LA MATERIA

Un mecano al que le faltan piezas

Aunque han reconstruido la historia de las partículas que forman la realidad visible, los físicos aún tienen asignaturas pendientes. Sobre todo, saber por fin de qué diablos está hecha- o si existe- la elusiva materia oscura.

Los científicos saben lo ocurrió en el universo desde que tenia solo 10 (´35) segundos de edad. Por aquel entonces, la temperatura alcanzaba 10 (´28) grados centígrados, como si en el infierno a alguien se le hubiera ocurrido la brillante idea de instalar una sauna. En esas condiciones, los fotones-transmisores de la radiación electromagnética – se podían transformar en otro tipo de partículas muy masivas, trasvase entre energía y masa que describe la famosa ecuación de Einstein E=mc2. Pero nada más nacer, colisionaron entre sí y se transformaron en fotones.

Luego, la temperatura cayó en picado, lo cual propició que los quarks saltaran al terreno de juego. Carazterizados por combinarse en tríos, son las partículas que forman a dos viejos conocidos: los protones y los neutrones. Sobre ambos se ha edificado la realidad.

Ya ha pasado la friolera de un segundo de vida del universo. En ese tiempo se han levantado y han caído imperios. Montones de partículas perecieron más rápido que los protagonistas de Juego de tronos. Nadie podía esperar que, justo en ese momento, se produjera una encarnizada batalla: los electrones, con carga negativa, chocaron con sus gemelos de carga positiva, los positrones. [Y he aquí la cuestión exacta por la cual muero de ilusión cada día investigando y estudiando para prosperar en esta parte de la ciencia]. Tras el impacto, ambos desaparecían emitiendo un fotón. Pero tal como explica el divulgador británico Marcus Chown, «debido a un ligero y -hasta hoy- misterioso desequilibrio en las leyes de la física, había 10.ooo millones más un electrón por cada 10.000 millones de positrones. Después de la orgía de aniquilación, en el cosmos quedó un superávit de materia». Este desfase sigue siendo uno de los misterios de la física actual.

El universo continuó creciendo. Con menos energía, las partículas,  que habían ido cada una a su bola, frenaron  su ritmo enloquecido. Cuando protones y neutrones pudieron esta cerca, quedaron unidos por una fuerza llamada nuclear fuerte, que alumbró los primeros núcleos atómicos. Fue un acontecimiento muy beneficioso para los neutrones: en libertad, la mitad de ellos se desintegra cada quince minutos, suicidio masivo que se frena en el momento en que pasa a constituir el núcleo de un átomo.  Este proceso explica que haya más protones que neutrones.

Con un segundo de vida, el universo era un magma a una temperatura aún alta, de 10.000 millones de grados en la escala Kelvin, lo que provocaba colisiones y combinaciones. Así, cuando se unían un neutrón y un protón, surgía el deuterio, un isótopo del hidrógeno. Luego, si a este núcleo se le sumaba otro neutrón y otro protón, aparecía el helio. Durante esos primeros compases del cosmos también se crearon, excepcionalmente, átomos de litio y berilio.

Una era de la que no ha llegado ni un rayo de luz

Los electrones poseían tanta energía que ningún núcleo podía atraparlos. No había átomos neutros, solo iones, con carga eléctrica. Los fotones eran absorbidos por los electrones y luego reemitidos de nuevo. Este conjunto formaba un plasma impenetrable para la radiación: por eso no ha llegado luz de aquella época.

Durante los primeros 300.000 años, la temperatura cayó a los 3.000 grados Kelvin. Cuando los electrones dejaron de ser ultraenergéticos se quedaron enganchados por los núcleos atómicos, momento conocido como recombinación. Entonces apareció la materia neutra y el universo se volvió transparente.

Las pequeñas diferencias térmicas que se registran en la radiación de fondo de microondas -el débil eco del big bang – fueron las semillas de las primeras estrellas. Cuando estos astros primigenios estallaron en forma de supernovas, diseminaron por el espacio todos los elementos de la tabla periódica, que surgieron por la fusión de los núcleos de hidrógeno y helio, aún abrumadoramente mayoritarios en el cosmos.

El baile de las galaxias es demasiado rápido

Y esa es la historia de todo lo que forma la realidad visible y palpable que nos rodea. Sin embargo, los científicos están casi convencidos de que solo constituye una pequeña parte de la materia universal. Las galaxias y los cúmulos galácticos, por ejemplo, rotan a tanta velocidad que se desmembrarían si solo estuvieran hechos de la materia luminosa captada por los instrumentos de observación.

CUANDO LOS NÚCLEOS ATRAPARON LOS ELECTRONES, EL COSMOS SE HIZO TRANSPARENTE

Desde hace años, cientos de grupos de investigación  están a la caza de la partícula capaz de explicar lo que se ha dado en llamar materia oscura. Aunque se podrían llevar un chasco si Mordehai Milgrom tiene razón. Para este físico del Instituto Weizmann de Rehovot, en Israel, la masa que falta no es tal, sino una ilusión matemática. Modificando las teorías dinámicas de Newton y Einstein, Milgrom propuso  en los ochenta la teoría de la dinámica newtoniana modificada. Según esta hipótesis, la fuerza gravitatoria sería más intensa de lo que predicen los modelos convencionales a grandes distancias. Con sus cálculos, logra explicar las elevadas velocidades rotacionales de las galaxias y cúmulos sin recurrir a la materia oscura. Milgrom asegura que, a pesar del rechazo y las burlas iniciales, sus ideas siguen vivas y «lentamente están ganando terreno»

Fuente: Revista Muy Interesante.

Conclusión

En la búsqueda constante de respuestas que es la existencia humana, parece que a pesar (o precisamente por) el aprendizaje adquirido aún no nos es posible deshacernos, incluso en la ciencia, de cierta superstición.

Ante el problema de encuadrar dentro de nuestras leyes el comportamiento de cuerpos celestes gigantescos; de los que desconocemos prácticamente todo, recurrimos a la creación de una fuerza superior, un «debe haber algo más» , como la materia oscura.

Tal y como hacíamos en nuestra infancia en las cavernas, atribuimos a una fuerza superior la responsabilidad de la lluvia, terremotos, la existencia del sol, o la vida; por no ser capaces aún de comprender qué leyes manejaban nuestro mundo, y encontrando la explicación en la voluntad de «algo más» que no vemos, sentimos, y ni estamos seguros de su existencia.

Igualmente, hemos aceptado la existencia de «algo más» como la materia oscura; veamos lo que afirma hasta el momento la ciencia, que nos da la esperanza de cierta compresión del universo que nos rodea. No podemos detectarla, ni encontrarla, ni demostrar su existencia, pero esta existencia se revela necesaria para darnos una prespectiva  frente a la inmensidad.

No carece de cierta ironía, que miles de años después recurramos al igual que el hombre de las cavernas, a la mitología y superstición como método cuando no nos es posible aceptar la humildad de nuestra juventud en el universo.

Foto en conclusión del artículo, La materia 2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

William Shakespeare. MUCHO RUIDO POR NADA

En el mismo sitio; da lugar el baile de máscaras, daño paso firme al inicio de la trama de: celos, mentiras, tiranías y envidias por doquier.
Quedando el amor tan melancólico como la pista de esquí en verano.

elsemanaldepenelope

Continuación del anterior artículo…

LEONATO. Bueno, entonces irás al infierno.

BEATRIZ. No, sólo a la puerta, Y allí el demonio me saldrá al encuentro como un viejo cornudo, con los cuernos en la cabeza, y dirá: «Tú vete al Cielo, Beatriz, vete al Cielo; aquí no hay sitio para vosotras las doncellas.» Y yo entregaré mis monos y hala con San Pedro, al Cielo. Él me enseñará dónde se sientan los solteros y allí viviremos alegres mientras dure el día.

ANTONIO. [a Hero]. Bueno sobrina, confío en que harás caso a tu padre.

BEATRIZ. Sí, a fe, la obligación de mi prima es hacer reverencias y decir: «Padre, como os os parezca bien.» Pero, con todo eso, prima, que sea un guapo muchacho, o si no, haz otra reverencia y di: «Padre, como me parezca bien a mí.»

LEONATO. Bueno, sobrina, espero verte un día acomodada con un marido.

BEATRIZ…

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William Shakespeare. MUCHO RUIDO POR NADA

Continuación del anterior artículo…

LEONATO. Bueno, entonces irás al infierno.

BEATRIZ. No, sólo a la puerta, Y allí el demonio me saldrá al encuentro como un viejo cornudo, con los cuernos en la cabeza, y dirá: «Tú vete al Cielo, Beatriz, vete al Cielo; aquí no hay sitio para vosotras las doncellas.» Y yo entregaré mis monos y hala con San Pedro, al Cielo. Él me enseñará dónde se sientan los solteros y allí viviremos alegres mientras dure el día.

ANTONIO. [a Hero]. Bueno sobrina, confío en que harás caso a tu padre.

BEATRIZ. Sí, a fe, la obligación de mi prima es hacer reverencias y decir: «Padre, como os os parezca bien.» Pero, con todo eso, prima, que sea un guapo muchacho, o si no, haz otra reverencia y di: «Padre, como me parezca bien a mí.»

LEONATO. Bueno, sobrina, espero verte un día acomodada con un marido.

BEATRIZ. No mientras Dios no haga a los hombres de otro elemento que la tierra. ¿No le afligiría a una mujer ser oprimida por un trozo de tierra valiente, y rendir cuentas de su vida a un terrón de creta terca?  No, tío, no quiero: los hijos de Adán son hermanos míos, y de veras, considero un pecado casarme en mi parentela.

2 «Llevar monos al infierno» era el equivalente inglés de nuestro, «quedarse para vestir santos», es decir, no casarse. «El que guarda los osos» es el que los cuidaba para el deporte de ponerlos a luchar con perros: probablemente tenía otros animales, como los mencionados monos, para completar la exhibición circense. Tal vez se pretenda un juego de palabras entre el nombre de este guarda, bear-ward o berrord, y beard, la «barba» de que tanto se habla.

LEONATO. Hija, recuerda lo que te he dicho: si el Príncipe te solicita de ese modo, ya sabes tu respuesta.

BEATRIZ. Será culpa de la música, prima, si no te hacen la corte a tiempo: si el Príncipe es demasiado importuno, dile que hay compás en todo, y echa la respuesta en un paso de baile. Pues óyeme, Hero, el cortejar, el casarse y el arrepentirse es una jiga escocesa, una pavana y una gaillarde. La primera declaración es calurosa y apresurada como una jiga escocesa (y tan fantástica como ella); el casamiento, modesto y de buenas maneras (como una pavana), lleno de solemnidad y tradición; y luego viene el arrepentimiento, y con malas piernas se lanza a la gaillarde cada vez más de prisa, hasta hundirse en su tumba.

LEONATO. Sobrina, comprendes con mucha malicia.

BEATRIZ. Tengo buenos ojos, tío; sé ver una iglesia a la luz del día.

LEONATO. Los de la fiesta entran, hermano; dejad sitio.

Entran don Pedro, Claudio, Benedicto, Baltasar, don Juan, Borrachio y enmascarados, con un tambor

DON PEDRO. Señora, ¿queréis dar una vuelta con vuestro amigo?

HERO. Si dais la vuelta despacio, y miráis con dulzura, y no decís nada, soy vuestra para dar la vuelta, y especialmente cuando os vuelva la espalda.

DON PEDRO. ¿Conmigo en vuestra compañía?

HERO. Puedo decirlo así cuando me parezca bien.

DON PEDRO. ¿Y cuándo os parecerá bien decirlo?

HERO. Cuando me parezca bien vuestro rostro, pues no quiera Dios que el laúld sea como la funda. 3

DON PEDRO. Mi máscara es el techo de Filemón; dentro de la casa de Júpiter. 4

HERO. Pues entonces habría que ponerle tejas a la máscara.

DON PEDRO. Hablad bajo si habláis de amor. [Se apartan]

BALTASAR. Bueno, me gustaría pareceros bien.

3 Alude a la máscara.

4  Baucis y Filemón eran los mitólogos esposos ancianos que sin saberlo, albergaban a Júpiter y Mercurio en su cabaña.

MARGARITA. A mí no me gustaría, por vuestro bien, pues tengo muchas malas cualidades.

BALTASAR. ¿Cuál es una de ellas?

MARGARITA. Rezo mis oraciones en voz alta.

BALTASAR. Por eso me gustáis más: quien lo oiga puede exclamar «¡Amén!».

MARGARITA. Dios me empareje con un buen bailarín.

BALTARSAR. Amén.

MARGARITA. Y Dios le aparte le aparte de mi vista cuando acabe el baile. Responda el sacristán.

BALTASAR. Basta de palabras; el sacristán está respondido.

ÚRSULA. Os conozco de sobra: sois el signor Antonio.

ANTONIO. Palabra que no lo soy.

ÚRSULA. Os conozco por el modo de mover la cabeza.

ANTONIO. Para deciros la verdad, le imito.

ÚRSULA. Jamás podríais hacer de él tan horriblemente bien si no fuerais él mismo. Aquí está su mano seca, de arriba abajo. Sois él, sois él.

ANTONIO. Palabra que no.

ÚRSULA. Vamos, vamos, ¿pensáis que no os conozco por vuestro excelente ingenio?  ¿Puede esconderse la virtud?. Vamos allá, silencio; sois él. las gracias siempre se echan de ver, y se acabó. [Se apartan.]

BEATRIZ. ¿No me diréis quien os lo dijo?

BENEDICTO. No, me habéis de perdonar.

BEATRIZ. ¿Ni me diréis quien sois?

BENEDICTO. Ahora no.

BEATRIZ. Que yo era despreciativa, que sacaba mi buen ingenio de los «Cien Cuentos Alegres»…5     Buen, ha sido el signor Benedicto quien así lo ha dicho.

BENEDICTO. ¿Ha sido él?

BEATRIZ. Estoy segura de que le conocéis muy bien.

BENEDICTO. ¿Quién es ése, por favor?

BEATRIZ. Pues el bufón del Príncipe, un loco muy aburrido, cuyo único don es inventar calumnias inverosímiles. Sólo los libertinos se divierten con él, y lo que le recomienda no es su ingenio, sino su villanía, pues a la vez complace a los hombres y los irrita, y luego se ríen de él y le pegan. Estoy segura de que está en esta flota: ojalá me hubiera abordado.

Hundred Merry Tales, un famoso libro de historietas, impreso en 1526.

BENEDICTO. Cuando conozca a es caballero, le diré lo que decís.

BEATRIZ. Hacedlo, hacedlo: él sólo lanzará una comparación o dos contra mí, lo cual quizá (si no se observa  o si no mueve a risa) le hará caer en melancolía, y luego,  ya se ha ahorrado un ala de perdiz, porque el tonto no cenará esa noche.                                                     Tenemos que seguir a los que abren la danza.

BENEDICTO. Seguirles en todo lo bueno.

BEATRIZ. Bueno, si nos llevan a algo malo, les dejaremos en la próxima vuelta.

(Baile. Luego se van todos menos don Juan, Borrachio y Claudio.)

JUAN. Seguro que mi hermano está enamorado de Hero, y ha apartado a su padre para dárselo a conocer. Las damas le siguen, y sólo queda una máscara.

BORRACHIO. Y ésa es Claudio: le conozco por sus andares.

JUAN. ¿No sois el signor Benedicto?

CLAUDIO. Me conocéis muy bien; soy el mismo.

JUAN. Signor, estáis muy cercano a mi hermano en su amor. Él está enamorado de Hero: por favor, disuadidle de ella: ella no le iguala en nacimiento. Podéis hacer  en eso el deber de un hombre honrado.

CLAUDIO. ¿Cómo sabéis que él la quiere?

JUAN. Le he oído jurar su amor.

BORRACHIO. Yo también, y juró que se casaría con ella esta noche.

JUAN. Venid, vamos al banquete. (Se van. Queda Claudio.)

CLAUDIO. Así respondo en nombre de Benedicto, pero oigo esas malas noticias con los oídos de Claudio. Es seguro entonces que el Príncipe corteja para él mismo. La amistad es constante en todas las otras cosas, salvo en el deber y los asuntos del amor: así pues, todos los corazones enamorados usan sus propias lenguas. Que cada ojo negocie por sí mismo sin fiarse de ningún agente, pues la Belleza es una hechicera ante cuyos encantos la fidelidad se derrite en la sangre. Es un suceso que se muestra a cada momento y que no había temido. Adiós, pues, Hero.                                                                                                                          (Entra Benedicto.)

BENEDICTO. Conde Claudio.

CLAUDIO. Sí, el mismo.

BENEDICTO. Ven, ¿vas conmigo?

CLAUDIO. ¿Adónde?

BENEDICTO. Al sauce más cercano, para un asunto tuyo, Conde. ¿De qué forma quieres llevar la guirnalda?6  ¿Al cuello, como una cadena de usurero, o bajo el brazo, como la banda de un teniente? Tienes que ponértela de algún modo, pues el Príncipe se lleva a tu Hero.

CLAUDIO. Le deseo felicidad con ella.

BENEDICTO. Bueno, eso de hablar como un honrado boyero; así se venden los toros. Pero ¿pensabas que el Príncipe te iba a servir de este modo?

CLAUDIO. Por favor; déjame.

BENEDICTO. Ah, ahora golpeas como el ciego: fue el muchacho quien te robó la comida, y tú golpeas el poste?.7

CLAUDIO. Si no ha de ser así, te dejaré yo. (Se va.)

BENEDICTO. Ay, mi pobre pájaro herido, ahora se va a refugiar entre los juncos. Pero ¡que la soñará Beatriz me conozca y no me conozca! ¡ El bufón del Príncipe! Ah, quizá me dan ese título porque soy alegre. Sí, pero así  me puedo hacer agravio a mí mismo. No es ésa mi reputación: es el carácter bajo y amargo de Beatriz que reúne el mundo en su persona y me da esa fama. Bueno, me vengaré como pueda.                                                                                      (Entra don Pedro.)

6  Los enamorados desdeñados -sobre todo, las enamoradas- se ponían una guirnalda de sauce.

Parece una alusión, un tanto confusa, a «Lazarillo de Tormes».

DON PEDRO. Bien, señor, ¿dónde está el Conde?. ¿Le has visto?

BENEDICTO. Palabra, señor, he hecho el papel de doña Fama. Le he encontrado aquí tan melancólico como una cabaña en un coto de caza, y le he dicho sinceramente que Vuestra Alteza ha obtenido la buena voluntad de esa joven dama, y le he ofrecido acompañarle a un sauce, bien fuera para hacerle una guirnalda, como abandonado, o para prepararle una vara, por merecedor de azotes.

DON PEDRO. ¿De azotes?  ¿Cuál es su falta?

BENEDICTO. La transgresión de un escolar, que, encantado al encontrar un nido de pájaro, se lo enseña a su compañero, y éste se lo roba.

DON PEDRO. ¿Quieres tomar la confianza por transgresión?. La transgresión está en el que roba.

BENEDICTO. Sin embargo, no habría estado mal hacer la vara, y también la guirnalda, pues él mismo podría haberse puesto la guirnalda, y la vara os la podría haber aplicado a vos, que, según entiendo, le habéis robado el nido del pájaro.

DON PEDRO. No haré más que enseñarle a cantar y devolvérselo a su dueño.

BENEDICTO. Si su canto responde a vuestras palabras, a fe mía, habláis honradamente.

DON PEDRO. Doña Beatriz está encolerizada contigo: el caballero que bailó con ella le dijo que le has hecho mucho agravio.

BENEDICTO. Ah, me ha maltratado más de lo que podía soportar un leño. Un roble con una sola hoja verde le habría respondido. Hasta mi máscara empezó a cobrar vida y a regañar con ella.                                                                                                                                                            Ella me dijo, no pensando que era yo mismo, que yo era el bufón del Príncipe, que yo era más aburrido que el deshielo, amontonando broma sobre broma con tan increíble habilidad contra mí, que yo estaba como un hombre en un blanco, con un ejército entero disparando contra mí.                                                                                                                               Habla puñales y cada palabra es una estocada. Si su aliento fuera tan terrible como sus términos, no habría cosa viva a su alrededor: contagiaría hasta la estrella polar: No me casaría con ella aunque estuviera dotada de todo lo que perdío Adán con el primer pecado: ella habría hecho a Hércules dar vueltas al asador; sí, y partir la estaca para hacer el fuego, además. Vamos, no habléis de ella: encontraréis que es la infernal Atis 8 vestida de gala. Dios quiera que algún buen clérigo la conjure, pues, ciertamente, mientras está aquí, uno puede vivir tan tranquilo en el infierno como en sagrado, y la gente pecará adrede con tal de ir allá: de tal modo la acompañan todo trastorno, horror y perturbación.

(Entran Claudio, Beatriz, Hero y Leonato.)

DON PEDRO. Mira, aquí viene.

BENEDICTO. ¿Quiere Vuestra Alteza encomendarme algún servicio en el fin del mundo?  Por el menor recado que podáis inventar para enviarme allá, iré a las antípodas. Os traeré un mondadientes ahora de la más remota pulgada de Asia 9, os traeré la longitud del pie del preste Juan, os traeré un pelo se la barba del gran Can, os haré cualquier embajada ante los pigmeos, antes que tener tres palabras de conversación con esa arpía. ¿No tenéis ocupación para mí?

DON PEDRO. Ninguna, sino desear vuestra buena compañía.

BENEDICTO. Oh Dios, señor, ése es un plato que no me gusta. No puedo soportar a doña Lengua.                                                                                                                                                       (Se va)

DON PEDRO.. Venid, señora, venid; habéis perdido el corazón del Signor Benedicto.

BEATRIZ. La verdad, señor, me lo había prestado un rato, y yo le he dado intereses por él: un corazón doble por el suyo sencillo. Pardiez, antes me lo ganó con dados falsos; así que Vuestra Alteza puede decir muy bien que lo he perdido.

DON PEDRO. Le habéis tumbado, señora, le habéis tumbado.

BEATRIZ. No querría que él lo hiciera conmigo, señor, no fuera a resultar madre de tontos. He traído al conde Claudio, a quien me mandasteis a buscar.

Los mondadientes empezaban a usarse como moda exótica.

DON PEDRO. ¿Qué hay, conde, por qué estás triste?

CLAUDIO. Triste no, señor.

DON PEDRO. ¿Cómo  entonces? ¿Enfermo?

CLAUDIO. Tampoco, señor.

BEATRIZ. El conde no esta ni triste, ni enfermo, ni alegre, ni bien: sino agrio, 10 Conde,  agrio como un limón, y de ese mismo color de celos.

DON PEDRO. A fe, señora, creo que vuestro blasón es verdadero, aunque si así es como está él, juraré que su imaginación es falsa. Vamos, Claudio, he cortejado en tu nombre, y la bella Hero está conseguida. Se lo he dicho a su padre y he obtenido su buena voluntad. Señala el día de tu boda, y Dios te dé felicidad.

LEONATO. Conde, recibid de mí a mi hija y con ella, mi fortuna. Su Alteza ha hecho el matrimonio, y que toda la Gracia diga «Amén».

BEATRIZ. Hablad, Conde, os toca el turno.

CLAUDIO. El silencio es el más perfecto heraldo de la alegría. Estaría muy poco feliz si pudiera decir cuánto. Señora, como como vos sois mía, yo soy vuestro; me entrego para vos, y enloquezco con el cambio.

BEATRIZ. Habla, prima, o si no puedes, tápale la boca con un beso, y no dejes que hable él tampoco.

10  Sustituimos el juego de palabras,  en torno a la naranja, con Seville y civil, y sustituimos la naranja por el limón para dar mejor el amarillo de los celos.

DON PEDRO. A fe, señora, tenéis un corazón alegre.

BEATRIZ. Sí, mi señor, y yo le agradezco al pobre necio que se mantenga en el lado del viento del afán. Mi prima le dice al oído que le tiene en su corazón.

CLAUDIO. Y así es, prima.

BEATRIZ. ¡Dios mío, qué alianza!  Así les va a todos los del mundo, menos a mí, y yo estoy quemada de sol, y puedo sentarme en un rincón a llorar  «Yo me quería casar…». 11

DON PEDRO. Doña Beatriz, yo os buscaré marido.

BEATRIZ. Preferiría tener uno de la progenie de vuestro padre. ¿No ha tenido Vuestra Alteza nunca un hermano parecido?  Vuestro padre engendró maridos excelentes, con tal de que las doncellas se les pudiera acercar.

DON PEDRO. ¿Me queréis a mí, señora?

BEATRIZ. No, mi señor, a no ser que pudiera tener otro para los días de entre semana. Vuestra Alteza es demasiado precioso para gastarlo a diario, pero ruego a Vuestra Alteza que me perdone: he nacido para hablar sólo en broma y sin sustancia.

DON PEDRO. Vuestro silencio es lo que más me ofende, y el ser alegre es lo que os va mejor, pues, sin duda, nacisteis en hora alegre.

11  Las damas de la época rehuían ser tocadas por el sol para no perder la blancura.   Sustituimos por el comienzo del famoso romancillo español el del original Heigh-ho for a husband…

BEATRIZ. No, desde luego, señor; mi madre lloró, pero además había una estrellas que bailaba, y bajo ella nací yo. Primos, Dios os dé felicidad.

LEONATO. Sobrina, ¿quieres ocuparte de esas cosas que te dije?

BEATRIZ. Os pido perdón, tío; con permiso Vuestra Alteza. (Se va.)

DON PEDRO. Palabra, que se una dama de espíritu placentero.

LEONATO. En ella, señor, hay poco elemento melancólico; nunca está seria sino cuando duerme, y ni siquiera entonces siempre seria, pues he oído decir a mi hija que muchas veces ha soñado desdichas y se ha despertado riendo.

DON PEDRO. No puedo soportar que le hablen de un marido.

LEONATO. Ah, de ningún modo; se burla de todos los pretendientes hasta que dejan su pretensión.

DON PEDRO. Sería una excelente mujer para Benedicto.

LEONATO. Oh Dios, señor, en cuanto llevaran una semana casados, se volverían locos a fuerza de hablarse.

DON PEDRO. Conde Claudio, ¿cuándo piensas ir a la iglesia?

CLAUDIO. Mañana, señor. El tiempo anda con muletas hasta que el amor cumpla sus ritos.

LEONATO. No hasta el lunes, mi querido hijo, que es sólo dentro de una semana, y de todas maneras un tiempo demasiado breve para hacer que las cosas vayan como quiero yo.

DON PEDRO. Vamos, sacudes la cabeza ante tan largo intervalo, pero te aseguro, Claudio, que no se nos pasará el tiempo aburrido. Mientras tanto, emprenderé uno de los trabajos de Hércules, que es llevar al Signor Benedicto y a doña Beatriz a tenerse una montaña de amor el uno al otro. Me gustaría hacer ese matrimonio, y no dudo conseguirlo con tal de que me ayudéis vosotros tres conforme os indicaré.

LEONATO. Señor, estoy con vos, aunque me cueste velar diez noches.

CLAUDIO. Y yo, señor.

DON PEDRO. ¿También vos, amable Hero?

HERO. Yo haré cualquier encargo decoroso, mi señor, para ayudar a mi prima a conseguir un buen marido.

DON PEDRO. Y Benedicto no es el marido que dé menos esperanzas de los que conozco. Puedo alabarle diciendo que es de noble ánimo, de valor probado y de honradez comprobada. Os enseñaré cómo seguirle el humor a vuestra prima para que se enamore de Benedicto, y yo, con ayuda de vosotros dos, manejaré a Benedicto de tal modo que, a pesar de su vivo ingenio y su estómago remilgado, se enamorará de Beatriz. Si podemos hacerlo, Cupido ya no será arquero: su gloria será nuestra, pues nosotros seremos los únicos dioses del amor: Venid allá conmigo y os contaré mi plan. (Se van)

ESCENA II

[El mismo sitio]

(Entran don Juan y Borrachio.)

JUAN. Así es: el conde Claudio se va a casar con la hija de Leonato.

BORRACHIO. Sí, señor, pero puedo estorbarlo.

JUAN. Cualquier obstáculo, cualquier contrariedad, cualquier impedimento será medicinal para mí. Estoy enfermo de disgusto contra él, y todo lo que se le ponga por el medio de su amor, me va bien a mí. ¿Cómo puedes estorbar ese matrimonio?

BORRACHIO. Señor, no honradamente, pero tan ocultamente que no se echará de ver en mí ninguna falta de honradez.

JUAN. Muéstrame brevemente cómo.

BORRACHIO. Creo que hace un año dije a Vuestra Señoría qué bien estoy en los favores de Margarita, la dama de compañía de Hero.

JUAN. Lo recuerdo.

BORRACHIO. En cualquier momento intempestivo de la noche, puedo encargarle que se asome a la ventana de la alcoba de su señora.

JUAN. ¿Qué vida hay en eso que sea la muerte de este matrimonio?

BORRACHIO. El veneno que eso tiene habéis de destilarlo vos. Id a ver a vuestro hermano el Príncipe, no tardéis en decirle que ha agraviado su honor casando al famoso Claudio -cuya estimación vos tenéis en tanto- con una perdida corrompida como es Hero.

JUAN. ¿Qué prueba voy a dar de eso?

BORRACHIO. Suficiente prueba como para engañar al Príncipe, como para humillar a Claudio, como para perder a Hero y matar a Leonato. ¿Buscáis algún otro resultado?

JUAN. Sólo por disgustarles emprenderé cualquier cosa.

BORRACHIO. Vamos entonces y encontradme una hora apropiada para llamar aparte a don Pedro y al conde Claudio: decidles que sabéis que Hero me quiere, fingid una especie de celo por el Príncipe y por Claudio (como por amor al honor de vuestro hermano, que ha hecho ese matrimonio), y por la reputación de su amigo, que así está a punto de ser engañado con la semejanza de una doncellez. Difícilmente lo creerán con prueba: ofrecedles un ejemplo no menos convincente que el verme a mí en la ventana de su alcoba, oírme llamar «Hero» a Margarita, oír a Margarita llamarme «Claudio», 12  y hacedles que vean esto la misma noche antes de la proyectada boda, pues, mientras tanto, yo  arreglaré las cosas de tal modo que Hero estará ausente y se verá tal aparente verdad de la deslealtad de Hero, que los celos podrán llamarse certidumbre, y todos los preparativos se echarán a rodar.

JUAN. Aunque todo vaya a preparar al peor resultado posible, lo pondré en práctica. Sé astuto en hacer esto, y tu paga son mil ducados.

BORRACHIO. Sed constante en la acusación, y mi astucia no me dejará avergonzar.

JUAN. Iré en seguida a averiguar qué día es su boda.

(Se van.)

 

Y nosotros nos encontraremos en la próxima escena, en el mismo sitio y con la misma pasión.                                                                                                                                                                  Gracias a todos/as los que leéis mis artículos; en septiembre regreso con ciencia e investigaciones, pero lo que queda de agosto disfrutemos de William Shakespeare; y el próximo autor al que le dedique mi pasión por la literatura será sin duda un autor aun mejor si cabe; que entre ambos se admiraban y respetaban, hasta el punto que uno de ellos se inspiró en el otro, a lo largo de su carrera literaria.

 

 

 

 

 

MUCHO RUIDO POR NADA

Good night, i invite you to the continuation of the play William Shakespeare.

elsemanaldepenelope

ESCENA III

[El mismo sitio]

(Entran don Juan el bastardo y Conrado.)

CONRADO. ¿Qué demonios pasa, señor, que estáis tan desmesuradamente triste?

JUAN. No hay medida en el motivo que lo produce, de modo que la tristeza no tiene límite.

CONRADO. Deberíais hacer caso a razones.

JUAN. Y cuando las hubiera oído, ¿ qué beneficio me traerían?

CONRADO. Si no un remedio inmediato, al menos una resignación paciente.

JUAN. Me extraña que tú (que dices que has nacido bajo el signo de Saturno) intentes aplicar una medicina moral a un mal mortífero. No puedo ocultar lo que soy: debo estar triste cuando tengo causa, y no sonreír a las bromas de nadie; comer cuando tengo apetito, sin guardar el deseo de nadie; dormir cuando tengo sueño, sin tener en cuenta los asuntos de nadie; reír cuando estoy contento, sin seguirle el humor a nadie.

CONRADO. Sí, pero no habéis…

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MUCHO RUIDO POR NADA

ESCENA III

[El mismo sitio]

(Entran don Juan el bastardo y Conrado.)

CONRADO. ¿Qué demonios pasa, señor, que estáis tan desmesuradamente triste?

JUAN. No hay medida en el motivo que lo produce, de modo que la tristeza no tiene límite.

CONRADO. Deberíais hacer caso a razones.

JUAN. Y cuando las hubiera oído, ¿ qué beneficio me traerían?

CONRADO. Si no un remedio inmediato, al menos una resignación paciente.

JUAN. Me extraña que tú (que dices que has nacido bajo el signo de Saturno) intentes aplicar una medicina moral a un mal mortífero. No puedo ocultar lo que soy: debo estar triste cuando tengo causa, y no sonreír a las bromas de nadie; comer cuando tengo apetito, sin guardar el deseo de nadie; dormir cuando tengo sueño, sin tener en cuenta los asuntos de nadie; reír cuando estoy contento, sin seguirle el humor a nadie.

CONRADO. Sí, pero no habéis de mostrarlo de todo hasta que lo podáis  hacer sin que nadie se fije. Hace poco, os pusisteis contra vuestro hermano, y ahora os ha recibido de nuevo en su gracia, donde es imposible echéis buena raíz, si no es co el buen tiempo que os hagáis  vos mismo. Es necesario que conforméis la estación a vuestra propia cosecha.

JUAN. Preferiría ser gusano en un seto, antes que rosa en su gracia, y la va mejor a mi sangre ser despreciado por todos, que modelar una actitud para apoderarme del afecto de nadie. En esto, aunque no se puede decir que sea yo un horado adulador, no se ha de negar que soy un rufián de tratos claros. Se fían de mí poniéndome bozal, y me deja libre con trabas. Así que he resuelto no cantar en mi jaula: si tuviera boca, mordería; si tuviera libertad, haría mi antojo. Mientras tanto, dejadme ser lo que soy, y no tratéis de alterarme.

CONRADO. ¿No podéis hacer uso de vuestro descontento?

JUAN. Haré todo uso de él, porque no otra cosa. ¿Quién viene aquí?  ¿Qué hay de nuevo, Borrachio?

(Entra Borrachio.)

BORRACHIO. Vengo de ahí, de una gran cena; el Principe vuestro hermano es majestuosamente obsequiado por Leonato, y os puedo dar noticia de un matrimonio que se proyecta.

JUAN. ¿Servirá de plano sobre el que construir desgracias?  ¿Quién es el loco que se promete con la inquietud?

BORRACHIO. Pardiez, el brazo derecho de vuestro hermano.

JUAN. ¿Cómo, el exquisito Claudio?

BORRACHIO. El mismo.

JUAN. Un caballero como es debido. ¿ Y quién, y quién …por qué lado mira?

BORRACHIO. Pardiez, hacia una tal Hero, hija y heredera de Leonato.

JUAN. Una pollita de primavera muy aprovechada. ¿Cómo lo has sabido?

BORRACHIO. Me habían llamado a hacer de perfumista, y estaba sahumando una solo mohosa, cuando viene hacia mí el Príncipe y Claudio, mano a mano, en seria conversación: yo me escondí detrás de tapices, y allí oí acordar que el Príncipe cortejaría a Hero  para él mismo, y una vez obtenida, se la daría al conde Claudio.

JUAN. Vamos, vamos allá; esto puede resultar aliento para mi disgusto. Ese joven advenedizo tiene toda la culpa de mi caída: si le puedo echar alguna cruz encima, me bendeciré a mí mismo de cualquier modo. 19 Vosotros dos sois de fiar, y me ayudaréis.

19 Se juega con cross, «estorbo, molestia» y «cruz», y bless my-self, «bendecirme».

CONRADO. Hasta la muerte, señor.

JUAN. Vamos a la gran cena; su alegría es mayor porque yo estoy hundido.  ¡Ojalá el cocinero pensara como yo! ¿Vamos a probar qué se puede hacer?

BORRACHIO. Acompañaremos a Vuestra Señoría.

(Se van.)

ACTO SEGUNDO

ESCENA PRIMERA

[En casa de Leonato]

(Entran Leonato, su hermano Antonio, su mujer, su hija Hero, su sobrina Beatriz, y un pariente, com Margarita, Úrsula y otros.)

Leonato. ¿No estaba aquí el conde Juan en la cena?

Antonio. No lo he visto.

Beatriz. ¡Qué agrio parece ese caballero!  Nunca puedo verle sin tener ardores de corazón durante una hora después.

Hero. Es de carácter muy melancólico.

Beatriz. Sería excelente el hombre que estuviera hecho a mitad de camino entre él y Benedicto. El es demasiado parecido a una imagen y no dice nada, y el otro demasiado, como un niño mimado por su madre, siempre charlando.

Leonato. Entonces, media lengua de Signor Benedicto en la boca del conde Juan, y media melancolía del conde Juan en la cara del Signor Benedicto.

Beatriz. Tío, con buenas piernas y buenos pies, y con bastante dinero en la bolsa, un hombre así conquistaría a cualquier mujer del mundo con tal que pudiera obtener su buena voluntad.

Leonato. A fe mía, sobrina, jamás conseguirás marido si eres tan maldiciente de lengua.

Antonio. A fe, es demasiado maliciosa.

Beatriz. Demasiado maliciosa es más que maliciosa. De ese modo, disminuiré lo que envía Dios, pues se dice que «a la vaca maliciosa, Dios le da cuernos cortos», pero a una vaca demasiado maliciosa, no le da ninguno.

Leonato. Así, siendo demasiado maliciosa, Dios no te dará cuernos.

Beatriz. Eso es, si no me da marido, por cuya bendición le rezo de rodillas todas las mañanas y las noches. Dios mío, yo no podría aguantar un marido con barba en la cara; preferiría dormir sin sábanas. 1

Leonato. Podrías encontrar marido que no tuviera barba.

Beatriz. ¿Qué iba a hacer con él? ¿Vestirle con mi ropa y convertirle en mi dama de compañía? El que tiene barba, es más que un joven; el que no tiene barba, es menos que un hombre; y el que es más que un joven, no es para mí, y el que es menos que un hombre, no soy para él. Así que aceptaré seis peniques en prenda del que guarda osos, y le llevaré sus monos al infierno.2

Continuará…..  nos encontraremos tras el telón la próxima semana.

Recuerden darle a seguirme e igual de sencillo es darle un me gusta a los maravillosos  artículos de William Shakespeare en su 400 aniversario. Gracias por vuestra lectura y tiempo.

Jueguen con los suyos a esta singular y maravillosa obra de teatro, es divertida y muy rica en literatura a pesar de que pierde algo de encanto al traducirlo al castellano. Desde el primer momento yo tome prestado dos personajes.

MUCHO RUIDO POR NADA

William Shakespeare

INTRODUCCIÓN

Mucho ruido por nada pertenece también a lo que alguien describió como la guerra de los sexos según Shakespeare, quizá con menos secretos, pero asimismo con curiosísimas zonas de claroscuro. Es comedia escrita hacia 1598-1599, y estrenada sin duda antes de que terminara el siglo. Los estudiosos la consideran como remate del período juvenil shakesperiano.

Su asunto es doble, dos parejas de enamorados enredadas en equívocos que al fin, claro está, que se resuelven en…….; quien sabe en que situación; pues permítanme queridos lectores que lo descubramos en la escena final de esta fabulosa obra literaria de Shakespeare. Las dos líneas argumentales se entrecruzan sin cesar generando una multitud de situaciones poco claras que hacen que todo el mundo se confunda, que se equivoque al juzgar a los demás y a menudo a juzgarse a sí mismo.

En la pareja que forman Claudio y Hero, la historia es más grave y dramática porque andan por medio la honra y la calumnia, y hay incluso un simulacro de muerte, como el de Julieta. El responsable es un villano negrísimo, el bastardo don Juan, que es una figura de repertorio que sólo interviene para provocar gratuitamente el mal, y luego huye hasta que al término de la obra se nos informa que ha sido capturado.

Todo eso, que procede de obras italianas ( Bandello y Ariosto), tiene una mecánica un poco tosca, y en la comedia no faltan episodios mal ligados e incongruencias, como el papel de la criada Margarita, no se sabe hasta qué punto inocente en el coloquio nocturno que se prestará a calumniosas interpretaciones.

La peripecia es movida, aunque si mucho cuidado por parte del autor, pero sus protagonistas tienen una rigidez poco atrayente; ambos son víctimas de circunstancias, ella está a punto de morir, él de batirse en duelo, se desesperan, su vida parece destrozada, pero nos interesamos más por lo que les ocurre que por ellos mismos; la visión es exterior, y ninguno de los dos va a pasar a la galería inmortal de las inolvidables invenciones de Shakespeare. La segunda intriga, la de los Amores de Benedicto y Beatriz, es mucho trepidante, y se limita a un caso puramente psicológico visto con mucho humor; y aquí no interviene ninguna maldad, todo lo contrario, el Deus ex Machina es una especie de conjura con buen fin destinada a unir a un solterón impenitente y a una «doña Desdenes» muy viva de genio.

Y no obstante, frente al acusado convencionalismo de la otra pareja, Benedicto y Beatriz despiertan una gran simpatía, y aunque en el fondo no les suceda nada terrible ni espectacular, no nos cansamos de asistir a sus trifulcas; éstas constituyen todo su papel, empiezan ya en el primer acto, cuando aparecen en escena, y concluyen, después de admitir su ……. ……., al pie del ……., cuando él le cierra la ……. con un …….

Son dos excelentes personajes de cuerpo entero, muy bien sostenidos a lo largo de toda la comedia, y sus enfrentamientos, como suele decirse, echan chispas, son divertidos duelos verbales (al parecer inspirados en el Cortesano de Castiglione) que dan humor y brío a una trama general que es posible que el propio Shakespeare no se tomase demasiado en serio.

Beatriz, la del «orgullo virginal», de «ánimo tan esquivo y salvaje como el halcón de las rocas», cae en seguida en la treta amistosa que le tienden, cae con una rapidez que nos hace pensar que eso es precisamente lo que deseaba creer, aunque no renuncia por ello a su afilada lengua. Estupendo personaje, aún con más fuerza y colorido que el de su galán, es una magnífica creación que tiene que ver con otros caracteres femeninos del teatro de Shakespeare.

Menos relieve posee el príncipe casamentero, don Pedro, empeñado en entrometerse en todo para hacer felices a sus súbditos, pero en cambio el dramaturgo da a los cómicos un papel más destacado de lo que en principio parece van a tener. Las figuras de los alguaciles son como bufones redimidos por su gracia y su simpatía, en cierto modo como don Adriano en la comedia Trabajos de amor perdidos, que empieza como caricatura y se va humanizando hasta adquirir vida de veras.

En Mucho ruido por nada, Cornejo _ que habla de un modo ingenuamente disparatado_ y Agraz cumplen muy bien su función de bufones, divierten y hacen reír, pero además demuestran su eficacia contribuyendo a resolver el enredo, solucionando el problema al aportar pruebas de la inocencia de Hero.

Después de tantas zozobras, como ya nos previene el título, resulta que aquí no ha pasado nada, y exceptuando al perverso bastardo, que recibirá su castigo (lo cual no nos conmueve porque más que un personaje es una pura necesidad argumental, una abstracción que se dedica a la calumnia porque sí), todos serán …….

Todo acabará …….: la mentira maligna … ……., la mentira con buen fin va a conducir a    ……     ……., y en ese juego de apariencias engañosas, o, mejor dicho amañadas de buena o mala fe, triunfará la verdad de la ……. y el …….    Shakespeare aquí no aspira a grandes cosas, sólo a darnos un divertimiento intrascendente en el cual la sala tiene más sabor que la comida.

Traducción: Carlos Pujol

Palabras escondidas en la introducción: La autora de este blog.

MUCHO RUIDO POR NADA

               PERSONAJES

DON PEDRO, Príncipe de Aragón

DON JUAN, su hermano bastardo

CLAUDIO, joven señor de Florencia

BENEDICTO, joven senor de Padua

LEONATO, Gobernador de Messina

ANTONIO, hermano suyo

BALTASAR, del séquito de don Pedro

CONRADO  y BORRACHIO: acompañantes de don Juan

FRAY FRANCISCO

CORNEJO, alguacil

AGRAZ, corchete 1

UN ESCRIBANO 2

UN MUCHACHO

HERO, hija de Leonato

BEATRIZ, sobrina de Leonato

MARGARITA Y ÚRSULA: damas de compañía de Hero

Mensajeros, Guardias, Gente de séquito, {Músicos},etc.

{La acción, en Messina}

1 El original Verges parece una forma anticuada de verjuice.

2 A Sexton, dice el original, que sería, más literalmente, «un sacristán», » un enterrador «, pero de hecho actúa sólo como escribano.

ACTO PRIMERO

mucho ruido para nada. Shakespeare

ESCENA PRIMERA

(Entran Leonato, Gobernador de Messina, su mujer Innogen, 3 su hija Hero, y su sobrina Beatriz con un mensajero.)

LEONATO. Por esta carta me entero de que don Pedro de Aragón llegará esta noche a Messina.

MENSAJERO. Ya está muy cerca a estas horas: no estaba a tres leguas cuando le dejé.

LEONATO. ¿Cuántos caballeros habéis perdido en esta acción?

MENSAJERO. Pocos, en total, y ninguno de alto rango.

LEONATO. Una victoria lo es doblemente cuando el vencedor vuelve a casa con sus fuerzas completas. Aquí veo que don Pedro ha concedido muchos honores a un joven florentino llamado Claudio.

3 Este personaje, que no habla, reaparece sólo al comienzo del Acto II. Quizá es sólo un vestigio de otra versión de la obra : ni siquiera se incluye en el reparto.

MENSAJERO. Muy merecidos por su parte, e igualmente recordados por don Pedro: se portó mejor de lo que prometía su juventud, cumpliendo hazañas de león en figura de cordero. Desde luego, ha superado las esperanzas de modo superior a lo que podéis esperar que yo os diga.

LEONATO. Tiene un tío aquí en Messina, que se alegrará mucho de ello.

MENSAJERO. Ya le he entregado cartas, y se echa de ver tanta alegría en él, tanta, que la alegría no ha podido mostrarse bastante modesta sun una señal de amargura.

LEONATO. ¿Has prorrumpido en lágrimas?

MENSAJERO. En gran medida.

LEONATO. ¡Tierno rebose de cariño!. No hay rostros más sinceros que los que así se bañan. ¡Cuánto mejor es llorar de alegría, que alegrarse de llorar!

BEATRIZ. Por favor, el signor Estoque4 ¿ha vuelto de la guerra o no?

MENSAJERO. No conozco a nadie que se llame así señora; no había en el ejército ninguno de ese nombre.

               4 En el original Mountanto, por juego con mountant, una forma de estocada en la esgrima.

LEONATO. ¿ Por quién preguntas, sobrina?

HERO. Mi prima quiere decir el signor Benedicto, de Padua.

MENSAJERO. Ah, ha vuelto, y tan agradable  como era.

BEATRIZ. Aquí en Messina puso carteles desafiando a Cupido a tirar al arco, y el bufón de mi tío, al leer el reto, firmó por Cupido y le desafió a tirar el cuadrillo. 5 Por favor, ¿ a cuántos ha matado y se ha comido en esta guerra? ¿Cuántos ha matado? Pues, desde luego, yo había prometido comerme todo lo que él matara.

LEONATO. A fe, sobrina criticas demasiado al signor Benedicto, pero él se desquitará contigo, no lo dudo.

MENSAJERO. Señora, se ha portado muy bien en esta guerra.

BEATRIZ. Teníais víveres mohosos, y él os ha ayudado a coméroslos: es un hombre valiente para trinchar, tiene buenas tripas.

MENSAJERO. Y es un buen soldado también señora.

BEATRIZ. Y un buen soldado también para una señora, pero ¿qué es para una señora?

                       5 No hay acuerdo sobre el sentido del chiste de Beatriz.

MENSAJERO. Un señor para un señor, un hombre para un hombre, lleno de todas las virtudes honrosas.

BEATRIZ. Eso es, leno y relleno; no es más que un hombre relleno, pero en cuanto al relleno… bueno, todos somos mortales.

LEONATO. No debéis malentender a mi sobrina, señor: Hay una especie de guerra de bromas entre el signor Benedicto y ella: nunca se encuentran sin que haya una escaramuza de ingenio entre ellos.

BEATRIZ. Ay, él no saca nada de eso: en nuestro último encuentro, cuatro de sus cinco sentidos 6 salieron renqueando, y ahora todo él está gobernado por uno solo, de modo que si tiene bastante sentido para conservarse caliente, que lo conserve como diferencia entre él y su caballo, pues toda la riqueza que le queda para ser conocido como criatura racional. ¿ Quién es ahora su compañero ? Cada mes tiene un nuevo hermano jurado.

MENSAJERO. ¿Es posible?

BEATRIZ. Muy fácilmente posible: gasta su fidelidad igual que la forma de su sombrero, que cambia al cambiar de mollera.7

MENSAJERO. Señora, veo que ese caballero no está en vuestros libros de devoción.

6 Los clásicos: sentido común, imaginación fantasía, juicio y memoria.

7 Hay un juego con block, «horma de sombrero» y «tonto».

BEATRIZ. No, y si lo estuviera, quemaría mi estudio. Pero, por favor, ¿quién es su compañero?

¿No hay ahora ningún joven espadachín que quiera hacer un viaje con él al diablo?

MENSAJERO. Va sobre todo en  compañía del nobilísimo Claudio.

BEATRIZ. Ah, Señor, se le pegará como una enfermedad; se le coge antes que la peste, y el contagiado se vuelve en seguida loco. Dios proteja al noble Claudio; si se ha contagiado de  Benedicto, le costará mil libras curarse.

MENSAJERO. Conservaré vuestra amistad, señora.

BEATRIZ. Hacedlo, buen amigo.

LEONATO. Tú nunca te volverás loca, sobrina.

BEATRIZ. No, mientras no haga calor en enero.

MENSAJERO. Se acerca don Pedro.

(Entran don Pedro, Claudio, Benedicto, Baltasar y don Juan el bastardo.)

DON PEDRO. Buen signor Leonato, ¿salís al encuentro de vuestra molestia? La moda de mundo es evitarla, y vos salís a buscarla.

LEONATO. Nunca a llegado a mi casa una molestia en semblanza de Vuestra Alteza, pues cuando se va la molestia habría de quedar el consuelo, pero cuando vos os separáis de mí, permanece la tristeza y se despide la felicidad.

DON PEDRO. Demasiado de buena gana abrazáis vuestra carga. Supongo que ésta es vuestra hija.

LEONATO. Eso me ha dicho muchas veces su madre.

BENEDICTO. ¿Lo dudabais, señor, que se lo preguntasteis?

LEONATO. No, signor Benedicto, pues entonces vos erais un niño.

DON PEDRO. ¡Tocado, Benedicto! Por ello podemos suponer lo que sois al ser hombre. De veras, la dama reconoce a su padre por sí misma. Estad contenta, señora, pues os parecéis  a un padre honorable.

BENEDICTO. Aunque el signor Leonato sea su padre, por mucho que se le parezca, ella no querría tener la cabeza de su padre sobre sus propios hombros por toda Messina.

BEATRIZ. Me extraña que sigáis hablando, signor Benedicto; nadie os hace caso.

BENEDICTO. ¡Qué, mi querida señora Desdén!. ¿Todavía seguís viviendo?

BEATRIZ. ¿Es posible que muera el Desdén cuando tiene tan buen alimento con que nutrirse como el signor Benedicto? La misma cortesía se cambiaría en  Desdén si os pusierais en su presencia.

BENEDICTO. Entonces las cortesía es una cambia casas, pero lo cierto es que soy amado de todas las damas, exceptuando sólo a vos; y  querría hallar en el fondo de mi corazón que no tengo un corazón duro, pues en verdad yo no amo a ninguna.

BEATRIZ. ¡Preciosa felicidad para las mujeres! Si no, se habrían visto molestadas por un pretendiente pernicioso. Doy gracias a Dios y a mi sangre fría: en eso soy de vuestro mismo humor que preferiría oír a mi perro ladrando a una corneja antes que a un hombre jurando que me ama.

BENEDICTO. Dios conserve siempre a vuestra señoria con ese modo de pensar, para que algún caballero escape a la predestinación de una cara arañada.

BEATRIZ. Los arañazos no podrían empeorarla si fuera una cara como la vuestra.

BENEDICTO. Bueno sois una rara maestra de loros.

BEATRIZ. Un pájaro con mi lengua es mejor que una bestia con la vuestra.

BENEDICTO. Me gustaría que mi caballo tuviera la velocidad de vuestra lengua y tan largo aliento. Pero tirad por vuestro camino, en nombre de Dios: yo he acabado.

BEATRIZ. Siempre acabáis con una mala pasada de jamelgo; os conozco hace mucho tiempo.

DON PEDRO. Eso es la suma de todo, Leonato. signor Claudio y signor Benedicto, mi querido amigo Leonato os ha invitado a todos: le he dicho que nos quedaremos aquí un mes, y él se promete de todo corazón algún motivo para retenernos más. Me atrevo a jurar que no es nigún hipócrita, sino que lo pide de corazón.

LEONATO. Si juráis, senor,  no seréis perjuro. [A don Pedro.] Permitidme daros la bienvenida señor; estando reconciliado con el Príncipe vuestro hermano, os debo todo homenaje.

JUAN. Gracias; no soy de muchas palabras, pero os doy las gracias.

LEONATO.¿Vuestra Alteza quiere abrir la marcha?.

DON PEDRO. La mano, Leonato; iremos juntos. (se van. Quedan Benedicto y Claudio.)

CLAUDIO. Benedicto, ¿te has fijado en la hija del signor Leonato?

BENEDICTO. No me he fijado, pero la he mirado

CLAUDIO. ¿No es una damita modesta?

BENEDICTO. ¿Me lo preguntas como hombre leal, para que diga mi sencilla opinión sincera, o quieres que hable conforme a mi costumbre, como declarado tiranizador de su sexo?

CLAUDIO. No, por favor, habla con juicio en serio.

BENEDICTO. Pues, a fe, me parece demasiado humilde para una alabanza elevada, demasiado oscura para una alabanza clara, y demasiado pequeña para una alabanza grande. Éste es el único encomio que puedo concederle: que, si fuera otra de la que es, no sería bella, y no siendo otra sino la que es, no me gusta.

CLAUDIO. Crees que estoy en broma: por favor, dime de veras qué te parece.

BENEDICTO. ¿La vas a comprar, que preguntas sobre ella?

CLAUDIO. ¿Se puede comprar tal joya, ni por el mundo entero?

BENEDICTO. Sí y un estuche en que ponerla. Pero ¿lo dices esto con cara seria, o eres un bromista, que dices que Cupido es un buen batidor de liebres y Vulcano un exquisito carpintero?8 Vamos, ¿en qué tono tiene tono tiene que ponerse uno para cantar contigo?

CLAUDIO. A mis ojos, es la más dulce dama que jamás he visto.

BENEDICTO. Yo veo todavía bien sin lentes, y no veo tal cosa: ahí está su prima, que si no estuviera poseída por una furia, la superaría tanto en belleza como en primero de mayo al último día de diciembre. Pero espero que no tendras, intenciones de volverte marido, ¿no?

CLAUDIO. Aunque hubiera jurado lo contrario, apenas me fiaría de mí mismo si Hero huero mi mujer.

8 Porque Cupido es ciego y Vulcano es herrero.

BENEDICTO. ¿A esto ha llegado? A fe, ¿no tiene el mundo un solo hombre que lleve el gorro con sospechas? 9 ¿No veré jamás un soltero de sesenta años? Vamos allá, a fe, si por fuerza tienes que meter el cuello en un yugo, lleva su marca encima y pasa los domingos en suspiros.

Mira, don Pedro ha vuelto a buscarte.

(Entra don Pedro)

DON PEDRO. ¿Qué secreto os ha retenido aquí, que no habéis seguido a Leonato?

BENEDICTO. Querría que vuestra Alteza [no] me obligara a decirlo

DON PEDRO. Te lo mando por tu felicidad. 10

BENEDICTO. Ya lo oyes conde Claudio: yo puedo tan reservado como un mundo, querría que lo pensarais así, pero es por mi fidelidad, fíjate en eso, por mi fidelidad. Éste está enamorado.

¿De quién? Ahora eso es lo que tiene que decir vuestra Alteza. Fijaos qué breve es su respuesta: de la hija pequeña de Leonato, Hero.

CLAUIDIO. Si así fuera, así se habría dicho.

BENEDICTO. Como el cuento viejo, señor: «No es así, no fue así; no quiera Dios que sea así». 11

9 De cuernos.

10 On thy allegiance, fórmula de mandato absoluto de rey, que no cabía desobedecer sin caer en traición.

11 Se alude al viejo cuento de Mr. Fox   _ un Barba Azul_, que negaba haber matado a una mujer, cuando se lo contaban como si hubiera sido un sueño, hasta que le pusieron delante la mano de la víctima.

CLAUIDIO. Si mi pasión no cambia pronto, no quiera Dios que sea de otra manera.

DON PEDRO. Amén, si la queréis, pues la dama es muy digna.

CLAUDIO. Lo decís para enredarme, señor.

DON PEDRO. Palabra, digo lo que pienso.

CLAUDIO. Y a fe, señor, yo también digo lo que pienso.

BENEDICTO. Y por mis dos fes y por mis dos palabras, señor, yo he dicho lo que pienso.

CLAUDIO. Que la quiero, lo noto.

DON PEDRO. Que ella lo merece, lo sé.

BENEDICTO. Que yo ni noto cómo habría de ser querida, ni sé, cómo habría de merecerlo, es la opinión ni el fuego puede arrancarme de derretida. Moriré con ella en la hoguera.

DON PEDRO. Siempre has sido un hereje obstinado contra la belleza.

CLAUDIO. Y nunca ha podido mantener su papel, sino por la fuerza de su voluntad.

BENEDICTO. Que una mujer me haya concebido, se lo agradezco; de que me haya criado, le doy las más humildes gracias: pero que vaya a soplar el cuerno de caza en mi frente o colgarlo en una bandolera invisible, me tendrán que perdonar todas las mujeres. Porque no quiero hacerles el agravio de desconfiar de ninguna, me haré a mí mismo la justicia de no confiar en ninguna: y la conclusión (que me hace más ilusión) 12 es que viviré soltero.

DON PEDRO. Antes de que muera, ya te veré pálido de amor.

BENEDICTO. De cólera, de enfermedad, o de hambre señor; no de amor. Si alguna vez demostráis que pierdo más sangre por el amor de la que puedo recuperar bebiendo, sacadme los ojos con una pluma de autor de romances, y colgadme a la puerta de un burdel como muestra: «al Ciego Cupido.» 13

DON PEDRO. Bueno, si alguna vez te conviertes de esa fe, resultarás un notable argumento.

BENEDICTO. Si así lo hago, colgadme en una botella, como un gato, y tiradme flechas , y al que me de dadle palmadas en el hombro y llamadle Adán. 14

DON PEDRO. Bueno, ya lo pondrá a prueba el tiempo: «Con el tiempo el villano a la melena  _obliga al toro que la frente eriza…» 15

12 En el original se juega con fine, en sentido de «conclusión», y finer , «mejor».

13 Era la muestra burdeles.

14 Para tirar al blanco con arco, se solía colgar un gallo en un cesto. «Adán» alude a Adam Bell, un excelente arquero casi legendario.

15 Se trata de un verso de la «Tragedia española», de Kyd, el drama más famoso de la época; este verso procede a su vez de la HECATONPATHIA de WATSON, en lo cual a su vez lo había tomado de un soneto italiano de PANFILO SASSO, muy imitado entre  otros por LOPE de VEGA , de cuya versión damos aquí los dos primeros versos.

BENEDICTO. El toro salvaje, quizá, pero si alguna vez el racional Benedicto soporta la melena del yugo arrancadle los cuernos al toro y ponedlos en mi frente, y pitadme vilmente y escribiendo con letras grandes, como cuando escriben «Aquí se alquila un buen caballo», que pongan debajo de mi retrato: «Aquí veis a Benedicto, el hombre casado.»

CLAUDIO. Si eso ocurre alguna vez, te volverás loco como una cabra. 16

DON PEDRO. No, si Cupido no ha gastado todos sus dardos en Venecia, 17 pronto temblarás por ello.

BENEDICTO. Entonces miraré si hay terremoto.

DON PEDRO. Bueno, ya contemporizarás con las horas. Mientras tanto buen signor Benedicto, acude a ver a Leonato, preséntale mis obsequios, y dile que mo faltaré a cenar con él, pues, desde luego, ha hecho grandes preparativos.

BENEDICTO. Casi tengo en mí bastante sustancia para una embajada así, de modo que os encomiendo …

CLAUDIO.…. A la protección de Dios. Desde mi casa (si la tuviera)…

DON PEDRO. Seis de julio; vuestro cordial amigo Benedicto.

16 Sustituimos el juego original HORN- MAD, «loco de remate», con su alusión a HORN, «cuerno».

17 Venecia tenía fama de ciudad de numerosas cortesanas.

BENEDICTO. Ea, no os burléis, no os burléis. el cuerpo de vuestro discurso está un tanto guarnecido de citas y, las guarniciones tampoco están bien asentadas. Antes de seguiros burlando de las viejas fórmulas, examinad vuestra conciencia, y con eso, os dejo. (se va.).

CLAUDIO. Señor, vuestra Alteza podría hacedme ahora un favor.

DON PEDRO. Mi afecto es tuyo, para que me enseñes; enséñame solamente cómo, y verás qué dispuesto está a aprender cualquier lección difícil que te haga un favor.

CLAUDIO. Señor, ¿tiene algún hijo Leonato?.

DON PEDRO. No tiene más hijos que Hero; ella es su única heredera. ¿La quieres, Claudio?.

CLAUDIO. Ah señor, cuando partisteis hacia esta guerra ahora terminada, yo la miré con ojos de soldado, que gustaron de ella, pero tenían entre manos una tarea más áspera que llevar ese afecto al nombre de amor. pero ahora he vuelto, y esos pensamientos de guerra han dejado vacíos sus sitios: en sus lugares surgen multitudes de blandos deseos delicados, todos sugiriéndome qué bella es la joven Hero, y diciéndome que me gustaba antes de irme a la guerra.

DON PEDRO. Enseguida vas a ser como un amador, cansando al oyente con un libro de palabras. Si amas a la bella Hero, cultívalo, y yo se lo daré a conocer a ella y a su padre, y la conseguirás.  ¿No era para ese fin para lo que empezaste a urdir tan linda historia?.

CLAUIDIO. ¡Qué dulcemente hacéis de ayudante del amor, que conocéis el dolor del amor por su cara! Pero para que mi deseo no parezca demasiado repentino, querría haberle hecho la salva con más larga disertación.

DON PEDRO. ¿Qué necesidad hay de que el puente sea más ancho que el río?. La mejor concesión es la de lo necesario. Mira, lo que sirve, es adecuado. De una vez para todas tú amas y yo te proveeré con el remedio. Sé que esta noche tendremos una fiesta. Yo asumiré tu papel con algún disfraz y diré a la bella Hero que soy Claudio, y abriré en su seno mi corazón, haciendo prisioneros sus oídos con la fuerza y la recia acometida de mis amorosas palabras. Luego se lo diré a su padre, y la conclusión es que ella será tuya.

Pongámoslo en práctica en seguida. (se van.)

ESCENA II

[En casa de Leonato]

(Entran Leonato y Antonio, viejo, hermano de Leonato.)

LEONATO. ¿Qué hay, hermano? ¿Dónde está mi sobrino, tu hijo? ¿Ha procurado esa música?

ANTONIO. Está muy ocupado en ello, pero, hermano, puedo contarte extrañas noticias que ni has soñado.

LEONATO. ¿Son buenas?

ANTONIO. Según las contraseñe el resultado, pero tiene buena presentación. Se muestra bien por fuera. Cuando el Príncipe y el conde Claudio paseaban por un espeso emparrado de mi jardín, un criado mío les oyó hablar así: El Príncipe descubría a Claudio que amaba a mi sobrina, tu hija, y pensaba reconocerlo esta noche en el baile, y, si la encontraba a ella de acuerdo, pensaba agarrar la ocasión por los pelos y manifestároslo al instante.

LEONATO. ¿Está en su juicio el hombre que te contó eso?

ANTONIO. Es un buen hombre muy listo; mandaré a buscarle y tú mismo le preguntarás.

LEONATO. No, no, lo consideraremos como un sueño hasta que se manifieste, pero se lo haré saber a mi hija, para que esté mejor preparada para la respuesta, si por casualidad esto es cierto. Ve tú a decírselo.

(Entran unos parientes.)18

Sobrino, ya sabes lo que tienes que hacer. Ah, te pido perdón, amigo; ven conmigo y usaré tu habilidad. Buen sobrino, ocúpate de este tiempo atareado. (Se van).

                               18 En ediciones posteriores, se explica: «Entra el hijo de Antonio, seguido de un músico», pero no se justifica la existencia de este hijo de Antonio.

 

Queridos lectores/as en 6 días y a la misma hora, les avanzaré las siguientes escenas. Les invito a que experimenten junto a sus amistades y o familiares recrear este divertido guion de teatro; tan solo han de elegir el personaje o personajes que más les guste e igualmente los demás participantes. Si os rotáis por escenas os resultará más sencillo pero igualmente divertido. Yo en mi hogar es lo que hice y resulto muy divertido, tanto que continuamos con otras obras de William Shakespeare. Hagan participes también a los peques de casa; aconsejo a partir de 10 años para que obtengan una mayor compresión de lenguaje y literatura a la vez de darles la oportunidad de nutrirse de cultura y literatura. Sencillamente en mi caso es menor pero su nivel cultural y literario es muy alto y que mejor que ayudarle a conocer más y correctamente la importancia de alimentar la mente y el alma también de la magia de la literatura a lo largo de los siglos junto a la cultura.

Felices vacaciones compañeros/as. Seguidme aquí; pues os merecéis tener la oportunidad de sembrar nuevas semillas en vuestros caminos en el cual os iré mostrando como desde el inicio de este mi blog. A pesar de las espinas que poseen nuestras rosas en nuestro sendero hiriéndonos profundamente, desgarrando nuestros corazones e inundando nuestras mentes de miedos impuestos por la sociedad. La mente humana es tan poderosa como nuestro universo y desde la verdad y con las herramientas adecuadas podemos eliminar todas y cada una de las cadenas que hemos adquirido en gran mayoría inconscientemente.

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