclamar «¡Amén!».

MARGARITA. Dios me empareje con un buen bailarín.

BALTARSAR. Amén.

MARGARITA. Y Dios le aparte le aparte de mi vista cuando acabe el baile. Responda el sacristán.

BALTASAR. Basta de palabras; el sacristán está respondido.

ÚRSULA. Os conozco de sobra: sois el signor Antonio.

ANTONIO. Palabra que no lo soy.

ÚRSULA. Os conozco por el modo de mover la cabeza.

ANTONIO. Para deciros la verdad, le imito.

ÚRSULA. Jamás podríais hacer de él tan horriblemente bien si no fuerais él mismo. Aquí está su mano seca, de arriba abajo. Sois él, sois él.

ANTONIO. Palabra que no.

ÚRSULA. Vamos, vamos, ¿pensáis que no os conozco por vuestro excelente ingenio?  ¿Puede esconderse la virtud?. Vamos allá, silencio; sois él. las gracias siempre se echan de ver, y se acabó. [Se apartan.]

BEATRIZ. ¿No me diréis quien os lo dijo?

BENEDICTO. No, me habéis de perdonar.

BEATRIZ. ¿Ni me diréis quien sois?

BENEDICTO. Ahora no.

BEATRIZ. Que yo era despreciativa, que sacaba mi buen ingenio de los «Cien Cuentos Alegres»…5     Buen, ha sido el signor Benedicto quien así lo ha dicho.

BENEDICTO. ¿Ha sido él?

BEATRIZ. Estoy segura de que le conocéis muy bien.

BENEDICTO. ¿Quién es ése, por favor?

BEATRIZ. Pues el bufón del Príncipe, un loco muy aburrido, cuyo único don es inventar calumnias inverosímiles. Sólo los libertinos se divierten con él, y lo que le recomienda no es su ingenio, sino su villanía, pues a la vez complace a los hombres y los irrita, y luego se ríen de él y le pegan. Estoy segura de que está en esta flota: ojalá me hubiera abordado.

Hundred Merry Tales, un famoso libro de historietas, impreso en 1526.

BENEDICTO. Cuando conozca a es caballero, le diré lo que decís.

BEATRIZ. Hacedlo, hacedlo: él sólo lanzará una comparación o dos contra mí, lo cual quizá (si no se observa  o si no mueve a risa) le hará caer en melancolía, y luego,  ya se ha ahorrado un ala de perdiz, porque el tonto no cenará esa noche.                                                     Tenemos que seguir a los que abren la danza.

BENEDICTO. Seguirles en todo lo bueno.

BEATRIZ. Bueno, si nos llevan a algo malo, les dejaremos en la próxima vuelta.

(Baile. Luego se van todos menos don Juan, Borrachio y Claudio.)

JUAN. Seguro que mi hermano está enamorado de Hero, y ha apartado a su padre para dárselo a conocer. Las damas le siguen, y sólo queda una máscara.

BORRACHIO. Y ésa es Claudio: le conozco por sus andares.

JUAN. ¿No sois el signor Benedicto?

CLAUDIO. Me conocéis muy bien; soy el mismo.

JUAN. Signor, estáis muy cercano a mi hermano en su amor. Él está enamorado de Hero: por favor, disuadidle de ella: ella no le iguala en nacimiento. Podéis hacer  en eso el deber de un hombre honrado.

CLAUDIO. ¿Cómo sabéis que él la quiere?

JUAN. Le he oído jurar su amor.

BORRACHIO. Yo también, y juró que se casaría con ella esta noche.

JUAN. Venid, vamos al banquete. (Se van. Queda Claudio.)

CLAUDIO. Así respondo en nombre de Benedicto, pero oigo esas malas noticias con los oídos de Claudio. Es seguro entonces que el Príncipe corteja para él mismo. La amistad es constante en todas las otras cosas, salvo en el deber y los asuntos del amor: así pues, todos los corazones enamorados usan sus propias lenguas. Que cada ojo negocie por sí mismo sin fiarse de ningún agente, pues la Belleza es una hechicera ante cuyos encantos la fidelidad se derrite en la sangre. Es un suceso que se muestra a cada momento y que no había temido. Adiós, pues, Hero.                                                                                                                          (Entra Benedicto.)

BENEDICTO. Conde Claudio.

CLAUDIO. Sí, el mismo.

BENEDICTO. Ven, ¿vas conmigo?

CLAUDIO. ¿Adónde?

BENEDICTO. Al sauce más cercano, para un asunto tuyo, Conde. ¿De qué forma quieres llevar la guirnalda?6  ¿Al cuello, como una cadena de usurero, o bajo el brazo, como la banda de un teniente? Tienes que ponértela de algún modo, pues el Príncipe se lleva a tu Hero.

CLAUDIO. Le deseo felicidad con ella.

BENEDICTO. Bueno, eso de hablar como un honrado boyero; así se venden los toros. Pero ¿pensabas que el Príncipe te iba a servir de este modo?

CLAUDIO. Por favor; déjame.

BENEDICTO. Ah, ahora golpeas como el ciego: fue el muchacho quien te robó la comida, y tú golpeas el poste?.7

CLAUDIO. Si no ha de ser así, te dejaré yo. (Se va.)

BENEDICTO. Ay, mi pobre pájaro herido, ahora se va a refugiar entre los juncos. Pero ¡que la soñará Beatriz me conozca y no me conozca! ¡ El bufón del Príncipe! Ah, quizá me dan ese título porque soy alegre. Sí, pero así  me puedo hacer agravio a mí mismo. No es ésa mi reputación: es el carácter bajo y amargo de Beatriz que reúne el mundo en su persona y me da esa fama. Bueno, me vengaré como pueda.                                                                                      (Entra don Pedro.)

6  Los enamorados desdeñados -sobre todo, las enamoradas- se ponían una guirnalda de sauce.

Parece una alusión, un tanto confusa, a «Lazarillo de Tormes».

DON PEDRO. Bien, señor, ¿dónde está el Conde?. ¿Le has visto?

BENEDICTO. Palabra, señor, he hecho el papel de doña Fama. Le he encontrado aquí tan melancólico como una cabaña en un coto de caza, y le he dicho sinceramente que Vuestra Alteza ha obtenido la buena voluntad de esa joven dama, y le he ofrecido acompañarle a un sauce, bien fuera para hacerle una guirnalda, como abandonado, o para prepararle una vara, por merecedor de azotes.

DON PEDRO. ¿De azotes?  ¿Cuál es su falta?

BENEDICTO. La transgresión de un escolar, que, encantado al encontrar un nido de pájaro, se lo enseña a su compañero, y éste se lo roba.

DON PEDRO. ¿Quieres tomar la confianza por transgresión?. La transgresión está en el que roba.

BENEDICTO. Sin embargo, no habría estado mal hacer la vara, y también la guirnalda, pues él mismo podría haberse puesto la guirnalda, y la vara os la podría haber aplicado a vos, que, según entiendo, le habéis robado el nido del pájaro.

DON PEDRO. No haré más que enseñarle a cantar y devolvérselo a su dueño.

BENEDICTO. Si su canto responde a vuestras palabras, a fe mía, habláis honradamente.

DON PEDRO. Doña Beatriz está encolerizada contigo: el caballero que bailó con ella le dijo que le has hecho mucho agravio.

BENEDICTO. Ah, me ha maltratado más de lo que podía soportar un leño. Un roble con una sola hoja verde le habría respondido. Hasta mi máscara empezó a cobrar vida y a regañar con ella.                                                                                                                                                            Ella me dijo, no pensando que era yo mismo, que yo era el bufón del Príncipe, que yo era más aburrido que el deshielo, amontonando broma sobre broma con tan increíble habilidad contra mí, que yo estaba como un hombre en un blanco, con un ejército entero disparando contra mí.                                                                                                                               Habla puñales y cada palabra es una estocada. Si su aliento fuera tan terrible como sus términos, no habría cosa viva a su alrededor: contagiaría hasta la estrella polar: No me casaría con ella aunque estuviera dotada de todo lo que perdío Adán con el primer pecado: ella habría hecho a Hércules dar vueltas al asador; sí, y partir la estaca para hacer el fuego, además. Vamos, no habléis de ella: encontraréis que es la infernal Atis 8 vestida de gala. Dios quiera que algún buen clérigo la conjure, pues, ciertamente, mientras está aquí, uno puede vivir tan tranquilo en el infierno como en sagrado, y la gente pecará adrede con tal de ir allá: de tal modo la acompañan todo trastorno, horror y perturbación.

(Entran Claudio, Beatriz, Hero y Leonato.)

DON PEDRO. Mira, aquí viene.

BENEDICTO. ¿Quiere Vuestra Alteza encomendarme algún servicio en el fin del mundo?  Por el menor recado que podáis inventar para enviarme allá, iré a las antípodas. Os traeré un mondadientes ahora de la más remota pulgada de Asia 9, os traeré la longitud del pie del preste Juan, os traeré un pelo se la barba del gran Can, os haré cualquier embajada ante los pigmeos, antes que tener tres palabras de conversación con esa arpía. ¿No tenéis ocupación para mí?

DON PEDRO. Ninguna, sino desear vuestra buena compañía.

BENEDICTO. Oh Dios, señor, ése es un plato que no me gusta. No puedo soportar a doña Lengua.                                                                                                                                                       (Se va)

DON PEDRO.. Venid, señora, venid; habéis perdido el corazón del Signor Benedicto.

BEATRIZ. La verdad, señor, me lo había prestado un rato, y yo le he dado intereses por él: un corazón doble por el suyo sencillo. Pardiez, antes me lo ganó con dados falsos; así que Vuestra Alteza puede decir muy bien que lo he perdido.

DON PEDRO. Le habéis tumbado, señora, le habéis tumbado.

BEATRIZ. No querría que él lo hiciera conmigo, señor, no fuera a resultar madre de tontos. He traído al conde Claudio, a quien me mandasteis a buscar.

Los mondadientes empezaban a usarse como moda exótica.

DON PEDRO. ¿Qué hay, conde, por qué estás triste?

CLAUDIO. Triste no, señor.

DON PEDRO. ¿Cómo  entonces? ¿Enfermo?

CLAUDIO. Tampoco, señor.

BEATRIZ. El conde no esta ni triste, ni enfermo, ni alegre, ni bien: sino agrio, 10 Conde,  agrio como un limón, y de ese mismo color de celos.

DON PEDRO. A fe, señora, creo que vuestro blasón es verdadero, aunque si así es como está él, juraré que su imaginación es falsa. Vamos, Claudio, he cortejado en tu nombre, y la bella Hero está conseguida. Se lo he dicho a su padre y he obtenido su buena voluntad. Señala el día de tu boda, y Dios te dé felicidad.

LEONATO. Conde, recibid de mí a mi hija y con ella, mi fortuna. Su Alteza ha hecho el matrimonio, y que toda la Gracia diga «Amén».

BEATRIZ. Hablad, Conde, os toca el turno.

CLAUDIO. El silencio es el más perfecto heraldo de la alegría. Estaría muy poco feliz si pudiera decir cuánto. Señora, como como vos sois mía, yo soy vuestro; me entrego para vos, y enloquezco con el cambio.

BEATRIZ. Habla, prima, o si no puedes, tápale la boca con un beso, y no dejes que hable él tampoco.

10  Sustituimos el juego de palabras,  en torno a la naranja, con Seville y civil, y sustituimos la naranja por el limón para dar mejor el amarillo de los celos.

DON PEDRO. A fe, señora, tenéis un corazón alegre.

BEATRIZ. Sí, mi señor, y yo le agradezco al pobre necio que se mantenga en el lado del viento del afán. Mi prima le dice al oído que le tiene en su corazón.

CLAUDIO. Y así es, prima.

BEATRIZ. ¡Dios mío, qué alianza!  Así les va a todos los del mundo, menos a mí, y yo estoy quemada de sol, y puedo sentarme en un rincón a llorar  «Yo me quería casar…». 11

DON PEDRO. Doña Beatriz, yo os buscaré marido.

BEATRIZ. Preferiría tener uno de la progenie de vuestro padre. ¿No ha tenido Vuestra Alteza nunca un hermano parecido?  Vuestro padre engendró maridos excelentes, con tal de que las doncellas se les pudiera acercar.

DON PEDRO. ¿Me queréis a mí, señora?

BEATRIZ. No, mi señor, a no ser que pudiera tener otro para los días de entre semana. Vuestra Alteza es demasiado precioso para gastarlo a diario, pero ruego a Vuestra Alteza que me perdone: he nacido para hablar sólo en broma y sin sustancia.

DON PEDRO. Vuestro silencio es lo que más me ofende, y el ser alegre es lo que os va mejor, pues, sin duda, nacisteis en hora alegre.

11  Las damas de la época rehuían ser tocadas por el sol para no perder la blancura.   Sustituimos por el comienzo del famoso romancillo español el del original Heigh-ho for a husband…

BEATRIZ. No, desde luego, señor; mi madre lloró, pero además había una estrellas que bailaba, y bajo ella nací yo. Primos, Dios os dé felicidad.

LEONATO. Sobrina, ¿quieres ocuparte de esas cosas que te dije?

BEATRIZ. Os pido perdón, tío; con permiso Vuestra Alteza. (Se va.)

DON PEDRO. Palabra, que se una dama de espíritu placentero.

LEONATO. En ella, señor, hay poco elemento melancólico; nunca está seria sino cuando duerme, y ni siquiera entonces siempre seria, pues he oído decir a mi hija que muchas veces ha soñado desdichas y se ha despertado riendo.

DON PEDRO. No puedo soportar que le hablen de un marido.

LEONATO. Ah, de ningún modo; se burla de todos los pretendientes hasta que dejan su pretensión.

DON PEDRO. Sería una excelente mujer para Benedicto.

LEONATO. Oh Dios, señor, en cuanto llevaran una semana casados, se volverían locos a fuerza de hablarse.

DON PEDRO. Conde Claudio, ¿cuándo piensas ir a la iglesia?

CLAUDIO. Mañana, señor. El tiempo anda con muletas hasta que el amor cumpla sus ritos.

LEONATO. No hasta el lunes, mi querido hijo, que es sólo dentro de una semana, y de todas maneras un tiempo demasiado breve para hacer que las cosas vayan como quiero yo.

DON PEDRO. Vamos, sacudes la cabeza ante tan largo intervalo, pero te aseguro, Claudio, que no se nos pasará el tiempo aburrido. Mientras tanto, emprenderé uno de los trabajos de Hércules, que es llevar al Signor Benedicto y a doña Beatriz a tenerse una montaña de amor el uno al otro. Me gustaría hacer ese matrimonio, y no dudo conseguirlo con tal de que me ayudéis vosotros tres conforme os indicaré.

LEONATO. Señor, estoy con vos, aunque me cueste velar diez noches.

CLAUDIO. Y yo, señor.

DON PEDRO. ¿También vos, amable Hero?

HERO. Yo haré cualquier encargo decoroso, mi señor, para ayudar a mi prima a conseguir un buen marido.

DON PEDRO. Y Benedicto no es el marido que dé menos esperanzas de los que conozco. Puedo alabarle diciendo que es de noble ánimo, de valor probado y de honradez comprobada. Os enseñaré cómo seguirle el humor a vuestra prima para que se enamore de Benedicto, y yo, con ayuda de vosotros dos, manejaré a Benedicto de tal modo que, a pesar de su vivo ingenio y su estómago remilgado, se enamorará de Beatriz. Si podemos hacerlo, Cupido ya no será arquero: su gloria será nuestra, pues nosotros seremos los únicos dioses del amor: Venid allá conmigo y os contaré mi plan. (Se van)

ESCENA II

[El mismo sitio]

(Entran don Juan y Borrachio.)

JUAN. Así es: el conde Claudio se va a casar con la hija de Leonato.

BORRACHIO. Sí, señor, pero puedo estorbarlo.

JUAN. Cualquier obstáculo, cualquier contrariedad, cualquier impedimento será medicinal para mí. Estoy enfermo de disgusto contra él, y todo lo que se le ponga por el medio de su amor, me va bien a mí. ¿Cómo puedes estorbar ese matrimonio?

BORRACHIO. Señor, no honradamente, pero tan ocultamente que no se echará de ver en mí ninguna falta de honradez.

JUAN. Muéstrame brevemente cómo.

BORRACHIO. Creo que hace un año dije a Vuestra Señoría qué bien estoy en los favores de Margarita, la dama de compañía de Hero.

JUAN. Lo recuerdo.

BORRACHIO. En cualquier momento intempestivo de la noche, puedo encargarle que se asome a la ventana de la alcoba de su señora.

JUAN. ¿Qué vida hay en eso que sea la muerte de este matrimonio?

BORRACHIO. El veneno que eso tiene habéis de destilarlo vos. Id a ver a vuestro hermano el Príncipe, no tardéis en decirle que ha agraviado su honor casando al famoso Claudio -cuya estimación vos tenéis en tanto- con una perdida corrompida como es Hero.

JUAN. ¿Qué prueba voy a dar de eso?

BORRACHIO. Suficiente prueba como para engañar al Príncipe, como para humillar a Claudio, como para perder a Hero y matar a Leonato. ¿Buscáis algún otro resultado?

JUAN. Sólo por disgustarles emprenderé cualquier cosa.

BORRACHIO. Vamos entonces y encontradme una hora apropiada para llamar aparte a don Pedro y al conde Claudio: decidles que sabéis que Hero me quiere, fingid una especie de celo por el Príncipe y por Claudio (como por amor al honor de vuestro hermano, que ha hecho ese matrimonio), y por la reputación de su amigo, que así está a punto de ser engañado con la semejanza de una doncellez. Difícilmente lo creerán con prueba: ofrecedles un ejemplo no menos convincente que el verme a mí en la ventana de su alcoba, oírme llamar «Hero» a Margarita, oír a Margarita llamarme «Claudio», 12  y hacedles que vean esto la misma noche antes de la proyectada boda, pues, mientras tanto, yo  arreglaré las cosas de tal modo que Hero estará ausente y se verá tal aparente verdad de la deslealtad de Hero, que los celos podrán llamarse certidumbre, y todos los preparativos se echarán a rodar.

JUAN. Aunque todo vaya a preparar al peor resultado posible, lo pondré en práctica. Sé astuto en hacer esto, y tu paga son mil ducados.

BORRACHIO. Sed constante en la acusación, y mi astucia no me dejará avergonzar.

JUAN. Iré en seguida a averiguar qué día es su boda.

(Se van.)

 

Y nosotros nos encontraremos en la próxima escena, en el mismo sitio y con la misma pasión.                                                                                                                                                                  Gracias a todos/as los que leéis mis artículos; en septiembre regreso con ciencia e investigaciones, pero lo que queda de agosto disfrutemos de William Shakespeare; y el próximo autor al que le dedique mi pasión por la literatura será sin duda un autor aun mejor si cabe; que entre ambos se admiraban y respetaban, hasta el punto que uno de ellos se inspiró en el otro, a lo largo de su carrera literaria.

 

 

 

 

 

MUCHO RUIDO POR NADA

ESCENA III

[El mismo sitio]

(Entran don Juan el bastardo y Conrado.)

CONRADO. ¿Qué demonios pasa, señor, que estáis tan desmesuradamente triste?

JUAN. No hay medida en el motivo que lo produce, de modo que la tristeza no tiene límite.

CONRADO. Deberíais hacer caso a razones.

JUAN. Y cuando las hubiera oído, ¿ qué beneficio me traerían?

CONRADO. Si no un remedio inmediato, al menos una resignación paciente.

JUAN. Me extraña que tú (que dices que has nacido bajo el signo de Saturno) intentes aplicar una medicina moral a un mal mortífero. No puedo ocultar lo que soy: debo estar triste cuando tengo causa, y no sonreír a las bromas de nadie; comer cuando tengo apetito, sin guardar el deseo de nadie; dormir cuando tengo sueño, sin tener en cuenta los asuntos de nadie; reír cuando estoy contento, sin seguirle el humor a nadie.

CONRADO. Sí, pero no habéis de mostrarlo de todo hasta que lo podáis  hacer sin que nadie se fije. Hace poco, os pusisteis contra vuestro hermano, y ahora os ha recibido de nuevo en su gracia, donde es imposible echéis buena raíz, si no es co el buen tiempo que os hagáis  vos mismo. Es necesario que conforméis la estación a vuestra propia cosecha.

JUAN. Preferiría ser gusano en un seto, antes que rosa en su gracia, y la va mejor a mi sangre ser despreciado por todos, que modelar una actitud para apoderarme del afecto de nadie. En esto, aunque no se puede decir que sea yo un horado adulador, no se ha de negar que soy un rufián de tratos claros. Se fían de mí poniéndome bozal, y me deja libre con trabas. Así que he resuelto no cantar en mi jaula: si tuviera boca, mordería; si tuviera libertad, haría mi antojo. Mientras tanto, dejadme ser lo que soy, y no tratéis de alterarme.

CONRADO. ¿No podéis hacer uso de vuestro descontento?

JUAN. Haré todo uso de él, porque no otra cosa. ¿Quién viene aquí?  ¿Qué hay de nuevo, Borrachio?

(Entra Borrachio.)

BORRACHIO. Vengo de ahí, de una gran cena; el Principe vuestro hermano es majestuosamente obsequiado por Leonato, y os puedo dar noticia de un matrimonio que se proyecta.

JUAN. ¿Servirá de plano sobre el que construir desgracias?  ¿Quién es el loco que se promete con la inquietud?

BORRACHIO. Pardiez, el brazo derecho de vuestro hermano.

JUAN. ¿Cómo, el exquisito Claudio?

BORRACHIO. El mismo.

JUAN. Un caballero como es debido. ¿ Y quién, y quién …por qué lado mira?

BORRACHIO. Pardiez, hacia una tal Hero, hija y heredera de Leonato.

JUAN. Una pollita de primavera muy aprovechada. ¿Cómo lo has sabido?

BORRACHIO. Me habían llamado a hacer de perfumista, y estaba sahumando una solo mohosa, cuando viene hacia mí el Príncipe y Claudio, mano a mano, en seria conversación: yo me escondí detrás de tapices, y allí oí acordar que el Príncipe cortejaría a Hero  para él mismo, y una vez obtenida, se la daría al conde Claudio.

JUAN. Vamos, vamos allá; esto puede resultar aliento para mi disgusto. Ese joven advenedizo tiene toda la culpa de mi caída: si le puedo echar alguna cruz encima, me bendeciré a mí mismo de cualquier modo. 19 Vosotros dos sois de fiar, y me ayudaréis.

19 Se juega con cross, «estorbo, molestia» y «cruz», y bless my-self, «bendecirme».

CONRADO. Hasta la muerte, señor.

JUAN. Vamos a la gran cena; su alegría es mayor porque yo estoy hundido.  ¡Ojalá el cocinero pensara como yo! ¿Vamos a probar qué se puede hacer?

BORRACHIO. Acompañaremos a Vuestra Señoría.

(Se van.)

ACTO SEGUNDO

ESCENA PRIMERA

[En casa de Leonato]

(Entran Leonato, su hermano Antonio, su mujer, su hija Hero, su sobrina Beatriz, y un pariente, com Margarita, Úrsula y otros.)

Leonato. ¿No estaba aquí el conde Juan en la cena?

Antonio. No lo he visto.

Beatriz. ¡Qué agrio parece ese caballero!  Nunca puedo verle sin tener ardores de corazón durante una hora después.

Hero. Es de carácter muy melancólico.

Beatriz. Sería excelente el hombre que estuviera hecho a mitad de camino entre él y Benedicto. El es demasiado parecido a una imagen y no dice nada, y el otro demasiado, como un niño mimado por su madre, siempre charlando.

Leonato. Entonces, media lengua de Signor Benedicto en la boca del conde Juan, y media melancolía del conde Juan en la cara del Signor Benedicto.

Beatriz. Tío, con buenas piernas y buenos pies, y con bastante dinero en la bolsa, un hombre así conquistaría a cualquier mujer del mundo con tal que pudiera obtener su buena voluntad.

Leonato. A fe mía, sobrina, jamás conseguirás marido si eres tan maldiciente de lengua.

Antonio. A fe, es demasiado maliciosa.

Beatriz. Demasiado maliciosa es más que maliciosa. De ese modo, disminuiré lo que envía Dios, pues se dice que «a la vaca maliciosa, Dios le da cuernos cortos», pero a una vaca demasiado maliciosa, no le da ninguno.

Leonato. Así, siendo demasiado maliciosa, Dios no te dará cuernos.

Beatriz. Eso es, si no me da marido, por cuya bendición le rezo de rodillas todas las mañanas y las noches. Dios mío, yo no podría aguantar un marido con barba en la cara; preferiría dormir sin sábanas. 1

Leonato. Podrías encontrar marido que no tuviera barba.

Beatriz. ¿Qué iba a hacer con él? ¿Vestirle con mi ropa y convertirle en mi dama de compañía? El que tiene barba, es más que un joven; el que no tiene barba, es menos que un hombre; y el que es más que un joven, no es para mí, y el que es menos que un hombre, no soy para él. Así que aceptaré seis peniques en prenda del que guarda osos, y le llevaré sus monos al infierno.2

Continuará…..  nos encontraremos tras el telón la próxima semana.

Recuerden darle a seguirme e igual de sencillo es darle un me gusta a los maravillosos  artículos de William Shakespeare en su 400 aniversario. Gracias por vuestra lectura y tiempo.

Jueguen con los suyos a esta singular y maravillosa obra de teatro, es divertida y muy rica en literatura a pesar de que pierde algo de encanto al traducirlo al castellano. Desde el primer momento yo tome prestado dos personajes.

MUCHO RUIDO POR NADA

William Shakespeare

INTRODUCCIÓN

Mucho ruido por nada pertenece también a lo que alguien describió como la guerra de los sexos según Shakespeare, quizá con menos secretos, pero asimismo con curiosísimas zonas de claroscuro. Es comedia escrita hacia 1598-1599, y estrenada sin duda antes de que terminara el siglo. Los estudiosos la consideran como remate del período juvenil shakesperiano.

Su asunto es doble, dos parejas de enamorados enredadas en equívocos que al fin, claro está, que se resuelven en…….; quien sabe en que situación; pues permítanme queridos lectores que lo descubramos en la escena final de esta fabulosa obra literaria de Shakespeare. Las dos líneas argumentales se entrecruzan sin cesar generando una multitud de situaciones poco claras que hacen que todo el mundo se confunda, que se equivoque al juzgar a los demás y a menudo a juzgarse a sí mismo.

En la pareja que forman Claudio y Hero, la historia es más grave y dramática porque andan por medio la honra y la calumnia, y hay incluso un simulacro de muerte, como el de Julieta. El responsable es un villano negrísimo, el bastardo don Juan, que es una figura de repertorio que sólo interviene para provocar gratuitamente el mal, y luego huye hasta que al término de la obra se nos informa que ha sido capturado.

Todo eso, que procede de obras italianas ( Bandello y Ariosto), tiene una mecánica un poco tosca, y en la comedia no faltan episodios mal ligados e incongruencias, como el papel de la criada Margarita, no se sabe hasta qué punto inocente en el coloquio nocturno que se prestará a calumniosas interpretaciones.

La peripecia es movida, aunque si mucho cuidado por parte del autor, pero sus protagonistas tienen una rigidez poco atrayente; ambos son víctimas de circunstancias, ella está a punto de morir, él de batirse en duelo, se desesperan, su vida parece destrozada, pero nos interesamos más por lo que les ocurre que por ellos mismos; la visión es exterior, y ninguno de los dos va a pasar a la galería inmortal de las inolvidables invenciones de Shakespeare. La segunda intriga, la de los Amores de Benedicto y Beatriz, es mucho trepidante, y se limita a un caso puramente psicológico visto con mucho humor; y aquí no interviene ninguna maldad, todo lo contrario, el Deus ex Machina es una especie de conjura con buen fin destinada a unir a un solterón impenitente y a una «doña Desdenes» muy viva de genio.

Y no obstante, frente al acusado convencionalismo de la otra pareja, Benedicto y Beatriz despiertan una gran simpatía, y aunque en el fondo no les suceda nada terrible ni espectacular, no nos cansamos de asistir a sus trifulcas; éstas constituyen todo su papel, empiezan ya en el primer acto, cuando aparecen en escena, y concluyen, después de admitir su ……. ……., al pie del ……., cuando él le cierra la ……. con un …….

Son dos excelentes personajes de cuerpo entero, muy bien sostenidos a lo largo de toda la comedia, y sus enfrentamientos, como suele decirse, echan chispas, son divertidos duelos verbales (al parecer inspirados en el Cortesano de Castiglione) que dan humor y brío a una trama general que es posible que el propio Shakespeare no se tomase demasiado en serio.

Beatriz, la del «orgullo virginal», de «ánimo tan esquivo y salvaje como el halcón de las rocas», cae en seguida en la treta amistosa que le tienden, cae con una rapidez que nos hace pensar que eso es precisamente lo que deseaba creer, aunque no renuncia por ello a su afilada lengua. Estupendo personaje, aún con más fuerza y colorido que el de su galán, es una magnífica creación que tiene que ver con otros caracteres femeninos del teatro de Shakespeare.

Menos relieve posee el príncipe casamentero, don Pedro, empeñado en entrometerse en todo para hacer felices a sus súbditos, pero en cambio el dramaturgo da a los cómicos un papel más destacado de lo que en principio parece van a tener. Las figuras de los alguaciles son como bufones redimidos por su gracia y su simpatía, en cierto modo como don Adriano en la comedia Trabajos de amor perdidos, que empieza como caricatura y se va humanizando hasta adquirir vida de veras.

En Mucho ruido por nada, Cornejo _ que habla de un modo ingenuamente disparatado_ y Agraz cumplen muy bien su función de bufones, divierten y hacen reír, pero además demuestran su eficacia contribuyendo a resolver el enredo, solucionando el problema al aportar pruebas de la inocencia de Hero.

Después de tantas zozobras, como ya nos previene el título, resulta que aquí no ha pasado nada, y exceptuando al perverso bastardo, que recibirá su castigo (lo cual no nos conmueve porque más que un personaje es una pura necesidad argumental, una abstracción que se dedica a la calumnia porque sí), todos serán …….

Todo acabará …….: la mentira maligna … ……., la mentira con buen fin va a conducir a    ……     ……., y en ese juego de apariencias engañosas, o, mejor dicho amañadas de buena o mala fe, triunfará la verdad de la ……. y el …….    Shakespeare aquí no aspira a grandes cosas, sólo a darnos un divertimiento intrascendente en el cual la sala tiene más sabor que la comida.

Traducción: Carlos Pujol

Palabras escondidas en la introducción: La autora de este blog.

MUCHO RUIDO POR NADA

               PERSONAJES

DON PEDRO, Príncipe de Aragón

DON JUAN, su hermano bastardo

CLAUDIO, joven señor de Florencia

BENEDICTO, joven senor de Padua

LEONATO, Gobernador de Messina

ANTONIO, hermano suyo

BALTASAR, del séquito de don Pedro

CONRADO  y BORRACHIO: acompañantes de don Juan

FRAY FRANCISCO

CORNEJO, alguacil

AGRAZ, corchete 1

UN ESCRIBANO 2

UN MUCHACHO

HERO, hija de Leonato

BEATRIZ, sobrina de Leonato

MARGARITA Y ÚRSULA: damas de compañía de Hero

Mensajeros, Guardias, Gente de séquito, {Músicos},etc.

{La acción, en Messina}

1 El original Verges parece una forma anticuada de verjuice.

2 A Sexton, dice el original, que sería, más literalmente, «un sacristán», » un enterrador «, pero de hecho actúa sólo como escribano.

ACTO PRIMERO

mucho ruido para nada. Shakespeare

ESCENA PRIMERA

(Entran Leonato, Gobernador de Messina, su mujer Innogen, 3 su hija Hero, y su sobrina Beatriz con un mensajero.)

LEONATO. Por esta carta me entero de que don Pedro de Aragón llegará esta noche a Messina.

MENSAJERO. Ya está muy cerca a estas horas: no estaba a tres leguas cuando le dejé.

LEONATO. ¿Cuántos caballeros habéis perdido en esta acción?

MENSAJERO. Pocos, en total, y ninguno de alto rango.

LEONATO. Una victoria lo es doblemente cuando el vencedor vuelve a casa con sus fuerzas completas. Aquí veo que don Pedro ha concedido muchos honores a un joven florentino llamado Claudio.

3 Este personaje, que no habla, reaparece sólo al comienzo del Acto II. Quizá es sólo un vestigio de otra versión de la obra : ni siquiera se incluye en el reparto.

MENSAJERO. Muy merecidos por su parte, e igualmente recordados por don Pedro: se portó mejor de lo que prometía su juventud, cumpliendo hazañas de león en figura de cordero. Desde luego, ha superado las esperanzas de modo superior a lo que podéis esperar que yo os diga.

LEONATO. Tiene un tío aquí en Messina, que se alegrará mucho de ello.

MENSAJERO. Ya le he entregado cartas, y se echa de ver tanta alegría en él, tanta, que la alegría no ha podido mostrarse bastante modesta sun una señal de amargura.

LEONATO. ¿Has prorrumpido en lágrimas?

MENSAJERO. En gran medida.

LEONATO. ¡Tierno rebose de cariño!. No hay rostros más sinceros que los que así se bañan. ¡Cuánto mejor es llorar de alegría, que alegrarse de llorar!

BEATRIZ. Por favor, el signor Estoque4 ¿ha vuelto de la guerra o no?

MENSAJERO. No conozco a nadie que se llame así señora; no había en el ejército ninguno de ese nombre.

               4 En el original Mountanto, por juego con mountant, una forma de estocada en la esgrima.

LEONATO. ¿ Por quién preguntas, sobrina?

HERO. Mi prima quiere decir el signor Benedicto, de Padua.

MENSAJERO. Ah, ha vuelto, y tan agradable  como era.

BEATRIZ. Aquí en Messina puso carteles desafiando a Cupido a tirar al arco, y el bufón de mi tío, al leer el reto, firmó por Cupido y le desafió a tirar el cuadrillo. 5 Por favor, ¿ a cuántos ha matado y se ha comido en esta guerra? ¿Cuántos ha matado? Pues, desde luego, yo había prometido comerme todo lo que él matara.

LEONATO. A fe, sobrina criticas demasiado al signor Benedicto, pero él se desquitará contigo, no lo dudo.

MENSAJERO. Señora, se ha portado muy bien en esta guerra.

BEATRIZ. Teníais víveres mohosos, y él os ha ayudado a coméroslos: es un hombre valiente para trinchar, tiene buenas tripas.

MENSAJERO. Y es un buen soldado también señora.

BEATRIZ. Y un buen soldado también para una señora, pero ¿qué es para una señora?

                       5 No hay acuerdo sobre el sentido del chiste de Beatriz.

MENSAJERO. Un señor para un señor, un hombre para un hombre, lleno de todas las virtudes honrosas.

BEATRIZ. Eso es, leno y relleno; no es más que un hombre relleno, pero en cuanto al relleno… bueno, todos somos mortales.

LEONATO. No debéis malentender a mi sobrina, señor: Hay una especie de guerra de bromas entre el signor Benedicto y ella: nunca se encuentran sin que haya una escaramuza de ingenio entre ellos.

BEATRIZ. Ay, él no saca nada de eso: en nuestro último encuentro, cuatro de sus cinco sentidos 6 salieron renqueando, y ahora todo él está gobernado por uno solo, de modo que si tiene bastante sentido para conservarse caliente, que lo conserve como diferencia entre él y su caballo, pues toda la riqueza que le queda para ser conocido como criatura racional. ¿ Quién es ahora su compañero ? Cada mes tiene un nuevo hermano jurado.

MENSAJERO. ¿Es posible?

BEATRIZ. Muy fácilmente posible: gasta su fidelidad igual que la forma de su sombrero, que cambia al cambiar de mollera.7

MENSAJERO. Señora, veo que ese caballero no está en vuestros libros de devoción.

6 Los clásicos: sentido común, imaginación fantasía, juicio y memoria.

7 Hay un juego con block, «horma de sombrero» y «tonto».

BEATRIZ. No, y si lo estuviera, quemaría mi estudio. Pero, por favor, ¿quién es su compañero?

¿No hay ahora ningún joven espadachín que quiera hacer un viaje con él al diablo?

MENSAJERO. Va sobre todo en  compañía del nobilísimo Claudio.

BEATRIZ. Ah, Señor, se le pegará como una enfermedad; se le coge antes que la peste, y el contagiado se vuelve en seguida loco. Dios proteja al noble Claudio; si se ha contagiado de  Benedicto, le costará mil libras curarse.

MENSAJERO. Conservaré vuestra amistad, señora.

BEATRIZ. Hacedlo, buen amigo.

LEONATO. Tú nunca te volverás loca, sobrina.

BEATRIZ. No, mientras no haga calor en enero.

MENSAJERO. Se acerca don Pedro.

(Entran don Pedro, Claudio, Benedicto, Baltasar y don Juan el bastardo.)

DON PEDRO. Buen signor Leonato, ¿salís al encuentro de vuestra molestia? La moda de mundo es evitarla, y vos salís a buscarla.

LEONATO. Nunca a llegado a mi casa una molestia en semblanza de Vuestra Alteza, pues cuando se va la molestia habría de quedar el consuelo, pero cuando vos os separáis de mí, permanece la tristeza y se despide la felicidad.

DON PEDRO. Demasiado de buena gana abrazáis vuestra carga. Supongo que ésta es vuestra hija.

LEONATO. Eso me ha dicho muchas veces su madre.

BENEDICTO. ¿Lo dudabais, señor, que se lo preguntasteis?

LEONATO. No, signor Benedicto, pues entonces vos erais un niño.

DON PEDRO. ¡Tocado, Benedicto! Por ello podemos suponer lo que sois al ser hombre. De veras, la dama reconoce a su padre por sí misma. Estad contenta, señora, pues os parecéis  a un padre honorable.

BENEDICTO. Aunque el signor Leonato sea su padre, por mucho que se le parezca, ella no querría tener la cabeza de su padre sobre sus propios hombros por toda Messina.

BEATRIZ. Me extraña que sigáis hablando, signor Benedicto; nadie os hace caso.

BENEDICTO. ¡Qué, mi querida señora Desdén!. ¿Todavía seguís viviendo?

BEATRIZ. ¿Es posible que muera el Desdén cuando tiene tan buen alimento con que nutrirse como el signor Benedicto? La misma cortesía se cambiaría en  Desdén si os pusierais en su presencia.

BENEDICTO. Entonces las cortesía es una cambia casas, pero lo cierto es que soy amado de todas las damas, exceptuando sólo a vos; y  querría hallar en el fondo de mi corazón que no tengo un corazón duro, pues en verdad yo no amo a ninguna.

BEATRIZ. ¡Preciosa felicidad para las mujeres! Si no, se habrían visto molestadas por un pretendiente pernicioso. Doy gracias a Dios y a mi sangre fría: en eso soy de vuestro mismo humor que preferiría oír a mi perro ladrando a una corneja antes que a un hombre jurando que me ama.

BENEDICTO. Dios conserve siempre a vuestra señoria con ese modo de pensar, para que algún caballero escape a la predestinación de una cara arañada.

BEATRIZ. Los arañazos no podrían empeorarla si fuera una cara como la vuestra.

BENEDICTO. Bueno sois una rara maestra de loros.

BEATRIZ. Un pájaro con mi lengua es mejor que una bestia con la vuestra.

BENEDICTO. Me gustaría que mi caballo tuviera la velocidad de vuestra lengua y tan largo aliento. Pero tirad por vuestro camino, en nombre de Dios: yo he acabado.

BEATRIZ. Siempre acabáis con una mala pasada de jamelgo; os conozco hace mucho tiempo.

DON PEDRO. Eso es la suma de todo, Leonato. signor Claudio y signor Benedicto, mi querido amigo Leonato os ha invitado a todos: le he dicho que nos quedaremos aquí un mes, y él se promete de todo corazón algún motivo para retenernos más. Me atrevo a jurar que no es nigún hipócrita, sino que lo pide de corazón.

LEONATO. Si juráis, senor,  no seréis perjuro. [A don Pedro.] Permitidme daros la bienvenida señor; estando reconciliado con el Príncipe vuestro hermano, os debo todo homenaje.

JUAN. Gracias; no soy de muchas palabras, pero os doy las gracias.

LEONATO.¿Vuestra Alteza quiere abrir la marcha?.

DON PEDRO. La mano, Leonato; iremos juntos. (se van. Quedan Benedicto y Claudio.)

CLAUDIO. Benedicto, ¿te has fijado en la hija del signor Leonato?

BENEDICTO. No me he fijado, pero la he mirado

CLAUDIO. ¿No es una damita modesta?

BENEDICTO. ¿Me lo preguntas como hombre leal, para que diga mi sencilla opinión sincera, o quieres que hable conforme a mi costumbre, como declarado tiranizador de su sexo?

CLAUDIO. No, por favor, habla con juicio en serio.

BENEDICTO. Pues, a fe, me parece demasiado humilde para una alabanza elevada, demasiado oscura para una alabanza clara, y demasiado pequeña para una alabanza grande. Éste es el único encomio que puedo concederle: que, si fuera otra de la que es, no sería bella, y no siendo otra sino la que es, no me gusta.

CLAUDIO. Crees que estoy en broma: por favor, dime de veras qué te parece.

BENEDICTO. ¿La vas a comprar, que preguntas sobre ella?

CLAUDIO. ¿Se puede comprar tal joya, ni por el mundo entero?

BENEDICTO. Sí y un estuche en que ponerla. Pero ¿lo dices esto con cara seria, o eres un bromista, que dices que Cupido es un buen batidor de liebres y Vulcano un exquisito carpintero?8 Vamos, ¿en qué tono tiene tono tiene que ponerse uno para cantar contigo?

CLAUDIO. A mis ojos, es la más dulce dama que jamás he visto.

BENEDICTO. Yo veo todavía bien sin lentes, y no veo tal cosa: ahí está su prima, que si no estuviera poseída por una furia, la superaría tanto en belleza como en primero de mayo al último día de diciembre. Pero espero que no tendras, intenciones de volverte marido, ¿no?

CLAUDIO. Aunque hubiera jurado lo contrario, apenas me fiaría de mí mismo si Hero huero mi mujer.

8 Porque Cupido es ciego y Vulcano es herrero.

BENEDICTO. ¿A esto ha llegado? A fe, ¿no tiene el mundo un solo hombre que lleve el gorro con sospechas? 9 ¿No veré jamás un soltero de sesenta años? Vamos allá, a fe, si por fuerza tienes que meter el cuello en un yugo, lleva su marca encima y pasa los domingos en suspiros.

Mira, don Pedro ha vuelto a buscarte.

(Entra don Pedro)

DON PEDRO. ¿Qué secreto os ha retenido aquí, que no habéis seguido a Leonato?

BENEDICTO. Querría que vuestra Alteza [no] me obligara a decirlo

DON PEDRO. Te lo mando por tu felicidad. 10

BENEDICTO. Ya lo oyes conde Claudio: yo puedo tan reservado como un mundo, querría que lo pensarais así, pero es por mi fidelidad, fíjate en eso, por mi fidelidad. Éste está enamorado.

¿De quién? Ahora eso es lo que tiene que decir vuestra Alteza. Fijaos qué breve es su respuesta: de la hija pequeña de Leonato, Hero.

CLAUIDIO. Si así fuera, así se habría dicho.

BENEDICTO. Como el cuento viejo, señor: «No es así, no fue así; no quiera Dios que sea así». 11

9 De cuernos.

10 On thy allegiance, fórmula de mandato absoluto de rey, que no cabía desobedecer sin caer en traición.

11 Se alude al viejo cuento de Mr. Fox   _ un Barba Azul_, que negaba haber matado a una mujer, cuando se lo contaban como si hubiera sido un sueño, hasta que le pusieron delante la mano de la víctima.

CLAUIDIO. Si mi pasión no cambia pronto, no quiera Dios que sea de otra manera.

DON PEDRO. Amén, si la queréis, pues la dama es muy digna.

CLAUDIO. Lo decís para enredarme, señor.

DON PEDRO. Palabra, digo lo que pienso.

CLAUDIO. Y a fe, señor, yo también digo lo que pienso.

BENEDICTO. Y por mis dos fes y por mis dos palabras, señor, yo he dicho lo que pienso.

CLAUDIO. Que la quiero, lo noto.

DON PEDRO. Que ella lo merece, lo sé.

BENEDICTO. Que yo ni noto cómo habría de ser querida, ni sé, cómo habría de merecerlo, es la opinión ni el fuego puede arrancarme de derretida. Moriré con ella en la hoguera.

DON PEDRO. Siempre has sido un hereje obstinado contra la belleza.

CLAUDIO. Y nunca ha podido mantener su papel, sino por la fuerza de su voluntad.

BENEDICTO. Que una mujer me haya concebido, se lo agradezco; de que me haya criado, le doy las más humildes gracias: pero que vaya a soplar el cuerno de caza en mi frente o colgarlo en una bandolera invisible, me tendrán que perdonar todas las mujeres. Porque no quiero hacerles el agravio de desconfiar de ninguna, me haré a mí mismo la justicia de no confiar en ninguna: y la conclusión (que me hace más ilusión) 12 es que viviré soltero.

DON PEDRO. Antes de que muera, ya te veré pálido de amor.

BENEDICTO. De cólera, de enfermedad, o de hambre señor; no de amor. Si alguna vez demostráis que pierdo más sangre por el amor de la que puedo recuperar bebiendo, sacadme los ojos con una pluma de autor de romances, y colgadme a la puerta de un burdel como muestra: «al Ciego Cupido.» 13

DON PEDRO. Bueno, si alguna vez te conviertes de esa fe, resultarás un notable argumento.

BENEDICTO. Si así lo hago, colgadme en una botella, como un gato, y tiradme flechas , y al que me de dadle palmadas en el hombro y llamadle Adán. 14

DON PEDRO. Bueno, ya lo pondrá a prueba el tiempo: «Con el tiempo el villano a la melena  _obliga al toro que la frente eriza…» 15

12 En el original se juega con fine, en sentido de «conclusión», y finer , «mejor».

13 Era la muestra burdeles.

14 Para tirar al blanco con arco, se solía colgar un gallo en un cesto. «Adán» alude a Adam Bell, un excelente arquero casi legendario.

15 Se trata de un verso de la «Tragedia española», de Kyd, el drama más famoso de la época; este verso procede a su vez de la HECATONPATHIA de WATSON, en lo cual a su vez lo había tomado de un soneto italiano de PANFILO SASSO, muy imitado entre  otros por LOPE de VEGA , de cuya versión damos aquí los dos primeros versos.

BENEDICTO. El toro salvaje, quizá, pero si alguna vez el racional Benedicto soporta la melena del yugo arrancadle los cuernos al toro y ponedlos en mi frente, y pitadme vilmente y escribiendo con letras grandes, como cuando escriben «Aquí se alquila un buen caballo», que pongan debajo de mi retrato: «Aquí veis a Benedicto, el hombre casado.»

CLAUDIO. Si eso ocurre alguna vez, te volverás loco como una cabra. 16

DON PEDRO. No, si Cupido no ha gastado todos sus dardos en Venecia, 17 pronto temblarás por ello.

BENEDICTO. Entonces miraré si hay terremoto.

DON PEDRO. Bueno, ya contemporizarás con las horas. Mientras tanto buen signor Benedicto, acude a ver a Leonato, preséntale mis obsequios, y dile que mo faltaré a cenar con él, pues, desde luego, ha hecho grandes preparativos.

BENEDICTO. Casi tengo en mí bastante sustancia para una embajada así, de modo que os encomiendo …

CLAUDIO.…. A la protección de Dios. Desde mi casa (si la tuviera)…

DON PEDRO. Seis de julio; vuestro cordial amigo Benedicto.

16 Sustituimos el juego original HORN- MAD, «loco de remate», con su alusión a HORN, «cuerno».

17 Venecia tenía fama de ciudad de numerosas cortesanas.

BENEDICTO. Ea, no os burléis, no os burléis. el cuerpo de vuestro discurso está un tanto guarnecido de citas y, las guarniciones tampoco están bien asentadas. Antes de seguiros burlando de las viejas fórmulas, examinad vuestra conciencia, y con eso, os dejo. (se va.).

CLAUDIO. Señor, vuestra Alteza podría hacedme ahora un favor.

DON PEDRO. Mi afecto es tuyo, para que me enseñes; enséñame solamente cómo, y verás qué dispuesto está a aprender cualquier lección difícil que te haga un favor.

CLAUDIO. Señor, ¿tiene algún hijo Leonato?.

DON PEDRO. No tiene más hijos que Hero; ella es su única heredera. ¿La quieres, Claudio?.

CLAUDIO. Ah señor, cuando partisteis hacia esta guerra ahora terminada, yo la miré con ojos de soldado, que gustaron de ella, pero tenían entre manos una tarea más áspera que llevar ese afecto al nombre de amor. pero ahora he vuelto, y esos pensamientos de guerra han dejado vacíos sus sitios: en sus lugares surgen multitudes de blandos deseos delicados, todos sugiriéndome qué bella es la joven Hero, y diciéndome que me gustaba antes de irme a la guerra.

DON PEDRO. Enseguida vas a ser como un amador, cansando al oyente con un libro de palabras. Si amas a la bella Hero, cultívalo, y yo se lo daré a conocer a ella y a su padre, y la conseguirás.  ¿No era para ese fin para lo que empezaste a urdir tan linda historia?.

CLAUIDIO. ¡Qué dulcemente hacéis de ayudante del amor, que conocéis el dolor del amor por su cara! Pero para que mi deseo no parezca demasiado repentino, querría haberle hecho la salva con más larga disertación.

DON PEDRO. ¿Qué necesidad hay de que el puente sea más ancho que el río?. La mejor concesión es la de lo necesario. Mira, lo que sirve, es adecuado. De una vez para todas tú amas y yo te proveeré con el remedio. Sé que esta noche tendremos una fiesta. Yo asumiré tu papel con algún disfraz y diré a la bella Hero que soy Claudio, y abriré en su seno mi corazón, haciendo prisioneros sus oídos con la fuerza y la recia acometida de mis amorosas palabras. Luego se lo diré a su padre, y la conclusión es que ella será tuya.

Pongámoslo en práctica en seguida. (se van.)

ESCENA II

[En casa de Leonato]

(Entran Leonato y Antonio, viejo, hermano de Leonato.)

LEONATO. ¿Qué hay, hermano? ¿Dónde está mi sobrino, tu hijo? ¿Ha procurado esa música?

ANTONIO. Está muy ocupado en ello, pero, hermano, puedo contarte extrañas noticias que ni has soñado.

LEONATO. ¿Son buenas?

ANTONIO. Según las contraseñe el resultado, pero tiene buena presentación. Se muestra bien por fuera. Cuando el Príncipe y el conde Claudio paseaban por un espeso emparrado de mi jardín, un criado mío les oyó hablar así: El Príncipe descubría a Claudio que amaba a mi sobrina, tu hija, y pensaba reconocerlo esta noche en el baile, y, si la encontraba a ella de acuerdo, pensaba agarrar la ocasión por los pelos y manifestároslo al instante.

LEONATO. ¿Está en su juicio el hombre que te contó eso?

ANTONIO. Es un buen hombre muy listo; mandaré a buscarle y tú mismo le preguntarás.

LEONATO. No, no, lo consideraremos como un sueño hasta que se manifieste, pero se lo haré saber a mi hija, para que esté mejor preparada para la respuesta, si por casualidad esto es cierto. Ve tú a decírselo.

(Entran unos parientes.)18

Sobrino, ya sabes lo que tienes que hacer. Ah, te pido perdón, amigo; ven conmigo y usaré tu habilidad. Buen sobrino, ocúpate de este tiempo atareado. (Se van).

                               18 En ediciones posteriores, se explica: «Entra el hijo de Antonio, seguido de un músico», pero no se justifica la existencia de este hijo de Antonio.

 

Queridos lectores/as en 6 días y a la misma hora, les avanzaré las siguientes escenas. Les invito a que experimenten junto a sus amistades y o familiares recrear este divertido guion de teatro; tan solo han de elegir el personaje o personajes que más les guste e igualmente los demás participantes. Si os rotáis por escenas os resultará más sencillo pero igualmente divertido. Yo en mi hogar es lo que hice y resulto muy divertido, tanto que continuamos con otras obras de William Shakespeare. Hagan participes también a los peques de casa; aconsejo a partir de 10 años para que obtengan una mayor compresión de lenguaje y literatura a la vez de darles la oportunidad de nutrirse de cultura y literatura. Sencillamente en mi caso es menor pero su nivel cultural y literario es muy alto y que mejor que ayudarle a conocer más y correctamente la importancia de alimentar la mente y el alma también de la magia de la literatura a lo largo de los siglos junto a la cultura.

Felices vacaciones compañeros/as. Seguidme aquí; pues os merecéis tener la oportunidad de sembrar nuevas semillas en vuestros caminos en el cual os iré mostrando como desde el inicio de este mi blog. A pesar de las espinas que poseen nuestras rosas en nuestro sendero hiriéndonos profundamente, desgarrando nuestros corazones e inundando nuestras mentes de miedos impuestos por la sociedad. La mente humana es tan poderosa como nuestro universo y desde la verdad y con las herramientas adecuadas podemos eliminar todas y cada una de las cadenas que hemos adquirido en gran mayoría inconscientemente.

No os causará  molestia alguna el registrar vuestro correo, incluirme en vuestra agenda y cada artículo os llegara antes de verlo publicado en cualquier red social y de modo integro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

UN INSTANTE CON ELLA

 

erotica

Se sonríe. A media luna, danza. Tan corta que los labios rozan entre ellos con recelo, decididos a guardar el oro blanco de sus dientes, pierden. Candil, soberana y clara, entrelazada, pero un halago para el buen catador. Y húmeda, sí. La maniato zalamero, y soy vigía de este momento. Yo, que la he visto estallar y estirarse hasta el límite, y temblar, la congelo. Ensancha la sonrisa, que ahora es de deseo, y gana distancia. Doy permiso, y no peleo.

Domestica su cabello con una mano y me empuja hacia abajo ligeramente, en forzada calma. Dibuja pose altanera y sigue subiendo. Contemplo intranquilo cómo flota en las cumbres que ha hecho su hogar esquivo, visitante de ese camino, y flagelo el aire, para aliviar su vuelo. Se acuna sobre una voz distante, conmigo acantilado en su razón, derramando a gotas de caramelo su sabor. Sella la mirada, que aún retengo, y me exige audiencia. Obedezco y me clavo en sus ojos como en casa, pero sediento, y me cuenta todas las cosas que yo quiero, es libre.

Con manos codiciosas y una disculpa en los dedos sujeto su pelo, reabro el sendero con tiento y esmero, y me insinúo, y zozobro, y espero. Conserva el aliento primero, y suspira mi nombre en cascada. Tiembla y yo me remuevo, pero me atisba y decide caer. Bate las alas, y se posa sobre mi. Amansa la patria torva que le ofrezco al abrigo de sus pechos, y embaldosa mi piel con bocados de sus labios, imaginarios. Se detiene, constante, y ondea fieramente la espalda lisa de cristal, despreciando los posibles estragos. Fondea en mi centro, enroscada sibilina en tapiz desnudo, holla más abajo del pensamiento, por donde siento. Pausa para estrechar el lazo, con gesto suave. Pruebo la evasión, pero ella regresa huracanada a sus dominios y los reconquista certeramente, loa galana. Cede vereda ya embravecida, rompiendo en los peñascos que le opongo, y se disipa melosa por mi cara, pide que la vea. Germinas de la mar, ya lo sé.

Sospecho que no, que no puedo. Aunque quisiera no seria sincero. Por eso mejor me callo, y meso tu pelo, que es lo que quiero. Te beso, la boca después de los ojos. Lo he notado, yo te estremezco. Arraigas fuerte en espalda y aprovecho para respirarte. Entre dos latidos, me permito guardarte. Susurras que el tiempo se ha desbocado, aún no sé cómo lo haces, mientras tú y yo nos mirábamos, discreto. Giro la cabeza, agobiado, pero tú tocas mi pelo con la mano, y me dices que no pasa nada.

Bajamos hasta el coche, yo algo más adelantado, y noto que me rozas a propósito al caminar. Te ríes, y pareces divertida, cuando hago el amago de dejarte en tierra, y reprochas mi atención con una fingida mueca de severidad, bella. Te acomodas a mi lado y te sorprende la intensidad con qué te observo un segundo, pero coges impulso, y con un salto majestuoso te zambulles en mis ojos sin mesura, buscando asidero. Aquí te encuentro .

Tamborileas con tus dedos en mi pierna, una tonada que no puedo descifrar, y el coche nos lleva por la larga calle, en ligera cuesta, con rumbo pertinaz. Das la gracias de reojo, y retienes mi caricia en tu mejilla. Soy yo quien debo. Una luz cambia de ámbar a rojo, estratega, y nos captura al instante. Nada que objetar. ¿ Si tendré mucho trabajo ? Ya veremos, eso que más da. Miro el último tramo que queda delante, tu pecho ornamente mi respirar, acompasado, y me ausento rebelde y pienso qué, allá arriba.

Te acercarás, tu mano te retendrá, y me besaras. Hablaremos, yo no mucho, de alguna tontería, para mirarnos bien un rato. Nos despediremos, a lo mejor con un abrazo, y algo más. Tú me pedirás que me cuide, y yo no te diré nada. Luego te veré marchar, como siempre y mientras haga falta. Seguiré tus pasos, los primeros, y tú, que no eres de ésas, girarás la cabeza y brillarás. Hazlo sólo por mi.

Aprietas mi mano con fuerza, quema. El semáforo está en verde, la gente ya no cruza, y nada nos detiene. Lanzas un suspiro, que acompañas a mi umbral. Me estiras levemente al arrancar, y tuerzo la cabeza y veo que me espías, desde ahí al lado, con una sonrisa ininteligible. Y otra vez pareces divertida, cuando descubres tanteante, que yo te la devuelvo.

 

Le den a seguir y opinen libremente dejando sus comentarios en este artículo. Gracias y hasta pronto.

 

EL LOUIS VUITTON DEL SEXO FEMENINO, EYACULACIÓN

 

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EYACULACIÓN FEMENINA POR EL SEMANAL DE PENÉLOPE. EL NIRVANA DE TU SEXUALIDAD MUJER.

1 PASO PARA LA EYACULACIÓN FEMENINA

 

EL OJO ERÓTICO DEL HOMBRE Y EL OÍDO AFRODISIACO DE LA MUJER.

Es necesidad ilimitada de la mujer  por escuchar halagos y declaraciones de amor revela el descomunal poder que tiene la palabra sobre ella. El hablar tiene una función expresiva que le ayuda a ordenar sus sentimientos. La mujer necesita expresarse aunque con ello no obtenga ningún beneficio directo, aunque no lleve a ninguna meta ni resultado práctico. Simplemente para contactarse con sus emociones, entenderlas y organizarlas.
Desde pequeñas, las mujeres se encierran en el baño con sus centrados en la conversación. Se entretienen haciendo de mamás o profesoras, visitándose para tomar té, inventando infinidad de situaciones para interactuar y expresar la más diversas emociones.
Los hombres, en cambio, tienen grandes dificultades para hablar de sus sentimientos. No han sido socializados para ello. Cuando niños, juegan al fútbol, al taca-taca o los flippers, corren y trepan a los árboles. Para ellos, la clave está en la acción, no en la expresión.Instalados en la madurez, los hombres se enredan, se atragantan y se angustian cada vez que tienen que hablar de sus emociones. Si bien en los últimos años muchos han ido descubriendo el poder de la comunicación íntima, por lo general, cuando los sentimientos están por desbordarse, buscan alivio a través de la acción.
Un hombre angustiado por algún problema tiende a concentrarse en sí mismo, a estar callado y retraído hasta que encuentre la solución.  Entonces saldrá de  su aislamiento para poner manos a la obra y resolver el asunto. Descargan así sus emociones y recuperan la tranquilidad.
El desahogo que ellos consiguen al actuar es similar al que experimentan las mujeres con el hablar. Cuando están sobrecargadas por sus emociones, sólo hayan sosiego cuando comparten con alguien cercano lo que les está pasando. Hablarán una y otra vez sobre el tema, le darán vueltas por todos lados hasta que vaya iluminándose la salida.
Quizás sea ésta una reminiscencia atávica de la familia extendida en la que las mujeres con vivían permanentemente con sus pares. Y puede que el silencio doloroso del hombre esté arraigado en su soledad us central cuando nadie podía auxiliar lo frente a las fieras que debía cazar o las armas del enemigo que debía esquivar. Pareciera que desde siempre las mujeres hemos estado en redes y los hombres en cápsulas.
Una vez más dejaremos fuera el análisis del debate de cuánto es cultural y cuánto biológico en esta marcada diferencia. Más allá de sus orígenes, lo que nos interesa es cómo esta relación tan disímil con el verbo afecta nuestra sexualidad.
La función de la palabra en la relación sexual es claramente distinta para unos y otras. Por más que un hombre demuestre su amor y su atracción con gestos, la mujer sentirá que algo falta si estas señas no van acompañadas de la voz.
Las palabras son indispensables para el ser femenino. Las mujeres necesitan escuchar que son bonitas, atractivas y deseables. Requieren que las declaraciones de amor pasen por sus oídos y no solo por las caricias de su cuerpo, por más tiernas y apasionadas que sean.
Pocas cosas son más excitantes que un hombre hablando de amor, que el escuchar frases románticas antes, durante y después de hacer el amor.
Pero la mayoría de los hombres no tiene vocación de poeta. La s expresividad no les brota espontáneamente y no la considera necesaria. Para ellos lo esencial es mostrar, es manifestarse con el gesto y la acción. Cuando descubren el poder erótico de la palabra, tienen que hacer un esfuerzo para apropiarse de ella y dejarla fluir.
Muchos hombres se sorprenden con los niveles de pasión y voluptuosidad que la palabra es capaz de desatar. Es un descubrimiento estimulante que los alienta soltarse en la intimidad e ir descubriendo los misterios del habla. Es muy probable que una declaración de amor, una expresión de deseo, una carta a una poesía tengan un potencial de excitación mucho mayor que cualquiera de esos botones mágicos a los cuales los hombres suelen recurrir pensando que es allí donde se enciende la sensualidad femenina. El oír puede ser una caricia mucho más erótica que el ser tocada.
Desgraciadamente, junto a esos hombres que asumen el poder de la palabra en el juego erótico, hay otros tantos que insisten exclusivamente en la acción, ignorando la trascendencia de la expresión verbal. Son los que se sentirán injustamente descalificados cuando una mujer les diga que no se siente querida, luego que el exterior y estado toda su pasión a través de múltiples gestos y caricias eróticas. No logran entender que, después de todas esas demostraciones intensas y fogosas, ella no esté satisfecha.
Para la mujer, la palabra es una forma de conexión y, por lo tanto, durante el sexo es parte esencial del vínculo erótico. Sin embargo, según numerosos testimonios, ellos en general se quedan mudos, están como idos, reconcentrados en la acción sin ser capaces de decir algunas frases sensuales, bonitas, amorosas. Las mujeres van resistiendo ese silencio y lo van interpretando como desinterés y desamor, lo que termina enfriando su pasión en la cama.
Uno de los momentos dramáticos del choque entre el hablar femenino y el silencio masculino se produce inmediatamente después del acto sexual. ¡ Ella quiere conversar, él solo quiere dormir!.
Si la relación sexual ha sido satisfactoria, si se ha logrado una profunda cercanía, la mujer sentirá qué es el espacio precioso para escuchar y ser oída. Se sabe que herida y está en una situación privilegiada para dejar fluir cualquier emoción, cualquier inquietud o problema que tenga en su interior. Sin mayor planificación o análisis, simplemente permitir que las palabras se escapen sin mayor cuidado.
Sin embargo, como veíamos en el capítulo anterior, para los hombres la relación sexual ha significado un desahogo enorme, un gasto energético tan contundente que fisiológicamente están listos para dormir.
Conscientes de que la pareja se resiente, algunos hacen esfuerzos para mantenerse despiertos, conversar y crear ese espacio solo para ellos, que parece ser tan importante para la mujer. Sin embargo, muchos reportan con angustia – y cierto enojo- qué una característica normal de su fisiología sea considerada como una agresión. Otros aseguran estar dispuestos a combatir su sueño pero se rebelan ante la exigencia. Es el caso de Martín, ingeniero, 49 años, 20 de matrimonio: «Hay veces que me muero de sueño y simplemente ¡ no me sale hablar! Me da mucha rabia que eso esté por el suelo todo lo amoroso que fui durante la relación sexual. Me parece injusto, me siento descalificado y tengo la sensación de que no me entiende».
Cuando se trata de una relación ocasional, el hombre pondrá toda su energía para evitar el sueño. El tiempo es escaso y se esforzará por aprovecharlo al máximo. Pero en la cotidianidad de una relaccion estable le será difícil mantener ese ritmo. Al no verse exigido por la presión del tiempo y la conquista, se entregará rápidamente al sueño, mientras su pareja cae en el abandono, sin poder comprender como él es capaz de desperdiciar ese instante tan único para la comunicación.
Muchas mujeres se quejan de que su pareja no les habla durante el acto sexual. Para ella es una carencia radical, pero no parece tener acogida entre los especialistas. El silencio masculino no aparece como un problema en la fase de la excitación, ni en la penetración, ni en la etapa del orgasmo. En la literatura científica sobre sexualidad esta deficiencia que afecta a tantas mujeres simplemente no existe.
A la hora de describir a un buen amante, rara vez la mujer hará referencia al tamaño de su pene o al número de orgasmos que logró durante el encuentro. Normalmente, contar acerca de la atención que le dedicó, de lo que hablaron mientras hacían el amor. Se centrará en lo que le dijo, cuándo se lo dijo.
No hay que engañarse, no son solo palabras eróticas o amorosas las que impactan en la conducta sexual de la mujer sino también es el diálogo normal y corriente acerca de la vida, la relación y los problemas de cada uno, que se da en la cotidianidad de la pareja.
Pocas cosas repercuten tan favorablemente en la  sexualidad de la mujer como una buena comunicación verbal. Una conversación suelta sin rumbo fijo, sin planificación mi temario preestablecido va creando un clima de intimidad en el que la mujer se siente comprendida, escuchada y valorada. «Hablamos de cualquier cosa», es una frase que se repite constantemente entre las mujeres que describen una buena relación sexual.
y tal como la conversación distendida puede ser un espléndido afrodisíaco, el ruido puede ser un terrible bloqueador de la libido. Muchos hombres no se dan cuenta de que la televisión es uno de sus grandes enemigos.  ellos pueden hacer perfectamente el amor con la televisión prendida, pero hay muchísimas mujeres esa « compañía» les produce un bloqueo instantáneo de sus sensaciones sexuales.
Ellas necesitan atención total de su pareja para hacer el amor. Tal como requieren de su concentración cuando le habla o le cuenta algún problema. Nada es más irritante que un hombre que hojear una revista o mira la televisión mientras su pareja le habla.  y no se trata sólo de un asunto de educación sino de un factor que puede incidir nocivamente a la hora del sexo. El no ser escuchada constituye para la mujer un fuerte rechazo que la deja resentida, humillada y a la defensiva. Queda en un estado desde el cual le será muy difícil conectarse sexualmente.

Para cumplir esta función afrodisíaca, el hablar debe ser parte de una comunicación íntima sin interferencias. si tiene atención exclusiva, la mayoría de las mujeres se sentirá valorada y atractiva. Lista para el sexo.
Paradójicamente, este aislamiento que tanto motiva la mujer no apasiona al hombre del mismo modo. Pareciera que la fantasía de la isla desierta es sólo eso, una ilusión. Ambos lo viven de manera muy distinta.
Entre las mujeres existe una tendencia natural a comunicarse, a crear redes de relaciones, a sentirse siempre parte de un nosotros. Hay muchos « nosotros», el de la pareja, el de la familia, el de las amigas. Y ese « nosotros» se concreta cuando sus integrantes se conectan emocionalmente con gran intensidad. En esos estados, la conexión humana es tan potente que los límites entre la piel de uno y otro pareciera que se funden en uno solo. En general, las mujeres tienden a buscar este vínculo y experimentar en él un enorme placer.
Aunque cueste admitirlo, a la mayoría de los hombres esa situación le resulta más bien sofocante. Instintivamente, tratará de diferenciarse, de mantener claros los límites entre su piel y la de otros, marcará un espacio propio, donde pueda mostrar sus destrezas y sus capacidades. Hará lo posible por dejar establecida su individualidad y su habilidad para arreglárselas solo, tal como lo aprendió en la prehistoria.
Por más que forme parte de un grupo, el hombre necesita sellar su autonomía.
Obviamente, los hombres también gozan de la intimidad en ciertos momentos, pero mientras las mujeres quisieran perpetuar ese estado – de infinito placer-, ellos empiezan a ahogarse y, a poco andar, se las arreglan para retomar una cierta distancia que les permita recuperar su identidad y su serenidad.
El dormirse después del coito, el quedarse callado, el aislarse, es una necesidad de reencuentro consigo mismo, devolver a saber quién es, cuáles son sus gustos, hacia dónde quiere ir. Pareciera que en la intimidad el hombre se disuelve, se pierde y necesita volver a tomar control.
Esto no quiere decir que la mujer no requiera de su independencia y su espacio propio.

Autora: Patricia Politzer, Eugenia Weistein. Libro: Mujeres: La sexualidad secreta.

MI EXPERIENCIA.

En primer lugar decir, que en cuanto a este libro todavía me duele la tripa porque no es verdad, me parece absurdo que la autora generalice. Yo como mujer jamás he sentido que se me dilatase la vagina con las palabras de un hombre, es más, las mujeres maduramos hace muchos años. Si bien es cierto, en parte el relato de este libro, no lo es en las formas en que la autora lo relata, estoy en desacuerdo absoluto tanto en el reflejo del hombre como en el de la mujer. Hoy dedico esta mi experiencia y, mi consejo a todas las mujeres porque nos merecemos mejor comunicación, mejor educación ….

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MIS CONSEJOS.

Desnúdate y juguemos 
Tócate, pon tu mano derecha en la zona en la zona genital como tú solo sabes, con la izquierda  introduce tus dedos y busca en la parte derecha, encontrarás algo muy similar al clítoris pero más grande y rugoso, está junto al hueso pélvico.
Mantén el contacto continuo en esta zona con movimientos continuos, gira aprieta, ahora debes inclinar hacia delante tu pelvis, seguidamente aprieta tu vagina como si quisieras miccionar, acto seguido debes contraer la vagina y el útero, coordina estos movimientos conscientemente.
Relájate y disfruta, no te asuste si expulsas orina, pues es muy normal, pero ten paciencia y llegarás a la eyaculación. La mejor posición es la ginecológica para aprender, luego te resultará hasta fácil de pie. Esto es absolutamente el paraíso, jamás volverás a quedar insatisfecha sexualmente. La eyaculación es más espesa que la de los hombres y,  la cantidad varia dependiendo de tu habilidad y práctica sexual contigo misma.

SEXUALIDAD EDUCATIVA PARA NUESTRS  HIJAS.

Sería muy necesario que los padres hiciésemos un uso correcto de la educación con nuestros hijos y la necesidad de las mentes abiertas para tratar la sexualidad sin tener que salir en la adolescencia en busca del otro sexo para satisfacer nuestras necesidades sexuales antes de lo debido. Antes deben conocer sus cuerpos y sobre todo, ellas deben conocer que es un placer.

Por mi parte apoyar a las mujeres de todas la edades, quiero que conozcáis vuestros cuerpos y lleguéis al éxtasis por vosotras mismas, teniendo en cuenta que la sexualidad forma parte de nuestro proceso humano en el crecimiento y madurez tanto física como mental.
Sin embargo debido a la censura, hoy todavía en la sexualidad femenina a causa de las manipulaciones sociales, adoctrinamiento social y sin duda el familiar, el machismo generalizado, miedos etc.; debido también al nivel del paso y de la altura de un caracol en nuestro sistema educativo, deja mucho que desear desgraciadamente, tristemente estamos a la altura de Rumanía en educación a todos los niveles.

La eyaculación femenina, la localización del punto G femenino y como aprender a tocarnos, conocernos y querernos todavía hoy socialmente es algo que para la gran mayoría pertenecen al espacio exterior.

CONCLUSIÓN.

Está publicación la realizo tras doce meses de indagar e investigar personalmente socialmente y en las calles con mujeres de veinte años y hasta los sesenta y cinco años, con hombres igualmente, hoy doy paso como he mencionado anteriormente.
Puesto que no es el momento de dar merengue a mis neuronas irónicas, solo añadiré que el 15% me afirmaron que habían visto en las redes sociales algún video sobre eyaculación femenina, sin embargo casi nadie  lo experimentó, el 85% no sabía de que trata la eyaculación. Claro que ahora si lo saben, y yo que me alegro, deseo que las mujeres aprendáis a exploraros y disfrutéis plenamente.

Sin pretender entrar en ningún momento en un debate y además por supuesto con todos mis respetos y afecto decir os quiero que en general los hombres no satisfacéis sexualmente a vuestras parejas, sobre todo cuando pasáis de la borrachera del enamoramiento a la estabilidad. Pero como aquí en esta mi publicación lo que trato es de que consigamos mejor comunicación entre los dos sexos y sobre todo, que todas las mujeres encuentren la eyaculación y estén satisfechas siempre.

Veamos cómo podéis estar vosotros también los hombres más satisfechos y disfrutar más y mejor juntos. Las bolas chinas son una buena herramienta para que regaléis a vuestras chicas. Con las bolas chinas se ejercitan todos los músculos vaginales y del útero. Además en el caso de las mujeres que han sido madres, ayuda a evitar la perdida de orina, si la mujer las utiliza de modo rutinario cada día al levantarse y llevarlas todo el día, los resultados son maravillosos, vosotros los hombres obtendréis mucho más placer en la penetración porque sentiréis que está mucho más apretada y fuerte toda la zona genital femenina, a continuación pasaremos a ver varios modelos de bolas chinas y diversos juguetes sexuales http://www.placerintenso.es/   Google.

 

Os deseo muy felices fiestas, darle a seguir y confirmar en vuestro correo. Será más cómodo para continuar con publicaciones de carácter social.

FELIZ FIN DE AÑO 2015.