MUCHO RUIDO POR NADA

WILLIAM SHAKESPEARE

                                        ESCENA III

                                                                  [El jardín de Leonato]

Entra Benedicto, solo.

BENEDICTO. ¡Muchacho!

Entra el muchacho.

       12 Esto parece implicar cierta malicia sobre las consecuencias, por parte de Margarita, en relativo desacuerdo con que al final de la obra se la considere casi inocente de la trama. Algunos editores sustituyen aquí «Claudio» por «Borrachio».

MUCHACHO. ¿Señor?

BENEDICTO. En la ventana de mi cuarto hay un libro. Tráemelo aquí al jardín.

MUCHACHO. En seguida estoy aquí. (Se va.)

BENEDICTO. Ya lo sé, pero querría que te hubieras ido y que estuvieras aquí otra vez. Me extraña mucho que cuando un hombre ve lo tonto que es otro hombre cuando entrega al amor sus acciones, después de haberse reído de tan bobas locuras en otros, se convierta en el motivo de su propia burla enamorándose: tal hombre es Claudio.

Le he conocido cuando no había para él otra música que el tambor y el pífano, y ahora prefiere oír el tamboril y la dulzaina. Le he conocido cuando era capaz de andar diez millas a pie para ver una buena armadura, y ahora está diez noches sin dormir discurriendo el corte de un nuevo jubón. Solía hablar sencillo y conforme al asunto, como hombre honrado y como soldado, y ahora se ha vuelto un diccionario; sus palabras son un banquete fantástico hecho todo de platos raros. ¿Podría yo convertirme así y seguir mirando con estos ojos?  no puedo decir: creo que no. No juraré que el amor no me ha de transformar en una ostra, jamás hará de mí un tonto semejante. Una mujer es bella, pero yo estoy bien; otra es lista, pero yo estoy bien; otra, virtuosa, pero yo estoy bien. Mientras todas las gracias no estén en una sola mujer, una sola mujer no obtendrá mi gracia. Rica ha de ser, eso es seguro; lista, o no la quiero; virtuosa, o jamás la contrato; bella, o jamás la miro; dulce, o que no se me acerque; noble, o no doy por ella un ducado; 13 de buena conversación, excelente música, y el pelo, que lo tenga del color que Dios quiera. Ah, ahí están el Príncipe y don Amor: me esconderé en el emparrado. (Se esconde.)

DON PEDRO. Ea, ¿vamos a oír esa música?

CLAUDIO. Sí, mi buen señor. ¡Qué silencioso está el anochecer, como acallado adrede para agraciar la armonía!

DON PEDRO. ¿Veis dónde se ha escondido Benedicto?

CLAUDIO. Muy bien, señor; en cuanto acabe la música le daremos su merecido a ese zorro. 14                                                                                                                                                                        (Entran Baltasar, con músicos.)

mucho-ruido

DON PEDRO. Vamos, Baltasar, queremos oír otra vez esa canción.

BALTASAR. Ah, mi buen señor, no obliguéis a tan mala voz a calumniar a la música más de una vez.

DON PEDRO. Siempre es testimonio de perfección ocultar con rostro desconocido la propia perfección. Por favor, canta, y no hagas que te corteje más.

       13  Sustituimos el juego con angel, «ángel» y «moneda».                                                                               

      14  Alusión a la fábula de Chivo y el Zorro, que se encuentran en El calendario del pastor, de Spenser.

BALTASAR. Puesto que habláis de cortejar, cantaré, ya que muchos cortejadores empiezan por hacer la corte a mujeres a las que no creen dignas, y sin embargo, cortejan y son capaces de jurar que aman.

DON PEDRO. Bueno, empieza, por favor, o si quieres seguir discutiendo, hazlo con notas.

BALTASAR. Antes de mis notas, notad que no hay nota mía que no sea digna de ser notada.

DON PEDRO. Vaya, está hablando en clave con tanta nota. Anota notas, no tardes, pardiez. 15

BENEDICTO. Bueno, aire divino, ahora su alma está arrebatada. ¿No es extraño que unas tripas de oveja saquen las almas del cuerpo a los hombres? Bueno, un cuerno por el dinero que saque cuando todo acabe. [Canta.]

[BALTASAR]. 16 Señoras, basta ya de suspirar: los hombres siempre han sido engañadores.             Nunca fueron constantes sus amores, con un pie en tierra y otro pie en el mar.

No suspiréis, dejadles ir allá, y quedaos tan frescas como rosas, convirtiendo las quejas dolorosas en un alegre tralaralará.

        15  En el original: note notes forsooth, and nothing.

       16  En el original falta la indicación BALTASAR.

No cantéis más endechas de congojas, dejad las penas, consolaos ya; siempre es traidor el hombre y así va desde que los veranos traen hojas; no suspiréis, dejadles ir allá, etc.

DON PEDRO. Buena canción a fe mía.

BALTASAR. Y mal cantor, señor.

DON PEDRO. ¡Ah, no, no, de veras!  Cantas bastante bien a falta de cosa mejor.

BENEDICTO. Si hubiera sido un perro quien hubiera aullado así, le habrían ahorcado, y quiera Dios que su mala voz no presagie desgracia. Habría preferido oír al cuervo nocturno, cualquiera que fuera la calamidad que la siguiera.

DON PEDRO. [después de hablar en voz baja con Claudio y Leonato]. Eso, pardiez, ¿oyes Baltasar? Por favor, búscame buenos músicos, pues mañana por la noche queremos que vayan a la ventana de la alcoba de doña Hero.

BALTASAR. Los mejores que pueda. ( Se va.)

DON PEDRO. Hazlo así, adiós. Venid acá, Leonato:¿ qué es lo que me decíais hoy de vuestra sobrina Beatriz estaba enamorada de signor Benedicto?

CLAUDIO. [ Sin que le oiga Benedicto]. Andad allá, anda allá que el pájaro se ha posado.            [ Alto.] Nunca creí que esa dama amara a ningún hombre.

LEONATO. Ni yo tampoco, pero lo más prodigioso es que enloquezca así por el signor Benedicto, a quien siempre pareció aborrdecer por todas las señales exteriores.

BENEDICTO. [ Escondido]. ¿ Es posible ? ¿ De ese lado sopla el viento ?

LEONATO. A fe mía, señor, no sé qué pensar de ello, pero que ella le quiera con tanta furia, es algo que sobrepasa el extremo del pensamiento.

DON PEDRO. Quizá no haze más que fingir.

CLAUDIO. A fe, es bastante probable.

LEONATO. ¡Oh Dios! ¿ Fingir ? Nunca ha habido un fingimiento de pasión que se acercara tanto a la realidad de la pasión como el que ella muestra.

DON PEDRO. Pues ¿ qué efectos de pasión muestra ?

CLAUDIO. [ sin que le oiga Benedicto]. Poned buen cebo en el anzuelo; este pez picará.

LEONATO. ¿ Qué efectos señor ? Se queda sentada… [ A Claudio. ] Ya has oído a mi hija contar cómo.

CLAUDIO. Sí, en efecto.

DON PEDRO. ¿Cómo, cómo, por favor? Me dejáis pasmado; yo habría creído que su espíritu era invencible contra los ataques del amor.

LEONATO. Yo habría jurado que era así, señor, especialmente contra Benedicto.

BENEDICTO. Creería que es una burla si no lo dijera ese tipo de la barba blanca: seguro que la villanía no puede ocultarse en tal respetabilidad.

CLAUDIO: [sin que le oiga Benedicto]. Ya tiene el contagio: sujetadle firme.

DON PEDRO. ¿Ha hecho saber su afecto a Benedicto?

LEONATO. No, y jura que nunca se lo hará saber; ése es su tormento.

CLAUDIO. Es verdad, en efecto, eso dice vuestra hija. Dice ella: «Yo, que tantas veces me he enfrentado despreciativamente con él, ¿voy a escribirle que le quiero?»

LEONATO. Eso lo dice cuando empieza a escribirle, pues se levanta veinte veces de noche, y se queda sentada, en peinador, hasta que ha escrito una hoja de papel. Mi hija nos lo cuenta todo.

CLAUDIO. Ahora que habláis de escribir, recuerdo una linda broma que nos contó vuestra hija.

LEONATO. Ah sí, que cuando había escrito la carta y la releía, encontró que «Benedicto» estaba encima de Beatriz».17

CLAUDIO. Eso.

LEONATO. Ah, rompió la carta en mil pedazos, injuriándose a sí misma por ser tan indecorosa al escribir a uno que ella sabía que se le burlaría. «Le mido -dice- por mi propio espíritu, pues yo me burlaría de él si me escribiera; sí, aunque le quiero, me burlaría de él.»

       17 En el original hay un juego con sheet, «hoja de papel» y «sábana»: literalmente: encontró a Benedicto y Beatriz en la sábana».

CLAUDIO. Luego cae de rodillas, llora, solloza, se golpea el corazón, se arranca el pelo, reza, maldice «¡Ah, dulce Benedicto! ¡Dios me dé paciencia!»

LEONATO. Eso hace, en efecto, según me cuenta mi hija, y la agitación la ha abrumado tanto que mi hija a veces teme que atente desesperadamente contra ella misma; es mucha verdad.

DON PEDRO. Sería bueno que Benedicto lo supiera por algún otro, si ella no lo revela.

CLAUDIO. ¿Para qué? No haría más que tomarlo a broma a atormentar más a la pobre dama.

DON PEDRO. Si eso hiciera, sería caritativo ahorcarle. Ella es una dama excelente y dulce, y virtuosa por encima de toda sospecha.

CLAUDIO. Y extraordinariamente inteligente.

DON PEDRO. En todo, menos en enamorarse de Benedicto.

LEONATO. Ah, señor, cuando la sensatez y la sangre combaten en tan tierno cuerpo, se puede apostar diez contra uno a que la sangre obtendrá la victoria. Lo siento por ella, como como tengo buen motivo por ser su tío y su tutor.

DON PEDRO. Ojalá me hubiera concedido a mí su locura de amor; yo habría saltado por encima de toda otra consideración y la habría hecho la mitad de mí mismo. Por favor, contádselo a Benedicto, y oíd qué dice.

LEONATO. ¿Creéis que sería bueno?.

CLAUDIO. Hero piensa que es seguro que ella se morirá, pues dice que ha de morir se él no la quiere, y que ella morirá antes de dejar que se conozca su amor; y si él la corteja, ella morirá antes que menguar en nada su acostumbrada manía de llevar la contraria.

DON PEDRO. Hace muy bien; si ella le ofreciera su amor, es muy posible que él lo despreciara, pues, como todos sabéis, ese hombre tiene un carácter despreciativo.

CLAUDIO. Es un hombre muy como es debido.

DON PEDRO. Desde luego, tiene un buen aspecto exterior.

CLAUDIO. Muy inteligente, a mi juicio y delante de Dios.

DON PEDRO. En efecto, muestra algunas chispas que parecen ingenio.

CLAUDIO. Y creo que es valiente.

DON PEDRO. Como Héctor, os lo aseguro; y podéis decir que es juicioso en manejar riñas, pues o las evita con gran discreción, o las acepta con buen temor de Dios.

LEONATO. Si tiene temor a Dios, por fuerza tiene que mantener la paz; y si quebranta la paz, debe entrar en pelea con temor y temblor.

DON PEDRO. Y eso hace, pues ese hombre teme a Dios, por más que no lo parezca en ciertas bromas pesadas que gasta. Bueno, lo siento por vuestra sobrina. ¿Vamos a buscar a Benedicto y le contamos su amor?

CLAUDIO. No le habléis nunca, señor; que se le pase a ella pensándolo mejor.

LEONATO. No, eso es posible: antes se le pasará la vida. 18

DON PEDRO. Bueno, ya sabremos más de eso por vuestra hija: dejemos que se enfríe mientras tanto. Quiero mucho a Benedicto, u me gustaría que se examinara a sí mismo con modestia para ver qué poco digno es de tan valiosa dama.

LEONATO. Señor, ¿queréis poneros en marcha? La comida está preparada.

CLAUDIO. [aparte]. Si no se vuelve loco por ella después de esto, jamás me fiaré de mis esperanzas.

DON PEDRO. Hay que tenderle a ella la misma red, y eso deben hacerlo vuestra hija y sus damas de compañía. La broma será cuando cada cual crea que el otro está loco de amor, sin que haya tal cosa. Ésa es la escena que querría ver, y será una buena pantomima. Enviémosla a ella a que le llame a comer. (Se van don Pedro, Claudio y Leonato.)

       18  Literalmente, «antes se le gastará el corazón» jugando con wear it, «soportarlo», y wear out, «consumir».

BENEDICTO. Esto no puede ser un truco: la conversación se ha llevado en serio. Ellos saben la verdad de eso por Hero y parecen compadecerse de la dama. Parece que su amor está del  todo entregado. ¿Quererme a mí? Pues habría que corresponder. Ya oigo cómo me critican: dicen que me comportaré con orgullo si me doy cuenta de que el amor viene de ella. Dicen también que ella morirá antes que dar ninguna señal de amor.                                                    Nunca pensé casarme… No debo parecer orgulloso. Dichosos los que oyen sus críticas y las pueden remediar. Dicen que ella es hermosa; es la verdad, y puedo darles testimonios; y virtuosa, así es, no lo puedo negar; y lista, salvo en quererme: a fe mí, eso no habla a favor de su buen juicio, pero tampoco es gran muestra de su locura, porque yo también me he de enamorar terriblemente de ella. Puede ocurrir que rompan contra mí alguna que otra burla y algún resto de ingeniosidad, pero ¿no cambia el apetito? Cuando uno es joven, le gusta comer cosas que de viejo no puede aguantar. ¿Acaso las bromas y las frases y esas balas de papel que dispara el cerebro van a asustar a un hombre para que se aparte de su humor? No, hay que poblar el mundo. Cuando decía yo que moriría soltero, no creía que viviría hasta casarme. Aquí viene Beatriz. Por la luz del día, que es una hermosa dama. Observo en ella algunas señales de amor. (Entra Beatriz.)

BEATRIZ. Contra mi voluntad, me mandan a que os ruegue entrar a comer.

BENEDICTO. Bella Beatriz, os agradezco la molestia.

BEATRIZ. No me he molestado para ser agradecida más de lo que os molestáis en agradecérmelo. Si hubiera sido molestia, no habría venido.

BENEDICTO. Entonces, os procura placer el recado.

BEATRIZ. Tanto como se puede tomar en la punta de un cuchillo para ahogar con él a un cuervo. Signor, no tenéis apetito. Adiós.(Se va.)

BENEDICTO. ¡Ah! «Contra mi voluntad, me mandan a que os ruegue entrar a comer.» Eso tiene doble sentido. «No me he molestado para ser agradecida más de lo que os molestáis en agradecérmelo.» Eso es como decir: «Cualquier molestia que me tome por vos es tan grata como el recibir agradecimiento.» Si no me compadezco de ella, soy un villano; si no la amo, un judío. Iré a buscar un retrato suyo. (Se va.)

 

ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA

                                                               [El jardín de Leonato]

(Entran Hero y dos damas de compañía, Margarita y Úrsula.)

HERO. Buena Margarita, corre al salón; allí encontrarás a mi prima Beatriz conversando con el Príncipe y con Claudio. Susúrrale al oído que estoy aquí con Úrsula, paseando por el jardín, y que nuestra conversación es toda sobre ella. Di que nos has oído sin que te notáramos, y ruégale que se esconda en aquella espesa glorieta donde las madreselvas, maduradas por el sol, prohíben al sol que entre, como favoritos enorgullecidos por los príncipes, que elevan su orgullo contra el poder que lo nutrió. Allí se esconderá para escuchar lo que decimos. Ése es tu encargo: pórtate bien en él, y déjanos solas.

MARGATITA. Os aseguro que la haré venir en seguida. (Se va.)

HERO. Ahora, Úrsula, cuando venga Beatriz, mientras paseamos de un lado para otro por este sendero, nuestra conversación ha de ser sólo sobre Benedicto. Cuando yo le nombre, tu papel ha de ser alabarle más de lo que jamás ha merecido un hombre, y yo he de decirte cómo Benedicto está enfermo de amor  por Beatriz. De esta materia está hecho el  astuto dardo del pequeño Cupido, que sólo hiere de oídas. Ahora empieza, pues mira dónde viene corriendo Beatriz como un pajarillo1 que no se levanta del suelo, para escuchar nuestra conversación.                                                                                                                                                     (Entra Beatriz.)

ÚRSULA. Lo mejor de la pesca con caña es ver al pez surcar con los remos de oro la corriente de plata, y devorar ávidamente el cebo traidor. Así queremos pescar a Beatriz, que ahora mismo se ha escondido en la cobertura de la madreselva. No temáis por mi papel en el diálogo.

HERO. Entonces acerquémonos a ella para que su oído no pierda nada del cebo engañador que le ponemos. [Más alto.] No de veras, Úrsula, ella es demasiado despreciativa; sé que su ánimo es tan esquivo y salvaje como un halcón de las rocas.

ÚRSULA. Y ¿os han encargado que se lo dijerais a ella, señora?

       1 Literalmente, «frailecico», lapwing.

HERO. Me rogaron que se lo dieran a conocer, pero yo les convencí de que, si querían a Benedicto, le dijeran a él que luchara contra el amor sin hacérselo saber nunca a Beatriz.

ÚRSULA. ¿Por qué lo hicisteis así? ¿Ese caballero no merece tan afortunado lecho como aquel en que pueda tenderse Beatriz?

HERO. ¡Oh dios del amor! Sé que merece tanto como pueda concederse a un hombre, pero la Naturaleza jamás ha formado un corazón de mujer con materia más orgullosa que el de Beatriz. El Desprecio y la Burla cabalgan centelleando en sus ojos, desdeñando lo que miran, y su ingenio se tiene en tal alta estima a sí mismo, que para ella cualquier cosa parece floja. Ella no puede amar, ni aceptar forma ni proyecto de amor: tan ufana de sí misma está.

ÚRSULA. Cierto que eso creo yo, y por tanto, es verdad que no sería bueno que ella supiera que él la quiere, no sea que lo tome a diversión.

HERO. Sí, dices la verdad; jam´s he visto un hombre, por inteligente, noble, joven y de aspecto exquisito que fuera, que ella no le leyera las letras al revés: si era rubio, ella juraría que el caballero podría ser su hermana; si moreno, vaya, la Naturaleza, dibujando una caricatura había echado un borrón; si alto, una lanza con mala cabeza; si bajo, un camafeo mal tallado; si hablador, vaya, un vanidoso inflado por todos los vientos; si silencioso, vaya, un estúpido que no se movía con ninguno. Así a todos los hombres los vuelve del revés, y nunca accede a la verdad y la virtud lo que merecen la sencillez y el mérito.

ÚRSULA. Es verdad, es verdad: tal maledicencia no es de alabar.

HERO. No, no, el ser tan difícil t tan fuera de toda moda como es Beatriz, no puede ser digno de alabanza. Pero ¿quién se atreve a decírselo? Si yo hablara, se burlaría de mí hasta disiparme en el aire; ah, se reiría hasta aniquilarme; me aplastaría mortalmente con ingenio.2 Así, dejemos que Benedicto, como un fuego tapado, se consuma en suspiros y se devore por dentro. Sería mejor muerte que morir de burlas, que es tan malo como morir de cosquillas.

ÚRSULA. Pero habladle de ello y oíd qué dice.

HERO. No, antes prefiero ir a Benedicto y aconsejarle que luche contra su pasión, y de veras, ya urdiré algunas calumnias honradas con que manchar a mi prima. No se sabe nunca cuánto puede envenenar el afecto una mala palabra.

ÚRSULA. Ah, no hagáis tal agravio a vuestra prima. No puede faltarle tanto el buen juicio, si tiene un ingenio tan rápido y notable como de la alaba de tener, que rehúse a un caballero tan poco corriente como el Signor Benedicto.

2 Press to death, una forma de ejecución entonces en uso, por aplastamiento.

HERO. Es el mejor hombre de Italia, exceptuando siempre a mi querido Claudio.

ÚRSULA. Os ruego que no os enojéis conmigo, señora, si digo lo que se me antoja: el signor Benedicto es el que tiene mejor fama en Italia en buena figura, aspecto, méritos y valor.

HERO. Desde luego, tiene una fama excelente.

ÚRSULA. Su excelencia de la ganó antes de tenerla, Señora, ¿cuándo estaréis casada?

HERO. Pues todos los días… desde mañana. Ea, vamos adentro: te enseñare algunos trajes para que me aconsejes cuál es el mejor para ponérmelo mañana.

ÚRSULA. Está presa, os lo aseguro. La hemos atrapado, señora.

HERO. Si así resulta, entonces el amar va por casualidades. Cupido mata a unos con flechas y a otros con cepos. (Se van Hero y Úrsula.)

BEATRIZ. ¿Qué fuego hay en mis oídos? ¿Puede ser cierto eso? ¿Estoy tan condenada por mi orgullo y desdén? Adiós, desprecio; adiós, orgullo virginal: a espaldas de ellos, no queda viva ninguna gloria. Y tú, Benedicto, sigue amando; corresponderé a tu amor, domesticando mi salvaje corazón a tu mano amorosa. Si amas, mi benevolencia te incitará a unir nuestros amores en sagrada ligadura. Pues otros dicen que tienes méritos, y yo lo creo mejor que de oídas. (Se va.)

       ESCENA II

[En casa de Leonato]

                                    (Entran don Pedro, Claudio, Benedicto y Leonato.)

DON PEDRO. Me quedo sólo hasta que vuestro matrimonio esté hecho, y luego me voy a Aragón.

CLAUDIO. Os acompañaré hasta allí, señor, si me lo permitís.

DON PEDRO. No, eso sería una mancha en el brillo reciente de tu matrimonio tan grande como enseñar a un niño su traje nuevo y prohibirle que se lo ponga. Sólo me atreveré a pedirle su compañía a Benedicto, pues es todo regocijo, desde la coronilla a la planta del pie. Él ha cortado dos o tres veces la cuerda del arco de Cupido, y el pequeño verdugo no se atreve a disparar contra él. Tiene un corazón tan sano como una campana, y su lengua es el badajo; pues lo que piensa su corazón, lo dice su lengua.

BENEDICTO. Galanes, no soy igual que era.

LEONATO. Eso digo yo: me parece que eres más serio.

CLAUDIO. Tengo esperanzas de que esté enamorado.

DON PEDRO. ¡Que le ahorquen, al bribón! No hay en él una gota de sangre auténtica que pueda estar tocada auténticamente de amor. Si está serio, es que le falta dinero.

BENEDICTO. Me duele una muela.

DON PEDRO. Sácatela.

BENEDICTO. ¡Que la cuelguen!3

CLAUDIO. Primero tienes que colgarla, y luego sacarla.

DON PEDRO. ¿Qué, suspiras por el dolor de muelas?

LEONATO. Donde no hay más que un humor o un gusano.4

BENEDICTO. Bueno, todos pueden dominar un dolor menos el que lo tiene.

CLAUDIO. Sin embargo, yo digo que está enamorado.

DON PEDRO. No hay en él aspecto de antojos, a no ser que sea un antojo con disfraces extraños, como ser hoy holandés, mañana francés, o con el aspecto de dos países a la vez, alemán de cintura para abajo, todo calzones, y español de caderas para arriba, sin jubón. A no ser que tenga un antojo por estas locuras, como parece que tiene, no es un loco para antojos, como queréis que parezca.

CLAUDIO. Si no está enamorado de alguna mujer, no se puede creer en los signos antiguos. Todas las mañanas se cepilla el sombrero: ¿qué ha de significar eso?

       3 Los sacamuelas colgaban, por exhibición, las muelas arrancadas; pero hay también un juego de palabras con to hang, «ahorcar», y su acostumbrada continuación to draw, «sacar», no no ya en sentido de sacar muelas, sino de sacar las entrañas del horcado.

4 Se pensaba entonces que el dolor de muelas era causado por un gusanillo que consumía la dentadura.

DON PEDRO. ¿Le ha visto alguien en el barbero?

CLAUDIO. No, pero se ha visto con él al mozo del barbero, y el antiguo ornamento de sus mejillas ya ha ido a rellenar pelotas de tenis.

LEONATO. Desde luego, parece más joven que antes, por una barba menos.

DON PEDRO. Más aún, se frota con algalia. ¿No olfateáis con eso el asunto?

CLAUDIO. Es tanto como decir que el perfumado joven está enamorado.

DON PEDRO. El mayor síntoma de ello es su melancolía.

CLAUDIO. ¿Y cuándo había tenido costumbre de lavarse la cara?

DON PEDRO. Sí, o de pintarse; pues eso es lo que oigo que dicen de él.

CLAUDIO. Es sólo que su espíritu bromista se ha metido ahora en una cuerda de laúd, y se deja gobernar por las clavijas.

DON PEDRO. En efecto, eso cuenta de él una grave historia. Concluid, concluid, está enamorado.

CLAUDIO. Y además, yo sé quien le quiere.

DON PEDRO. Eso también me gustaría saberlo: estoy seguro de que es una que no le conoce.

CLAUDIO. Sí, y conoce sus malas condiciones, y, a pesar de todo, se muere por él.

DON PEDRO. Será enterrada boca arriba.

BENEDICTO. Pero esto no es un conjuro contra el dolor de muelas. (A Leonato.) Anciano signor, venid a pesar conmigo: he pensado unas cuantas palabras juiciosas que deciros y que no deben oír estos gaznápiros. (Se van Benedicto y Leonato.)

DON PEDRO. Por vida mía; a hablarle de Beatriz.

CLAUDIO. Así es. Hero y Margarita han hecho sus papeles con Beatriz, y ahora los dos osos no se morderán cuando se encuentren.                                                                                                      (Entran don Juan el bastardo.)

JUAN. Mi señor y hermano, Dios os guarde.

DON PEDRO. Buenas tardes, hermano.

JUAN. Si os resulta oportuno, querría hablar con vos.

DON PEDRO. ¿A sola?

JUAN. Si os parece bien, pero el conde Claudio puede oír, pues lo que quiero decir se refiere a él.

DON PEDRO. ¿Qué pasa?

JUAN. [a Claudio]. ¿Vuestra Señoría piensa casarse mañana?

DON PEDRO. Ya sabes que es lo que piensa.

JUAN. No lo sé, cuando él sepa lo que sé.

CLAUDIO. Si hay algún impedimento, os ruego que lo manifestéis.

JUAN. Podéis pensar que no os quiero bien: eso se verá luego, y juzgadme mejor por lo que ahora voy a manifestar, pues mi hermano (creo que porque os estima y por afecto de corazón) ha ayudado a organizar la boda próxima: seguramente, un trabajo mal gastado, y un esfuerzo mal aplicado.

DON PEDRO. Pues ¿qué pasa?

JUAN. He venido aquí a deciros, abreviando los detalles (pues hace demasiado tiempo que se habla de ella): la dama es infiel,

CLAUDIO. ¿Quién Hero?

JUAN. Ella misma, Hero, la de Leonato, vuestra Hero, la Hero de todos.

CLAUDIO. ¿Infiel?

JUAN. La palabra es demasiado buena para pintar su perversidad: podría decir que es algo peor; pensad un título peor y yo se lo adjudicaré. No os asombréis hasta tener pruebas posteriores. Venid sólo conmigo esta noche, y veréis que alguien entra por la ventana de su alcoba la noche misma antes del día de la boda. Mañana, si la amáis, casaos con ella, pero sería mejor para vuestro honor que cambiarais de intención.

CLAUDIO. ¿Es posible?

JUAN. Si no os atrevéis a creer lo que veis, no digáis lo que sabéis. Si me queréis seguir, os mostraré bastante, y cuando hayáis visto más y oído más, proceded en consecuencia.

CLAUDIO. Si esta noche veo algo por lo que mañana no hubiera de casarme con ella, ante todos los de la iglesia la dejaré avergonzada.

DON PEDRO. Puesto que pretendí por ti para obtenerla, me uniré a ti en avergonzarla.

JUAN. No quiero seguir hablando mal de ella hasta que seáis mis testigos. Levadlo con calma hasta medianoche, y que el hecho se muestre solo.

DON PEDRO. ¡Ah, día mal terminado!

CLAUDIO. ¡Ah, desgracia extrañamente cruel!

JUAN. ¡Ah, calamidad a tiempo impedida! Eso diréis cuando hayáis visto la continuación. (Se van.)

 

       Si bien se trata de una obra absolutamente italiana, de enamoramiento de todo lo que representa el sur para un nórdico.  Mientras que los últimos son tan fríos como la cara Norte Lunar, los del Sur como siempre continuamos siendo; apasionados, alegres, tramposos , mafiosos e infieles.

Hubo un tiempo en el que los historiadores dudaron de la estancia de Shakespeare en Italia a causa de que se les perdió la pista sobre su vida durante (1587-1594), lo cierto es que esta obra demuestra entre otros, que si estuvo en Italia residiendo y que además los historiadores han podido afirmar de que su estancia fue debida a que era el acompañante  de Henry Wortthesley, conde de Southampton. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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